miércoles, 11 de abril de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 23.

Capítulo 23.


La cabeza le dolía exageradamente. La luz proveniente del sol, a través de la ventana no ayudaba de ningún modo, a que disminuyese. Pronto se dio cuenta de que Mellea estaba a su lado. Completamente desnuda, al igual que ella. Tardó unos segundos en asimilarlo. Tan solo con el movimiento de sus labios dijo: ¡Joder! Había practicado sexo, no solo con una chica, si no con una diecinueve años menor que ella. Le llegaban los recuerdos del placer que le proporcionó, y se sintió menos culpable. ¿Qué pensaría Roberto? O ¿sus hijos? Pero ellos no estaban allí, y Mellea sí. Procuraba no darle tregua a sus sentimientos de remordimiento. Lo hecho, hecho está y lo había disfrutado. Inclinó un poco la cabeza para ver si aún seguía dormida. Allí la veía. Tan tranquila. No supo por qué, pero le besó cariñosamente en el hombro. Esta se movió un poco, pero no se despertó. Pese a estar completamente desnuda, el calor era asfixiante. Al levantarse, tuvo un ligero mareo consecuencia de la resaca. Caminó hasta el baño, comprobando que aun salía agua del grifo. Sacó de su envoltorio, un vaso de plástico que enseguida lleno de agua. Dio un primer sorbo pequeño, para comprobar que se podía beber. Tras esa primera comprobación, en total, se bebió dos vasos y medio seguidos. Se miró al espejo lleno de polvo. Poseía un aspecto horrible. Con el pelo aplastado por un lado, debido al dormirse con el pelo aun húmedo. Notó como Mellea se despertaba y se levantaba.

- ¿Alicia? –preguntó con la voz ronca- ¿estás ahí?

- Si, si… aquí en el baño. –se apresuró a contestar.

- Ok…


Notó como se desplomaba de nuevo sobre el colchón. Volvió hacia la habitación, y rebuscó por el suelo parte de su ropa. Miró que Mellea se había vuelto a dormir, pero estaba arropada con la sabana a medio caer por el suelo. Su instinto como madre, hizo que recogiera también la ropa de su joven amante, y con todo la metió en la bañera llena de agua y jabón. En ese momento, ya se había colocado una toalla para taparse. A modo de vestido. Tendió la ropa mojada en cualquier lugar donde pudiera secarse y se sentó en la otra cama. Con los pies subidos y apoyando la espalda sobre el cabecero. Rebuscó en su cartera, para volver a mirar la foto de familia. Tuvo un momento de pánico, al pensar que pudieran estar muertos o algo peor. Sobre todo su niña pequeña. Una lágrima le cayó por la mejilla. Tuvo que secársela enseguida, ya que Mellea comenzaba a despertarse de nuevo.

- Me duele mucho la cabeza. –farfulló.

- Buenas resaca tenemos… -dijo Alicia con voz cansada.

- ¿Aun sale agua? –preguntó mientras se levantaba y se masajeaba las sienes.

- Si. Parece buena. Yo ya he bebido. –la miró con pena- Te… he lavado tu ropa…


Mellea la miró con los ojos entrecerrados. Sonrió y dejó escapar una tímida carcajada, antes de que le retumbase en su cabeza. Se levantó para ir a beber agua, y al volver también se había colocado una toalla alrededor de su cuerpo.

- ¿Quieres que hablemos? –preguntó algo apurada la joven.

- ¿Sobre lo de anoche? –contestó a sabiendas de que se trataba- No hay nada que hablar. Lo que pasó, pasó. Y mucho me temo, que volverá a pasar.

- ¿Tú también eres…? –preguntó extrañada.

- Ja… no. No soy lesbiana. Pero me acabas de confirmar que tu si lo eres.


La italiana tan solo asintió con la cabeza. Alicia le hizo un gesto para que fuese con ella. Dejó que se sentara a su lado y la abrazó. Tenía sentimientos encontrados. Por momentos la veía como una madre, pero en otras… en otras como alguien a quien deseaba. 

- Mis padres nunca llegaron a enterarse. Aunque creo que lo intuían. –relataba apoyada sobre sus piernas- Algunas veces subían chicas a mi habitación. Al principio, creían que eran solo amigas. Pero mi padre… -se entristeció al recordarlo-… mi padre me dijo una vez, que podía confiar en él, fuera lo que fuera. Ese día me enfadé mucho con él. 

- Los padres somos así… -confesó-… es más, creo que mi hijo es gay. Nunca lo ha confesado. Pero nunca le he visto interesarse por chicas. Solo espero que esté bien. El y su hermana.

- ¿Estas casada? –se interesó.

- Si. Si aún vive…

- Seguro que sí. 

- Deberíamos vestirnos y comprobar que nuestras cosas siguen intactas. –cambió de tema.


Las ropas lavadas aún estaban algo húmedas, pero dado el calor que hacía, no les importó. Alicia desenfundó la pistola que le dio Nestore, y bajaron a la recepción. Fueron hasta la escalera de del parking y salieron por donde entraron. Rodearon el edificio, sin encontrarse muertos cerca. Aunque a lo lejos había uno entretenido, tratando de dar caza a un perro chihuahua que le ladraba sin cesar. El coche familiar estaba en el mismo lugar, y sus pertenencias también. Tan solo alguien que supiera donde lo habían dejado, sería capaz de encontrarlo. Pero eso no era suficiente. 

- ¿Qué vamos hacer? ¿Seguimos con la ruta? –preguntó Mellea mientras volvían con algunas cosas para comer.

- Deberíamos aprovecharnos de este lugar mientras dure. Hay que averiguar porque aun funciona el agua caliente. Y porque hay electricidad para iluminar las luces de emergencia. 


Exploraron las zonas comunes, y encontraron multitud de cosas valiosas. Las cocinas, estaban repletas de comida. La perecedera estaba podrida por la falta de frio en las potentes neveras. Pero latas de guisantes, maíz o atún, eran perfectas. Grandes pallets de bebidas gaseosas. La cocina de gas, aun funcionaba.

- Puedo hacer unas tortitas con la harina y la leche que no está estropeada. ¿te apetecen? –preguntó Alicia entusiasmada.

- Guau. Claro que sí. –contestó ilusión.


Como si fuera la cocina de su hostal, cogió los utensilios necesarios. Al poco, estaba un plato entero hasta arriba de tortitas. En la despensa, encontró multitud de botes de sirope de chocolate, caramelo y fresa. Aunque, Mellea, prefirió rellenarlas con atún y unos pimientos en lata. La mayor parte del tiempo, la pasaron en la cocina o en un lobby cercando como si fueran unas clientes muy importantes. Jugaron al billar y a las cartas. 

- ¿Crees que tu familia sigue viva? –preguntó cortante.

- Eso espero.

- Tiene que ser terrible vivir con la duda. Yo vi como morían… así que ya lo he asimilado.

- La verdad es que si… -cerró los ojos-… por eso quiero hacer lo posible por volver. Pero siempre está la posibilidad de que nunca los encuentre. 

- Cierto… -asintió como si no hubiera pensado en esa opción.


Un gran estruendo, seguido de múltiples crujidos de cristales, provenientes de la recepción. A unos veinte metros por detrás de ellas. Se quedaron inmóviles. Sin saber reaccionar. El ruido de un motor potente cesó. A continuación, se escuchaban voces amenazantes. Tan solo Mellea entendía lo que decían.

- Le está diciendo que porque no le había hablado de este lugar. –tradujo.


Otro hombre, con voz temblorosa, farfullaba cosas y medio lloraba. Mellea le tradujo algo.

- El otro hombre le ha contestado que pensaba decírselo, pero que ellos los descubrieron antes. –decía Mellea con los ojos llenos de terror.

- Vámonos de aquí. No me fio. –señaló en un susurro.


Desde el lobby, tenían acceso directo a las cocinas. Desde las cocinas, había unas escaleras de servicio de habitaciones, y subieron por ellas hasta el primer piso. Con cuidado, llegaron hasta su habitación. Pero justo antes de entrar, Alicia sintió un punzado en el antebrazo derecho. Al mirar, descubrió que estaba atravesado por una flecha. Mellea la miraba consternada. Al darse la vuelta, descubrieron a un hombre, vestido como un deportista olímpico. En una de las manos portaba un arco. Trataron de meterse en la habitación, pero otro hombre que apareció por detrás, se lo impidió. Alicia se sentía mareada. No era para menos cada vez que miraba su brazo. Incapaz de moverlo y con la flecha atravesada. El hombre que llegó desde atrás, sujetó con fuerza a Mellea, que trataba de zafarse. El del arco, caminaba a paso lento hacia ella. Sin oponer resistencia, se dejó llevar por aquel hombre escaleras abajo. Al llegar a la recepción, vieron un enorme vehículo negro. Uno de los hombres, estaba magullado y casi de rodillas. Otro hombre, de estatura más bien baja, con barba poblaba y unos ojos que infundían terror. Dos hombres más, con una vestimenta más típica de obreros, pero con armas de gran calibre, aparecieron por la puerta de cristal que habían reventado con el vehículo. Las dispusieron junto al otro hombre magullado, obligándolas a arrodillarse. Excepto a Mellea. El hombre de barba poblada, le hizo una señal para que la levantase. Se acercó a ella, y la observó con lascivia. Con bastante rapidez y fuerza, le arrancó hacia los lados la camiseta que llevaba puesta. Como se habían vestido deprisa, no llevaba puesto la ropa interior. Al verlo, el asqueroso hombre, sonrió lentamente a la vez que le agarraba con fuerza los pequeños pechos. Mellea, que se encontraba sujetada por los brazos y cuello, tan solo podía insultarle y tratar de darle patadas. Pero el barbudo, que sabría lo que pasaría, le golpeó en el estómago. La dejó sin respiración por unos intensos y largos segundos antes de agarrarla por el pelo y levantarle la cabeza. 

- Hijo de puta. –insultó casi sin fuerzas, Alicia, que lo miraba horrorizada.


El hombre, que pareció entender el insulto en español, la abofeteo. Pese a al golpe recibido, no fue tan doloroso, como la herida de su antebrazo. El hombre se volvió de nuevo a Mellea, haciéndole una mueca de negación con la cabeza y señalándole las piernas. Se entretuvo un rato con sus pechos, mientras la joven lloraba indefensa. Alicia que no podía contenerse, al ver el acoso, trató de levantarse y golpearlo. Pero su opresor se lo impidió a tiempo. 

- Como vuelvas a interrumpirme le corto una oreja a la niña y hago que te la comas. –amenazó el barbudo alargando las palabras.


Alicia lo entendió todo, o casi todo. Mellea la miró, pidiéndole ayuda. Pero tenía un dilema enorme. Si trataba de ayudarla, perdería una oreja. Si no lo hacía, era seguro que la violaba. Aun así, se decidió por la primera.

- Como la toques, te mato. –dijo temblándole todo el cuerpo.


Aquello sorprendió, tanto al barbudo como a sus secuaces. El hombre barbudo, sacó lentamente un enorme puñal enfundada a su espalda. Se acercó lentamente a Mellea, colocándoselo en su oreja derecha. Mellea soltó un grito aterrador. Aun no la había tocado, pero el mero hecho de saber lo que ocurriría, fue como si ya lo hubiera hecho. El hombre, miró divertido hacia Alicia, levantó las cejas y con un corte limpio la oreja cayó al suelo. En esta ocasión, Mellea gritó con más fuerza. Tomaba aire y volvía a gritar y llorar desesperada. Alicia, observó con rabia hacia el hombre con el arco. Pensó que lo que tenía colgado en la parte de atrás, era su carcaj, pero se dio cuenta de que tenía cruzado dos machetes con la empuñadura negra. Miró a su brazo atravesado con la flecha, y partió la parte donde estaba la punta. Con una fuerza inusual, se zafó de su opresor y se lanzó contra el arquero. Le clavo la punta de la flecha en el ojo derecho, y antes de que pudiera hacer nada más, le arrebató los dos machetes con ambas manos. Con otro movimiento rápido, imprudente, pero como si le diese igual todo, se lanzó contra el cuello del barbudo. Cruzó los machetes, y la cabeza del barbudo saltó disparado hacia un lado. Alicia soltó un grito de rabia y dolor. Se giró hacia el opresor de Mellea que lo miraba con los ojos abiertos y la boca a medio abrir. Soltó a Mellea, levantó las manos y avanzó hacia atrás lentamente. Los otros dos hombres, que portaban las armas más potentes, ya no estaban en la recepción. Mellea se desplomó al suelo. Alicia miraba con rabia al hombre que tenía las manos en alto. Se escuchó el ruido de los disparos. Los otros dos hombres, trataban de disparar desde fuera del hotel. Alicia no pasó por alto, la inexperiencia de aquellos hombres, pues lejos de entrar las balas dentro del hotel, golpeaban contra las paredes. Tan solo un par de balas rebotaron contra el vehículo negro con el que habían llegado. El hombre con las manos alzadas, aprovechó ese momento de despiste de Alicia, para tratar de correr hacia la salida. Ella se dio cuenta, y corrió hacia él. Con su brazo bueno, logró impactar con el machete sobre su hombro izquierdo. El hombre tropezó. Cayendo al suelo de cabeza, rozándose con los cristales rotos. Su acara se embadurnó de sangre, dándole un aspecto grotesco. Alicia llegó hasta él, lo miró con dureza, y dejó que la punta del machete se clavara sobre su nuca. El hombre dejó de moverse. Ella, respiraba rápida y profundamente. En ocasiones le salía un silbido como si le faltara el aire. Dio un grito largo y agudo. Cuando se quedó sin aire, volvió a repetirlo. Estaba sacando su furia. Cuando comenzó a llorar, se dio cuenta de Mellea. Soltó los machetes, allí mismo, y fue hasta ella. Estaba inconsciente sobre el suelo. En el hueco, donde estaba su oreja, salía sangre sin parar. Con un trozo de su camiseta, trató de taponar la herida. Buscó la oreja, pero desistió. ¿De qué le serviría? A pocos metros de allí, estaba la enfermería. Corrió hasta ella. Aunque la puerta estaba cerrada, pudo abrirla con cuatro intentos de golpearla. Por suerte, aquello estaba intacto. Sacó una caja de gasas, alcohol y un bote con pastillas de antibiótico. Movió a Mellea, para recostarla de lado y tener una mejor práctica. Lavó la herida con alcohol y unas gasas. Supo que tenía que taparla, cuando tomó un color más claro. Con esparadrapo y varias gasas una encima de la otra, le tapó la herida. Con todo, se había olvidado de la suya. No se percató cuando la otra parte de la flecha, se le había caído. Mejor así. Si hubiera tenido que sacarla ella sola, quizá le hubiera dolido más. Se practicó la misma cura a ella. Se sentó, apoyando la espalda sobre mostrador de recepción, y trató de traerse lo más cerca posible a su joven amante. 


martes, 10 de abril de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 22.

Capítulo 22.


Además de Manzaneque, había otros tres soldados apuntándole con sus fusiles. Le habían dado caza. Por un momento pensó en atacarles. Pero sería inútil. Mirara donde mirara, todas las salidas estaban bloqueadas. Al más mínimo movimiento, y seguramente, le dispararían. Lo peor, es que podrían dar también a Raúl que se encontraba detrás. Aunque quizá sería la mejor solución. Acabar con Raúl. Con su sufrimiento. Pero también, podría ser su salida. Con uno de los cuchillos de la cocina, se lanzó hacia el cuello de Raúl. 

- O nos dejas salir, o le corto el cuello. –amenazó Pablo con convicción.

- Quietos… -ordenó a sus secuaces, que habían quitado el seguro de sus armas-… no le hará nada. 

- ¿Estás seguro? –preguntó amenazante. Apretando aún más el cuchillo provocando una leve herida sangrante.

- Si lo haces, nunca saldrás con vida de aquí.

- Y si no lo hago, tampoco. Al menos no te dejaré que continúes con tus experimentos… -volvió amenazar.

- Vamos… venga… Pablo… -suspiraba irritado-… estoy muy cansado… si no es Raúl, será su hermana, y si no quien considere que necesito para encontrar una cura.


De entre la oscuridad, Pablo, se percató de que había alguien. Casi, como si lo estuviera esperando, dos figuras aparecieron con extrema rapidez. Desarmaron a los tres soldados con técnicas que Pablo desconocía. Dejándolos inconscientes en el suelo. Manzaneque, que se quedó inmóvil por la sorpresa, sacó con torpeza su arma. Pero una tercera persona, algo menos ágil pero igual de eficiente, le golpeó en la nuca. El cocinero que le acompañaba, estaba agazapado detrás  de una de las camas libres. Ramón se acercó con una pistola.

- ¡no! –gritó Pablo- Déjalo. Ayudadme a sacar a Raúl.


Una de las figuras, se acercó a Pablo. Llevaba una capucha de una chaqueta deportiva. Se la quitó y sonrió a Pablo.

- Nos vemos de nuevo, General. –saludó Reina.


Ambos empujaron la cama, hacia el hueco rajado de la lona. A pocos metros, esperaban ya subidos en el camión, Mónica con Rebeca y Eli con Hugo. El hijo menor de Pablo. Héctor estaba de pie, nervioso en la parte baja. Algunos civiles, que pasaban por allí, se sorprendieron de verlos. Pero ninguno dio la voz de alarma. Tan solo apartaron la vista, y continuaron como que no vieron nada. Reina, Pablo y Ramón levantaron a Raúl en volandas y lo metieron en el suelo del camión. Mónica al verlo, no pudo contener el llanto. 

- Vamos, vamos, vamos. –apresuró Pablo a sus hombres. 


El camión arrancó, provocando un estruendo. Aceleró a tope, haciendo que los de la parte de atrás, perdieran el equilibrio. Salieron del campamento, ante la mirada de algunos soldados, que no sabían que ocurría. Ante la duda, se limitaron a observar la huida. Mientras se alejaban, se podía ver como algunas luces se encendían. 

- Creo que nos van a seguir. –gritó Pablo a los de la parte delantera.- Cambiar el rumbo cuando podáis. Tenemos que despistarlos. 

- Recibido. –contestó el que conducía. 


Se incorporaron a una carretera convencional, y a pocos kilómetros, cambiaron el rumbo hacia otra localidad más alejada. Al pasar por una aldea cercana, dos infectados vagaban por la carretera. El conductor, decidió no hacer más maniobras peligrosas, y los atropelló. El camión quedó intacto. No tanto, los cuerpos de aquellos desgraciados. Nuevamente, cambio de rumbo, y tomó una bifurcación que les llevaría hasta la autovía más cercana. Solo que, conducían en sentido contrario. Al llegar a la autovía, condujeron varios kilómetros, antes de abandonarla. Parecía como si supiese en todo momento, hacia donde ir. 

- Siento todo esto. –dijo Pablo a Mónica- Si hubiera sabido las intenciones del doctor, nunca hubiera permitido…

- Cállate. –le cortó arisca, desviando su mirada hacia Raúl, que permanecía inconsciente.

- Mierda… -dijo de repente Héctor-… nos hemos olvidado…

- Sea lo que sea, seguro que encontramos más por ahí fuera. –le contestó Pablo.

- Me extraña…


Eli también ahogó un grito al darse cuenta de lo olvidado. Mónica y Pablo los miraban expectantes, de conocer que era tan importante aquello que se habían olvidado.

- ¿Nos vais a decir que nos hemos olvidado? –preguntó Pablo impaciente.

- Bernardo… -contestó Eli con espanto-… ay, pobre… ¿Qué hacemos? No podemos volver ahora… ¿No?


Pablo hizo una mueca como disculpa. A decir verdad, nunca le había prestado demasiada atención a aquel hombre autista. 

- Siento mucho lo de vuestro amigo… no creo que le pase nada. Pero no podía pensar en todo. –trató de excusarse.

- En realidad, es culpa nuestra… -dijo Héctor sintiéndose culpable-… era nuestra responsabilidad. 


El camión paró de repente. Pablo, salió de la parte trasera y se dirigió a la cabina tractora. Se estaban quedando sin combustible. Con las prisas, no habían tenido tiempo de reabastecerse. Estaban en mitad de la nada. Era una carretera de doble sentido, entre unos parajes verdes y planos. El sol comenzaba a aparecer, y por suerte, no había nubes grises cerca. Se avecinaba buen tiempo. Estudiaron varios mapas, y a unos quince kilómetros se encontraba una localidad ligeramente grande. 

- Podemos ir hasta allí, y sacar el gasoil de los coches. –decía uno de los soldados.

- Pero también corremos el riesgo de vernos atrapados por infectados. –comentaba otro.

- Lo que está claro, es que aquí no podemos quedarnos. –continuó Pablo- Nos arriesgaremos. Obtendremos lo suficiente para llegar hasta este punto. –señaló una zona en el mapa- Allí podremos permanecer unos días tranquilos, hasta que se cansen de buscarnos. Es una zona residencial, que tenía reservado. No aparecen en ningún informe. Así que Manzaneque, tratará de buscarnos en sitios que deje apuntados. Además, ya nos hemos alejado bastante. Llevamos toda la noche en ruta.

- Está bien –dijo Reina llegando desde atrás.

- ¿Quién es ella? –preguntó Pablo viendo a Sharpay.

- Mi hermana. Espero que no te dé por entregarnos a otro médico loco… -bromeó


Pablo sonrió a medias, entre avergonzado y molesto.

- Muy bien… -señaló a Patri-… tú y Vergara os quedáis con ellos. Necesitaran apoyo si hay visita. El resto nos vamos.

- Disculpa… -llegó Ramón-… no es por nada, pero llevo años sin recibir órdenes. Y por supuesto, espero que continúe así. 

- Solo trato de mantener un orden. Mantenernos a salvo. –dijo Pablo extrañado.

- Sé muy bien cómo eres. No hace falta que me lo expliques. Solo te estoy dejando claro, que si decido hacer algo, lo voy hacer. –gruñó Ramón lanzándole una mirada punzante.

- Recibido. –le devolvió la mirada.


Los primeros cinco kilómetros los caminaron con facilidad. Pero a partir de ese momento, el cansancio hacia mella. Aunque quedaban aun diez kilómetros, se podía distinguir la ciudad. Era una carretera plana y recta. Por su lado izquierdo, un grupo de cuatro infectados andaban hacia ellos. Los soldados se disponían a abatirlos con sus armas, pero Reina y Sharpay se lo impidieron. Corrieron hacia ellos, y en treinta segundos los infectados estaban en el suelo con sendas heridas en sus cabezas. Tanto Pablo, como los soldados, los observaban con cierta admiración. 

A medida que se acercaban, ya era evidente la degradación de los edificios. Algunos habían ardido en llamas. Seguramente, por pequeñas explosiones de las tuberías de gas. Examinaban los coches abandonados en la misma carretera. Uno de ellos, aún conservaba las llaves puestas. Pero el interior era asqueroso. El desgraciado que murió en su interior, ya no estaba allí. Pero sentarse no era ni mucho menos placentero. El motor de arranque parecía funcionar, pero el chivato del gasoil mostraba que el depósito estaba vacío. Alguien ya había extraído el preciado líquido. Continuaron hasta el siguiente. Más de lo mismo. 

Un escalofrío recorrió sus cuerpos. De repente, un frio intenso y la repentina desaparición del caluroso día, les atrapó. El cielo se ennegrecía a pasos agigantados.  Algunos maldijeron en voz alta por tener que soportar un nuevo chaparrón. Mas, cuando a lo lejos, divisaron como un rayo caía sobre un edificio. Seguido, dos segundos después, de un sonoro trueno. Debían darse prisa en encontrar los suministros necesarios, o resguardarse temporalmente. Aceleraron el paso, llegando hasta las inmediaciones de un centro comercial. En el parking, se encontraban cientos de vehículos. Se acercaron hasta la primera puerta de cristal que vieron, pero se amontonaban cientos o miles de infectados. Cerca del centro comercial, estaba el surtidor de gasolina y una pequeña tienda. Por suerte, no había infectados dentro. Uno de los soldados, con una patada, abrió la puerta del almacén, destrozando por completo la parte donde estaba el pomo. Encontraron lo necesario para llevarse el gasoil. Varias garrafas, con algún líquido que desconocían, e incluso bombas de plástico para succionar el interior del depósito y rellenar las garrafas. Revisaron varios vehículos. Por suerte, allí no habían tocado nada. Con dos coches, llenaron las siete garrafas sustraídas del almacén. Otro trueno sonó, aún más cerca, indicándoles que la tormenta estaba a punto de caerles encima. Pero eso no era todo. Sin saber cómo, casi por arte de magia, los muertos empezaban a acercarse entre los coches hacia ellos. Reina se subió al techo de una furgoneta para tener una visión más amplia. La cara de preocupación, no paso por alto al resto del equipo. 

- Son muchos –gritó Reina sacándose el cuchillo de su funda.


Mientras saltaba desde lo alto, le clavó el cuchillo a uno que pasaba por allí y trataba de agarrarle desde abajo. Retrocedió hasta donde estaba la mayoría. Uno de los soldados, había conseguido con éxito, arrancar un coche. Se apretaron bien en los escasos centímetros del interior del vehículo, y aceleró a tope llevándose por delante a un muerto. La lluvia empezaba a caer sobre el sucio cristal delantero. El conductor accionó los limpiaparabrisas y en una primera barrida los dejó peor que estaban. La lluvia volvía a empapar el cristal, y con una segunda barrida logró limpiarlo del todo. Pablo, que iba de copiloto, miraba por el retrovisor. Aquella calle del parking ya estaba infestada de muertos andantes que intentaban seguirlos. Un frenazo sin aviso, hizo que todos se precipitaran hacia delante. Pablo, fue el que más daño se hizo, al golpearse con la luna. Se hizo una pequeña brecha encima de la ceja izquierda. 

- ¿Qué pasa? –preguntó Ramón refunfuñando.

- Nos han cortado el paso. –informó el conductor.


Por delante, había tantos como por la parte trasera. Reina y Sharpay fueron los primeros en abandonar el coche. A los primeros, los más adelantados o los que venían por los laterales, pudieron abatirlos con facilidad. Pero a medida que llegaban, les costaba mantenerse en pie sin tropezar con alguno. Finalmente, salieron todos, y con sus armas iban abriéndose paso. Corrieron por un pasillo cubierto, con tiendas comerciales a su derecha. Los muertos comenzaban a adentrarse hacia ese mismo pasillo, y cada vez los tenían más cerca. La tormenta era cada vez más intensa, tanto, que se formó un charco en el suelo resbaladizo por el que corrían. Ramón resbaló, empotrándose contra un escaparate. Reina, retrocedió, para socorrerlo. Con cierta dificultad, lograron alcanzar a los demás. El pasillo parecía interminable. Ramón disparaba su pistola a todo lo que tenía a menos de dos metros. Reina, prefería esquivarlos. Al final del pasillo, un pequeño jardín con una valla de tres metros, era su salvo conducto. Allí estaba esperándoles uno de los soldados. Cuando llegaron, puso sus manos entrelazadas, para que la usasen como trampolín. Ramón, no se lo pensó dos veces y saltó. 

- Sube tú –le dijo Reina.

- Venga, no seas tonto ni quieras hacerte el valiente. –le recriminó el soldado.

- Joder, -su habitual sonrisa desapareció- estoy acostumbrado a escalar más altura que esta. 

- ¿sabes qué? –dijo desafiante- no te lo pienso decir más. Tú mismo.


Reina ayudó al soldado a subir. Incluso, si no le llegan a ayudar desde arriba, se hubiera caído de nuevo al suelo. Reina miró hacia atrás. Aun le separaba unos metros de los primeros muertos que le acechaban. Miró a lo alto del muro, y vio como le observaban. Tomó carrerilla, y con un gran salto, apoyándose en un macetero a un lado, logró llegar hasta arriba sin que le ayudasen. Estaban en el primer piso del centro comercial. Una terraza. Se podían ver las mesas y las sillas, aun en su sitio. Las puertas de los establecimientos, permanecían cerradas. Al acercarse a una de ellas, comprendieron por qué. Estaban llenas de muertos que pringaban sus vísceras por las cristaleras. 

- Deberíamos quitarnos de su vista. –propuso Sharpay- Esos cristales no aguantaran mucho. Si se olvidan de nosotros, ganaremos tiempo para encontrar una solución.

- Lleva razón. –dijo Pablo, escondiéndose detrás de unas grandes macetas con plantas artificiales a modo de pantalla.


Los demás hicieron lo mismo, aunque tomaron varias sombrillas con sus contrapesos, para resguardarse de la lluvia. Se encontraban exhaustos. Reina se asomó por el lado más alejado de la terraza. Estaba plagado de muertos. Aunque muchos menos que cuando los atacaron en el hostal del padre de Raúl. Se notaba nervioso. Habitualmente, siempre encontraba un modo de salir de estas situaciones. Pero en ese momento, quizá por el cansancio o la adrenalina, lo le permitía pensar con claridad. Miró sobre sus hombros, hacia los restaurantes. Los muertos seguían allí. Tratando de salir. Observó la estructura del edificio. Parecía como si estuviese construido a modo de escalones gigantes. Sin pedir permiso, corrió hacia uno de los restaurantes de la izquierda. Tenía un pórtico muy parecido a los templos griegos. Lo que le permitiría tener un mayor agarre de escalada y subir al siguiente piso. Lo subió, no sin antes resbalar con la desgatada piedra y mojada. Pero nada que no tuviera ya asumido. Cuando llegó a la parte superior, descubrió una terraza llena de piedras pequeñitas. Había salidas de humos cada cinco o seis metros. Al fondo, una escueta puerta metálica entreabierta. Se acercó a ella, abriéndola lo más despacio que podía. Dentro solo había unas estrechas escaleras que daban a otra puerta. Al tratar de abrirla, notó que no podía. Algo la estaba empujando desde el otro lado. No quería forzar, por si estaba lleno de muertos. Por la minúscula rendija, podía ver un poco la galería del centro comercial. Quizá un pasillo que daba a los servicios. Su corazón se congeló cuando alguien le miraba, a través de la misma rendija pero desde el otro lado. Y no era una mirada de un infectado, sino de un vivo.


lunes, 9 de abril de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 21.

Capítulo 21.


El lugar parecía tranquilo, y disponían de lo necesario para no morir de hambre o sed. La tienda era lo suficiente amplia para los cuatro. En los tres días que llevaban allí, no apareció ni vivos ni muertos. Lo cual era una buena noticia. La horda que dejaron atrás, parecía haberse desviado en algún punto. Lo único que les preocupaba, era el estado del restaurante. Emanaba un fuerte olor, y en ocasiones cuando el viento soplaba en su dirección, era insoportable estar allí encerrados. Alicia salió a tomar un poco el aire, a unos metros del lugar. Pensaba en su familia. Había perdido la noción del tiempo, y no sabía en qué día vivía. Si por casualidad, Roberto y sus hijos, habrían escogido ir en su busca, pasarían meses o incluso años en encontrarse. Ya no había líneas móviles ni internet para ponerse en contacto. La única esperanza que le quedaba era que aun permaneciesen en el pueblo o alrededores. Estaba indecisa. Ninguno sabía nadie que planes de futuro inmediato tomar. Ir sola hasta España, sería un durísimo empleo. Quizá si convencía a Mellea y Nestore, de acompañarla, sería más fácil. Pero claro, seguro ellos también querrían encontrar a sus familias. 

- Me gustaría hablar con vosotros. –reclamó la atención de los dos.

- ¿Ocurre algo Alicia? –preguntó Mellea apresurada.

- ¿Qué planes tenéis? No podemos quedarnos aquí eternamente. 

- No lo había pensado. –contestó ella. Seguidamente tradujo a Nestore.

- Yo tengo pensado poneros a salvo, y marcharme a mi pueblo. ¿tu? –tradujo Mellea a Alicia.

- Me gustaría volver a mi país. Pero no puedo hacerlo sola. Quizá vosotros… -dijo acalorada.


Hubo un silencio incómodo. Era lo que Alicia esperaba. Suspiró por la nariz, les sonrió falsamente, y salió de nuevo al surtidor. El silencio era abrumador. Incluso perturbador. Era consciente de que ella sola no podría recorrer todos esos kilómetros que le separaban de su hogar. Tan solo pensaba en su familia. ¿Y si les ha pasado algo? ¿Si llego y están muertos? Pensaba y profesaba un nudo en el estómago. Mellea llegó por detrás. Se puso a su lado y le ofreció un cigarrillo recién sacado de la máquina expendedora. Lo aceptó y ambas se lo prendieron.

- Si quieres, puedo acompañarte. Sé que mi familia, mis padres y mis tíos están muertos. Los vi convertirse antes de que nos llevasen los militares. –decía con voz triste.

- Te lo agradezco. –le pasó un brazo por los hombros.


Se conocían desde unos pocos días atrás. Pero le había tomado cierto cariño. En apariencia parecía frágil, pero si había logrado llegar viva hasta aquí, la convertía en fuerte. Igual que ella. A diferencia, de que ella ya no tenía por qué luchar. Nestore, les avisó de que se marchaba al aparcamiento. Iba ataviado con varias garrafas vacías y un tubo de plástico. Desde su posición, alcanzaban a ver todo lo que hacía. Estaba sacando la gasolina de los coches y del camión. Fue recopilando no menos de diez garrafas. Con extrema habilidad, logró desbloquear las puertas de dos coches familiares. En segundos, logró arrancar uno de ellos, y darle marcha atrás acercándolo a las garrafas. Abrió el maletero y cargó la mitad de las garrafas. Hizo lo mismo con el otro coche, pero esta vez llegó hasta la tienda. Volvió a por el otro coche y también lo aparcó cerca de la tienda. Rebuscó en la tienda varios mapas impresos, y con un rotulador fue marcando algo en ellos. Después salió para hablar con ellas, que lo miraban expectantes.

- En este mapa os he señalado la mejor ruta para evitar ciudades grandes, o con peligro de aglomeraciones. –explicaba- En el coche, hay dos cables sueltos. Pisad el embrague antes de conectarlos. Para parar el vehículo, tendréis que calarlo. Siento no haber encontrado las llaves. En la tienda, aún quedan provisiones para todos. 

- Espera, espera…-decía Alicia sin comprender.

- Tienes decidido que vas a tu casa. Yo también a la mía. Me llevo al chico. He hablado con él, y por las indicaciones que me ha dado, es de la misma zona que yo. Con un poco de suerte, podremos encontrar a alguien. 


En cierto modo, agradecía lo que Nestore estaba haciendo por ella. 

- Te agradezco todo. –dijo con media sonrisa.

- No hay de qué. –de su cartuchera, sacó su pistola. Comprobó la munición, y de otro bolsillo sacó dos cargadores- Antes de disparar, quita el seguro. 

- No creo que sepa utilizarla. –dijo temblorosa.

- Aprenderás. Solo utilízala en caso de emergencia. Ya sabes… atrae a los indeseables. 


Nestore y Luka fueron los primeros en subirse a su vehículo. La tienda quedó completamente vacía. Antes de marcharse, se fundió en un abrazo con las mujeres, y les deseo suerte. El niño, permaneció en el asiento del coche. Después vieron cómo se marchaban. 

- ¿Qué hacemos? –preguntó Mellea. 

- Aun es de día. ¿nos vamos?


Mellea, que parecía ansiosa por empezar la ruta, sonrió a la vez que se sentaba en el asiento del copiloto. Alicia, también se colocó en posición, y antes de poner en marcha el coche, observó el mapa marcado por Nestore. Memorizó algunas partes, y dejó que Mellea doblara de nuevo el mapa, mientras ella, por primera vez, arrancaba un coche como un delincuente. Enseguida arrancó. 

Recorrieron varios kilómetros hasta que comenzaba a anochecer. Descubrieron un hotel de tres estrellas en buenas condiciones, y escondieron el coche por la zona de carga y descarga. Rodearon el recinto para observar los peligros. Por suerte, este había sido desalojado en cuanto los primeros casos salieron a la luz. No había coches en el aparcamiento subterráneo. La puerta que daba acceso desde allí, estaba abierta. Alicia sacó la pistola que le dio Nestore y quitó el seguro. Mellea encontró una barra metálica, que se apropió como su arma en esos momentos. El pasillo interior, daba a unas escaleras. Tuvo que encender la linterna para iluminar la estancia. No había signos de lucha ni sangre. Subieron con mucha cautela, y sin hacer ruido, las escaleras, hasta llegar al primer piso. Era la recepción. Se notaba que había salido a toda prisa. Pero no encontraron ni cadáveres y muertos andantes. 

- Parece despejado. –susurró Alicia.


Miraron en el salón restaurante, en la tienda de regalos, en los almacenes de la limpieza. Excepto en las habitaciones. Con reparos, subieron hasta la primera planta de habitaciones. Se sorprendieron al ver que las luces de emergencia aun funcionaban. Las puertas estaban cerradas. Visitaron las otras cuatro plantas. No había ninguna puerta abierta. Aunque no era síntoma de que algún cliente rezagado se quedara dentro. Mellea, golpeaba en las puertas.

- ¿Qué haces? –preguntó Alicia con el corazón en un puño.

- Si hay alguno dentro, lo sabremos si hacemos ruido. Al menos podremos saber en cual podemos entrar y cual no. –contestó como si fuera algo obvio.


Siguiendo con esa pauta, supieron que en doce habitaciones, aun se encontraban infectados dentro. Con más tranquilidad, intentaron averiguar cómo entrar en una habitación. Era tentador volver a dormir en un colchón con almohada. 

- Mientras no haya electricidad, no creo que podamos abrirlas. –repuso Alicia.

- Pues hagamos palanca. No parecen puertas muy fuertes.


En la habitación número uno del hotel, hicieron palanca con un hierro plano que encontraron en las escaleras. La puerta cedió sin problemas. Aunque al caerse la barra, provocó un estruendo que excitó a los infectados de esa planta. Se mantuvieron quietas y en silencio, con la carne de gallina al pensar que podrían salir de sus habitaciones. Pero al poco se calmaron y no continuaron golpeando las puertas. La habitación estaba a oscuras. Alicia la iluminó con la linterna. Estaba impecable. Como si nadie la hubiera utilizado antes del desalojo. Disponía de dos camas individuales, un armario empotrado, un escritorio con una televisión antigua encima, y una silla. Retiró las cortinas, y algo de luz iluminó la habitación. Mellea se dejó caer en una de las camas más próxima a la ventana. Alicia sonrió, e hizo lo mismo en la otra. 

- Oh dios. Que gusto. –notaba como las vértebras le crujían.

- Como echo de menos mi cama. –dijo Mellea estirándose, y colocándose la almohada debajo de su cabeza. 

- Yo también. 

- Mira…-le señaló un mueble debajo del escritorio-… me apuesto lo que quieras a que hay alcohol y chocolate.


Alicia la miró divertida. Ambas se levantaron a la vez, como si de una carrera se tratase. Lanzándose hacia el mueble. Efectivamente, dentro del mueble, se encontraba la mini nevera. Sin frio. Pero con todo el contenido intacto. Rieron, como si hubieran encontrado un tesoro. Mellea, se hizo con una botellita de vodka diminuta. La abrió y le dio un sorbo tan grande que no quedó nada en su interior. Alicia la miraba sorprendida. Se relamió, al ver una tableta de chocolate triangular. Antes de comer el primer trozo, dio un pequeño sorbito a una botellita de ginebra. Para cuando se dieron cuenta, habían acabado con todas las botellas y snacks. Alicia se levantó mareada. Se aproximó al lavabo y vomitó. Desde fuera, escuchó como Mellea se reía a carcajadas. Incluso ella, al verse así, entre arcadas se reía de sí misma. Como si fuera lo normal, se levantó al grifo y lo abrió. De ella salió agua. Con fuerza. Mellea se cayó y llego hasta el baño atraída por el agua. 

- ¿Hay agua? –preguntó dificultosamente debido al alcohol ingerido.

- Si…


Mellea se metió en la ducha, y abrió los grifos. Las tuberías carraspearon un momento, pero de repente un gran chorro la empapó. Al principio era agua ligeramente marrón, pero a medida que salía se clareaba. Estaba fría, aunque la sensación de meterse en agua limpia era sensacional. Tras unos segundos, comenzó a salir caliente. 

- Alicia… -dijo riéndose-… sale caliente. ¿Cómo es posible?

- No me digas… pues no lo sé. Pero pienso aprovecharla yo también.


Hizo que Mellea se apartase y se metió bajo el chorro de agua caliente. Aun había unos sobres de champú y gel, que obviamente no desaprovechó. Le daba igual que estuviese ella delante. Se quitó la camiseta, los pantalones y la ropa interior. 

- Tu deberías hacer lo mismo, hueles fatal…-no pudo contener una nueva carcajada.


La chica le hizo caso, y trató de desnudarse sin resbalar. Recuperaron la sensación de estar limpias y con buen olor. Cuando creyeron que ya era suficiente, apagaron los grifos y utilizaron las toallas que seguían en su sitio. Un poco polvorientas, pero nada importante. Alicia fue hasta su cama, y se tumbó. No se había dado cuenta de cuan cansada estaba, y después de una buena ducha su cuerpo le pedía descansar. Tras tantas semanas durmiendo en campamentos, lugares abandonados o surtidores llenos de cadáveres, esa habitación de hotel era un lujo. Cerró los ojos, y trató de relajarse. Los brazos y piernas le dolían por no estar en tensión. Era agradable. Tan solo le faltaba una cosa. Que Roberto, Raúl y Rebeca estuvieran aquí con ella. Dejó escapar una sonrisa al imaginárselo. Sentía que se dormía. Quizá ya por instinto, cada vez que notaba que no era consciente, se despertaba sobresaltada. Pero al ver que ya no había peligro, al menos por el momento, volvía a cerrar los ojos. Se estaba quedando dormida de nuevo. Empezó a notar mucho calor. Su corazón latía acelerado. Noto un pinchazo de placer en el vientre. No entendía que le pasaba. Pensó que era por el cansancio. Abrió levemente los ojos, y descubrió a Mellea a su lado. Recostada. No sabía cuándo, pero le había quitado la toalla que se había puesto de pecho para abajo. Le estaba acariciando la comisura de su sexo, provocándole eléctricos puntazos de placer. Al fin reaccionó.

- ¿Qué cojones haces? –preguntó Alicia asustada y tratando de taparse.


Mellea se levantó como un rayo, quedándose de pie se llevó las manos a la cara avergonzada.

- Lo siento… ha sido el alcohol, la ducha, verte desnuda… me… he sentido excitada… -los colores de sus mejillas habían tomado un color rojo intenso.


Alicia se sentía rara. Ver a Mellea, allí de pie, completamente desnuda. Atrajo su atención, la esmerada figura de la joven. Tragó saliva, recordando esos impulsos eléctricos que le estaba provocando sus caricias, y quizá el alcohol, la llamó de nuevo. 

- Ven…-dijo temblorosa-… hazme otra vez eso que me estabas haciendo.


viernes, 6 de abril de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 20.

Capítulo 20.


Ya no sabía que excusas darles a sus amigos sobre el paradero de Raúl. Pablo se encontraba sentado en la silla de su escritorio, con la botella de coñac a punto de acabar. Rellenó de nuevo su vaso, y las escasas gotas que quedaban en la botella, se las bebió directamente desde ella. El campamento había vuelto a normalidad, desde que hacía ya dos semanas que fueron atacados por los infectados. Lo cierto, es que había notado que gran parte de sus soldados, estaban más crispados que de costumbre. Llegando a desobedecer gran parte de sus órdenes. Conocía exactamente el motivo. Era el doctor Manzaneque. Les había prometido una cura. Eso sí, sin contarles ni una sola palabra sobre los experimentos que hacía con Raúl. Llegando, incluso, a poner en tela de juicio las decisiones de su General. Algo que no pasaron desapercibido por varios soldados, que apoyaban por completo al Doctor. A pesar de estar anocheciendo, decidió que era hora de hablar con Manzaneque, sobre Raúl. De nuevo, no pudo reprimir un atisbo de rechazo al ver a aquel muchacho, sufriendo una y otra vez en esa cama. 

- Me prometiste que no sufriría. –le inquirió Pablo al doctor.

- Le prometí que haría todo lo posible por qué no lo hiciera. Pero según las últimas pruebas, necesito que el paciente sea consciente al ochenta por ciento. Se esa forma, todos sus órganos vitales son capaces de admitir el suero. No hay otra forma. Estamos muy cerca de saber cómo pararlo.

- Lo siento doctor…-le miró con rabia-… pero creo que doy por finalizada su investigación.


El Doctor Manzaneque, no sorprendido por lo que acaba de escuchar, le contemplaba con semblante apacible. 

- Señor… me temo que sus órdenes ya no son efectivas. –bajó un poco el tono, casi en un susurro- Tengo a la gran mayoría de mi parte. Solo tengo que chascar los dedos, y su mandato habrá terminado.

- ¿Me estas amenazando? –se encaró frente a frente con él.

- Tengo claro que un cara a cara contigo –los formalismos habían desaparecido- lo perdería. De eso no hay duda. Pero no creo que pueda con casi cincuenta soldados, entrenados como tú. Ahora si no te importa, tengo que continuar. El tiempo apremia.


Pablo quedó allí de pie, sabiendo que tenía razón. Lo llevaba viendo desde hace días. Se había ganado el favor de muchos, con sus promesas de salvación. Solo les interesaba eso. Alguien que les diese esperanzas. Sin embargo, él no podía contra eso. Tan solo se lo había podido conseguir unos meses con cuatro recursos obtenidos por ellos mismos. Observó cómo le volvía a inyectar algo a Raúl, y como este se retorcía de dolor. Parecía que estuviese sedado, pero no lo estaba. 


A la mañana siguiente, mientras se preparaba un café en su cafetera privada, dos soldados entraron en su barracón. Se asombró al verlos. 

- ¿Ocurre algo? –preguntó mientras habría un sobrecito de azúcar y lo vertía sobre su taza.

- Por favor, acompáñanos. –contestó uno de ellos.


Sabía perfectamente lo que ocurría. Seguramente, después de la charla el día anterior con el Doctor, este se estaba curando en salud y estaba actuando. Cuando se dispuso a coger su arma, los dos soldados desenfundaron la suya y le apuntaron.

- Señor, por favor, -le suplicó el más débil- no nos obligue. Deje su arma en el suelo, y póngase de rodillas.


Pablo lo miraba fijamente. El soldado le retiraba la mirada, avergonzado por lo que hacía, pero volvía a mirarle. Al final, accedió y colocó su arma en el suelo. Lanzándola con el pie hacia ellos. Acto seguido se puso de rodillas, colocando sus manos a su espalda. El otro soldado, guardó su arma, para sacar una brida grande. 

- Si hace cualquier tontería le disparas, -le ordenó a su compañero- Ya has oído al doctor. 

- Se lo que tengo que hacer. –contestó malhumorado.


Pablo se dejó amarrar, y el soldado le ayudó a levantarse.

- De verdad que lo siento, -dijo con tono de culpabilidad- pero creo que el doctor está más capacitado para el liderazgo que usted.

- No se preocupe. Lo entiendo. –mintió, pero aquellos jóvenes no se merecían las consecuencias de su ira.


Al salir del barracón, muchos de los civiles se lo quedaron mirando, incrédulos. Pablo solo les negaba con la cabeza, en señal de que no se preocupasen por él. Como esperaba, lo llevaron hasta una de las celdas improvisadas dentro de las casetas pre fabricadas. Justo, donde semanas atrás, había encerrado precisamente a Raúl. Era irónico. 

Los días pasaban, tan solo veía algún rayo de luz, cuando abrían la puerta para darle su ración de comida y agua. En ocasiones, consistía en garbanzos y verduras cocidas. En otras, tan solo restos de alguna lata de conservas. Al quinto día, el doctor lo visitó.

- Pablo, Pablo, Pablo… -decía desde el resquicio de la puerta- ¿No podías dejarme hacer mi trabajo?

- ¿Tu trabajo? ¿Torturando a personas inocentes? –le recriminó.

- Sabes también como yo, que si no era ese chico, iba a ser otro. Lo que no entiendo es tu obsesión con él. ¿Te recuerda a alguien?

- A ti que te importa.

- Voy a dejarte salir. Eso sí, espero que ahora entiendas la nueva situación. 

- ¿Qué situación?

- Ahora soy quien manda. Dejaré que trabajes en las cocinas. Tengo entendido, que estuviste haciendo un curso de cocina en tu excedencia. 


Era cierto, Manzaneque le dejó salir. Ahora ocupaba su barracón. Con todas sus comodidades. Por suerte, le asignaron una litera cerca de los amigos de Raúl. Que se sorprendieron al verlo llegar con una caja de sus pertenencias, y guardándolas en una taquilla.

- General…-decía Mónica-… No sabemos nada de Raúl desde hace semanas. 

- No me llames General. –contestó arisco- De todas formas, yo sé dónde está Raúl. Pero ahora no es momento de hablarlo. 

- ¿Pero está bien? –preguntó Héctor llegando desde atrás.

- No. No está bien. Cometí un error, y pienso subsanarlo. Pero debemos ser cautos. 

- ¿De qué está hablando? –preguntó Mónica asustada.

- El doctor Manzaneque se ha hecho con el control del campamento. Está obsesionado con encontrar una cura.


Entonces cayeron en la cuenta de donde podría estar Raúl. Ambos tenían los ojos y la boca severamente abiertos ante tal descubrimiento.

- Os prometo que sacaré a Raúl de ahí. Pero antes debemos buscar ayuda. Quiero observar a algunos hombres, que pienso, no son tan fieles al doctor como aparentan. Gente que conozco desde hace mucho tiempo. ¿Sabéis donde puede estar vuestro amigo? El que no quiso venir con vosotros.

- ¿Reina? –preguntó Héctor.

- Ese mismo. Podría sernos de gran utilidad. He visto como se mueve y las capacidades que tiene.

- Se quedaron en la cabaña con mi tío y Sharpay.

- Si siguen allí, deberíamos buscar la manera de pedirles ayuda. ¿Tenían armas?

- Mi tío tenía algunas de cuando era militar. Pero Reina y Sharpay son de apañárselas más rudimentariamente.


Eli, apareció en ese momento de la mano de Rebeca. Al ver al general allí, hablando en susurros con Mónica y Héctor, se apresuró en unirse. La pusieron al día, y no salía de su asombro. Acordaron, comportarse con normalidad, mientras Pablo tanteaba a algunos sobre su posible afiliación. Al único que notó, que estaba en desacuerdo al cien por cien con el doctor, era Patri. Antiguo supervisor de Raúl. Patri, se ofreció, en una de las salidas acercarse a la cabaña de Andrés. Darles el aviso. 

Los siguientes días, trataban de comportarse con normalidad. Aunque en ocasiones, les costaba demasiado, sabiendo donde estaba Raúl y que le estaban haciendo. Pablo, se amoldó con comodidad a su nueva situación. Pasaba la mayor parte del tiempo, como ayudante de cocina. A escondidas, lograba hablar con Patri sobre sus avances. Le estaba costando más trabajo de lo que esperaba, el contactar con los de la cabaña. Cuando no exploraban lejos de allí, tenía a otro soldado pegado a su culo. No porque sospecharan de él, sino más bien, por circunstancias intrínsecas de la misión. Pablo, por su parte, ya había contactado con varios hombres de su máxima confianza, que estaban simulando ser fieles al doctor por no tener mayores problemas. Pero ya le habían confirmado a su general, que contasen con ellos cuando llegase la hora. 

Una noche, mientras se cambiaba para dormir, Patri entró en el barracón. Hizo una señal a Mónica, Eli y Héctor para que se reuniesen con Pablo. Había más personas dentro, que los miraron con recelo. Patri, al percatarse de eso, venia provisto de algunas revistas que encontró por ahí. Simuló que les enseñaba algo de una revista, pero les contaba cómo había contactado con Reina. Al parecer, aún seguían allí, en la cabaña. En cuanto Patri les contó donde tenían a Raúl, enseguida se pusieron en marcha. 

- Hay un viejo almacén cerca de aquí. En un polígono industrial. Esperaran allí a que les demos instrucciones. –contaba Patri casi en un susurro.

- Yo he conseguido que cinco de mi escuadrón, estén con nosotros. –decía Pablo señalando algo en la revista- Ahora… ¿Cómo sacamos a Raúl del barracón? No podrá mantenerse en pie. Lleva semanas postrado en la cama. Tendrá los músculos atrofiados.

- Señor… General… Pablo…-Patri no sabía ya cómo llamarle-… mañana por la noche, hay un equipo de exploración nocturna. Creo recordar, que son sus hombres. 

- Bien pensado, -le posó una mano en el hombro- pensemos en una distracción para sacar a Raúl en la camilla y meterlo en el camión. Vosotros, -señaló a Mónica y compañía- tenéis que estar preparados para meteros dentro del camión junto a mis hombres. Patri, cuando contactes con los de fuera, diles que necesitamos que armen una distracción por el lado sur. Algo sencillo. Que no parezca obvio. 

- El barracón donde está Raúl, tiene las veinticuatro horas vigilancia. –expuso Héctor.

- De esos me encargo yo. –dijo Pablo con confianza- Pero es muy importante, que vosotros, estéis cerca del camión para ayudarme a subir a Raúl cuando llegue con él. 


Matizaron varios flecos pendientes, y cada uno se fue a dormir. Si todo salía bien, mañana a la misma hora estaría fuera de allí. Mientras serbia el desayuno, Pablo fue informando a sus hombres por separado. Patri ya había salido en dirección al almacén para poner en aviso a Reina. Mónica, que daba clases a los niños, miraba con insistencia hacia el barracón donde estaba Raúl. Héctor, que tenía asignado el cuidado de los cerdos, se comportaba con normalidad. No tanto Eli, que odiaba estar lavando las ropas sucias de los soldados. Por último, Rebeca, se entretenía jugando con otros niños en un barracón vigilado. Para todos, parecía que el tiempo se había detenido. Pero por fin, la noche llegó. Aunque acompañando a la noche, también les vino una nueva tormenta. Eso no cambiaba los planes. Pero podía complicarlos. El ambiente seco, pero gélido, dio paso a una abundante lluvia fría. Pablo, observó cómo su gente preparaba el camión para la exploración nocturna. Era una práctica habitual, para despejar de infectados la zona. No se podían permitir el lujo, de que les pasase de nuevo tener una horda tan cerca y no darse cuenta hasta unos metros antes. Se dieron el visto bueno tan solo con las miradas. Justo antes de marcharse de las cocinas, derramó a propósito una cazuela con restos de sopa servida en la cena.

- Joder Pablo…-se quejó el cocinero jefe-… nos quedaba bastante para mañana…

- Discúlpame Nicolás… -simuló estar avergonzado-… me quedaré aquí a recogerlo.

- Anda, deja que te ayude…-aun lo trataba como si fuera su general.

- No. De verdad… -insistió-… es culpa mía. Además, ya no gozo de los privilegios de General. Descansa. Te lo has ganado, dando de comer a toda esa gente.

- ¿Estás seguro? –preguntó incómodo.

- Claro que sí. –volvió a insistir.

- Pues aquí te dejo. Estoy molido. No tardes mucho, que mañana hay que madrugar. –dijo mientras se quitaba el delantal y estiraba los brazos y espalda.


Esperó a que se fuera, para abrir el cajón de los cuchillos. Uno, con su funda se lo guardó en la parte trasera y otro lo sujetó con la mano. Se acercó hasta la apertura del barracón, y entre la lluvia observó cómo se alejaba. Debido a la lluvia, casi no había nadie por fuera. Se podían distinguir las sombras a través de las lonas de los barracones. Miró hacia su antiguo barracón privado, el cual ahora lo disfrutaba Manzaneque. No pudo saber si estaba dentro. Hasta que pasaron por su lado, el doctor y dos hombres que le acompañaba. 

- ¿Habéis puesto dos hombres nuevos en mi laboratorio? –preguntó a los hombres.

- Sí señor. Estarán frescos para toda la noche. –contestó uno de ellos.

- No quiero llegar y encontrármelos dormidos como a los dos últimos.

- No se preocupe, doctor. Les ordené que durmieran toda la tarde.

- Muy bien. Ahora me iré a dormir un poco yo. Tengo una jaqueca insoportable. –decía mientras se alejaban.


Pablo vio cómo se adentraba en el barracón, mientras los dos guardaespaldas se quedaban en la entrada. Sentados en una silla. A pesar de la lluvia, les había ordenador quedarse en el exterior. Estaba claro, que temía que alguien le atacase. Llegar al poder de esa manera, lo normal es que te busques más enemigos, que amigos. Pensó Pablo con media sonrisa. Tanto Reina como Ramón y Sharpay, solo debían actuar en caso de que algo saliera mal. Debido al último ataque de los infectados, ya no tenían tantos vigías como antes. Salió del barracón y miró hacia el lado sur. Supuso que le vieron, cuando vio encenderse y apagarse a lo lejos una luz de una linterna. Fue caminando, tranquilo, hacia el barracón laboratorio donde estaba Raúl. A unos metros más adelante, vio a su gente preparada en el camión. Retrasando la salida. Detrás de unos coches todoterrenos, pudo advertir que se encontraban Mónica, Héctor, Eli y Rebeca esperando a que llegase con Raúl. Justo, cuando pasaba por delante de los vigilantes nuevos que había puesto el doctor.

- Buenas noches, -saludó uno de ellos, secándose el agua de la cara.

- Buenas noches. –sonrió Pablo en el momento en que con ambas manos, clavaba en las gargantas de ambos hombres los dos cuchillos.


Les arrebató sus armas, colgándoselas del hombro y entró. Allí estaba Raúl. Tumbado en la cama, en penumbra. Fue hasta el otro lado, y rasgó la lona lo suficiente para que la cama pasase sin dificultad. Tan solo tendría que recorrer unos diez o quince metros sobre la tierra embarrada. Le quitó todas las vías y aparatos conectados, y movió la cama. Una luz cegadora, le cortó el paso. 

- ¿Pensabas que no me daría cuenta de que tramabas algo? –preguntó Manzaneque llegando desde atrás, con el cocinero jefe.


martes, 3 de abril de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 19.

Capítulo 19.


Las ráfagas de metralla, se mezclaban con los truenos y rayos de la gran tormenta que tenían encima. Se encontraban tan apretados, que en ocasiones les costaba respirar. No era para menos, debido, incluso, a la histeria colectiva. Niños, mujeres y hombres lloraban desesperados. La situación empeoraba por momentos. La lona de la carpa donde los tenían a resguardo, comenzaba a resquebrajarse con tanto peso de agua de lluvia. El viento huracanado tampoco ayudaba, y en ocasiones, parecía como si fuera a salir volando. De no ser por tanto peso de agua, hacia horas que ya se lo habría llevado el viento. Era sabido por todos, que el ejército estaba lanzando bombas en los puntos más calientes. Lugares que, estratégicamente, habían logrado reunir miles de infectados. Pero cada vez sonaban más cerca. Cada impacto, tenía un efecto expansivo, que notaban bajo sus pies. Una mujer mayor, no pudo aguantar la presión, y sufrió un infarto. Su marido, trataba sin éxito de socorrerla. Aquello provocó más histeria. Algunos trataban de alejarse, ante el temor de que la anciana se levantase. Lo que provocaba que los más cercanos a la verja, se vieran aprisionados. Dejándolos inmóviles por completo. El sentimiento de ahogo, sacaba los instintos más primitivos. Lentamente, la verja cedió. Aquello supuso un alivio para los más atrapados. Comenzaban a salir a campo descubierto. Quizá era mejor que permanecer en aquella trampa para ratones. Los soldados que permanecían en ese lado del campamento, no actuaron contra ellos. Todo lo contrario, los ayudaban a salir. Había gente por el suelo, que los pisoteaban sin remordimiento. Quizá ni siquiera supieran que estaban pisando. Tan solo tenían un objetivo. Salir de ahí. A pesar de ser pleno día, parecía como si fueran las dos de la madrugada. El cielo ennegrecido, y la intensa tormenta, ayudaban a dar esa imagen de noche. Un nuevo impacto de bomba, retumbó con tanta fuerza, que algunos sintieron un punzado en sus oídos. Algunos tenían claro que si las lanzaban contra grupos muy numeroso de infectados, esa última bomba les informaba que ese grupo se acercaba a lo que ya no era un punto seguro. Ni mucho menos. La metralla, al otro lado del campamento, no cesaba. Es más, aumentaba. Los supervivientes corrían por el campo, en todas direcciones. Supervivientes, y algún que otro soldado, embargado por el terror. ¿Quién se lo iba a echar en cara? Tan solo valía una cosa. Alejarse de cualquier ser que caminase torpemente, con la cabeza ligeramente ladeada, ojos perdidos y sin brillo, y aspecto sumamente calcado a la muerte. Alicia comenzó a correr, cuando una chica joven se interpuso. Golpeándose en ambas cabezas con tanta fuerza, que se sintió mareada. Logró recuperarse enseguida. Pero la chica no. Trataba de levantarse, pero el mareo, y una brecha en la ceja se lo impedía. Al principio, se alejó. Pero al mirar por encima de su hombro, le invadió un sentimiento de culpa. Por lo que, retrocedió, y levantó a la chica. Pasándole un brazo por los hombros. 

- Gracias –le dijo la chica en italiano.


Alicia no contestó. No era momento de charlar. Debían salir de ahí cuanto antes. Un hombre descontrolado, las arroyó. Tirándolas de nuevo al suelo. Le maldijo en voz alta, pero ya no distinguía a quien se lo decía. Las personas se entrecruzaban entre ellas. Los disparos del ejército, se escuchaban más cerca. Estaban retrocediendo. Los infectados les ganaban terreno. La chica, parecía recobrar fuerzas. Ambas se levantaron y volvían a escapar. Cuando vieron a un niño, entre dos cadáveres, llorando. La chica miró a Alicia, y no dudaron en coger de la mano al chiquillo. Corrieron en línea recta varios metros. El niño, los estaba atrasando. 

- ¿Puedes correr tu sola? –le preguntó Alicia a la chica.

Esta asintió con la cabeza. Así que, tomó en brazos al niño, y continuaron corriendo. Tenían las ropas empapadas. Se habían alejado bastante, como para aminorar la marcha. Sobre una colina, podían observar el desastre. Un nuevo avión sobrevoló sus cabezas. Sabiendo lo que podía ocurrir, se taparon los oídos. Obligando al niño a hacerlo también. Un nuevo estruendo, hizo que perdieran el equilibrio. Aun estando tan lejos del punto NO seguro. Se alejaron todo lo que pudieron, hasta incorporarse a una carretera secundaria. Siguieron esa carretera, intentando que algún coche parara y les ayudase. Sin embargo, los dos únicos vehículos que pasaron, ni siquiera aminoraron la velocidad. Alicia tenía entumecidos los brazos de llevar al niño. Cerca de una gasolinera abandonada hacia años, hicieron un alto en el camino. La estructura de ladrillo aún permanecía en pie. Aunque carecía de ventanas y puertas. Daba igual. Tan solo querían resguardarse de la tormenta, y de posibles infectados. Había goteras, pero no era ni mucho menos tan molesto que la lluvia. No había nada dentro, ni siquiera una mísera silla o mesa con la que pudieran hacer un fuego para calentarse. Alicia, dejó allí a la chica y el niño, y les pidió que no se movieran. Ella miró desde el exterior, si podría encontrar algo que les fuera de utilidad. Por suerte, a unos pocos metros, había una pila de palets. Estaban empapados, pero algo de fuego conseguirían. Arrastró los menos mojados hasta el interior, y agradeció que aun conservara su paquete de tabaco con un mechero en el interior. Era una costumbre que había dejado desde hacía años, pero dados los últimos acontecimientos, había vuelto. Si no le mataba el tabaco, lo harían aquellos seres infectados. Arrancó un trozo de cartón del paquete, y consiguió hacer una pequeña llama para prender los palets. La madera chisporroteaba dada la humedad en su interior. Hubo un momento en que casi se apaga, pero enseguida logró avivarlo de nuevo. Por fin se podían calentar un poco. Se quitó los pantalones y la camiseta, y los dejó lo suficiente cerca de la lumbre para que se secase. La chica hizo lo mismo. Alicia, se acercó al niño asustado, y trató de quitarle la ropa. Para que no tuviese frio, o no mucho, lo arropó con su abrigo. Estaba mojado, pero era mejor que nada. 

- ¿Cómo te llamas? –preguntó a la chica- Yo me llamo Alicia.

- Mellea –contestó tiritando, tanto por el frio como por la conmoción.

- ¿y tú pequeño? –se dirigió el niño.

- Luka Vitale –contestó el niño.

- Muy bien Luka, ¿Cuántos añitos tienes? –preguntaba en su escaso conocimiento de italiano.

- Ocho.

- Escúchame bien Luka, -le decía Alicia tratando de animarle- saldremos de esta. ¿Estaban tus padres allí?

- Si.

- ¿Tienes más familia?

- Si. Pero no sé dónde viven.

- No te preocupes. Con nosotras estarás bien. –miró la brecha en la ceja de Mellea- ¿Cómo estás? ¿te duele?

- No mucho. 

- Vale… -suspiró-… esperaremos aquí, hasta que se tranquilice un poco todo. Cuando amaine la tormenta, buscaremos algún lugar más seguro.


Al poco tiempo, los primeros palets se consumieron. Tuvo que vestirse para salir a por más. Prácticamente metió todos dentro. Además, los dispuso a modo de pantalla, para que si por casualidad, algún infectado entrase, les impedía un ataque directo. A decir verdad, se sentían más seguras así. En el exterior, aun se podían escuchar a lo lejos los disparos. Aunque las detonaciones habían cesado. Supieron que los aviones, empezaban a retirarse, cuando todos juntos se alejaban. Ninguno volvía para seguir lanzando bombas. Alicia sacó de una cartera guardada en uno de sus bolsillos traseros, una fotografía. Ahí estaban los cuatro. Felices. Ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba en aquel país. Tan solo esperaba que su familia siguiese bien. Roberto le dijo en la última conversación por móvil, que buscaría la forma de buscarla. Sin embargo, si todo el mundo estaba igual, seguramente les sería muy difícil encaminarse hacia allí. Un ruido en el exterior, las puso en alerta. Pudo ver como el niño, estaba medio dormido en las piernas de Mellea. Alicia le hizo un gesto con el dedo para que no hiciese ruido. Poco antes de salir corriendo del campamento militar, pudo guardarse un destornillador de grandes dimensiones, que descansaba encima de uno de los vehículos en reparación. Lo agarró con fuerza, y se levantó despacio. La lluvia copiosa, entraba por el hueco donde antes había ventanas. Pudo distinguir una sombra al otro lado de la construcción en ruinas. Avanzó despacio. Si solo fuera un infectado, quizá tendría una oportunidad. Con tan mala suerte, que pisó unos restos de cristales, provocando que un simple ruido resonara con un enorme estruendo. La sombra se movió, acelerando el corazón de Alicia hasta límites insospechados. Ya no la veía. Se encontraba indecisa, entre seguir avanzando o quedarse en aquella posición, donde si venia podía abatirlo con más seguridad. Cuando se disponía a dar un paso más, alguien salió de su escondite asustándola. Dando un grito. Era un soldado que la apuntaba con su fusil de asalto. Al ver que Alicia no era una infectada, bajó su arma y resopló.

- Perdona –resopló el soldado en Italiano- pensé que eras uno de ellos.


Alicia entendía un poco el italiano, pero no lo dominaba. Le habló tan rápido que, la última frase no la entendió.

- Ha dicho que pensaba que eras uno de ellos. –apareció Mellea por detrás.

- ¿Estáis solas? –preguntó el soldado.

- Nosotras y un niño. Venimos del campamento. –contestó Mellea en su idioma natal.


Aquel soldado, de aspecto juvenil, dio una rápida ojeada por encima de los palets. Sus manos aun le temblaban. Dejó apoyado su fusil entre el suelo y la pared desconchada, y se desabrochó el casco. Al quitarlo, descubrió una prominente calvicie, que ninguna de las mujeres pasó por alto. Se veía un chico joven, pero sin nada de pelo en la cabeza. Se notaban las entradas, y seguramente, se rapaba casi al cero para disimular su calvicie. Trataba, nerviosamente, de buscar algo en sus bolsillos de todo el uniforme. Finalmente, en uno de los bolsillos delanteros, encontró lo que buscaba. Una cajetilla de puritos finos y un encendedor metálico. Se puso uno de ellos en los labios. Dado el estado de nerviosismo, no atinaba a prenderlo. 

- Tranquilízate –le dijo Alicia al verlo así.

- No puedo tranquilizarme. Esto me supera. –contestó en italiano. Mellea al ver la cara de Alicia se apresuró a traducirle.

- Dice que no puede. Que la situación le supera. –tradujo.

- No deberíamos quedarnos mucho tiempo aquí. La horda se desvió hace unos minutos. No tardaran en llegar. –decía a medida que Mella traducía.

- Pues marchémonos. –dijo Alicia, vistiendo a Luka.


Una vez que el soldado se tranquilizó lo suficiente, cogió de nuevo el fusil y se puso el primero. Observó el exterior, y les dio una orden de que podían salir. 

- Sigamos la carretera. En cuanto encontremos un transporte, lo utilizaremos. No miréis hacia atrás. –de nuevo el soldado daba instrucciones que Mellea tradujo para Alicia.

Sin embargo, solo hace falta que no te digan que hagas una cosa, para que lo hagas al instante. Miraron hacia atrás, descubriendo una gran masa de esos seres que ocupaba la totalidad de la calzada, y parte de los arcenes. Alicia, volvió a llevar en brazos a Luka, y aumento la marcha. Mellea la seguía muy de cerca. Llegaron hasta un cruce, donde se encontraron con dos vehículos colisionados entre sí. Los ocupantes ya no estaban, excepto en la parte de atrás de uno de ellos. Alicia tuvo que retirar la mirada, ahogando un llanto al ver un bebé de pocos meses lleno de sangre por todo el cuerpo y medio bracito desgarrado. El soldado trató de arrancar el coche que menos daño parecía tener. Pero desistió al ver que una de las ruedas delanteras estaba tan ladeada que no sería posible conducirlo. Continuaron varios kilómetros en línea recta. Mellea y Alicia se turnaban para transportar a Luka. Pero viendo que se alejaban con bastante facilidad de aquella horda, optaron por que el chico anduviera un poco para que no se hiciera tan difícil la caminata. Era casi de noche, así que debían buscar un lugar seguro para, al menos, pasar una noche. Sus estómagos rugían, solicitando su ración de sustento. 

- ¿Cómo te llamas? –preguntó Alicia al soldado.

- Nestore –contestó.

- Soy Alicia, ella es Mellea y el niño es Luka. Llevamos mucho sin comer. Deberíamos buscar algo.


Nestore, al escuchar las palabras de Alicia en boca de Mellea, buscó entre sus bolsillos. Sacó varias barritas energéticas y les ofreció una para cada uno. Era casi increíble, que con tan solo media barrita, la sensación de hambre desapareció por completo. Nestore y Mellea, continuaron por delante de Alicia y Luka. A pesar de no conocerse, entablaron conversación enseguida. Quizá también, por tener edades similares. El, con veinticuatro, y ella con dieciocho. La zona por la que transitaban, estaba desierta. Ni siquiera un infectado pululando a su antojo. Pero eso no era señal de seguridad. Las llanuras a ambos lados de la carretera secundaria por la que andaban, les ofrecía una amplia visión del lugar. Así que era muy complicado que les sorprendiese un infectado sin que lo hubiesen visto, previamente, a kilómetros. La tormenta había desaparecido por completo. En ocasiones la luna era tapada por nubes negras, llenas de lluvia. Un cartel les indicó que estaban a diez kilómetros de una autopista. Nestore, sugirió, seguir hacia allí. Ya que normalmente, las autopistas solían tener muchas áreas de servicios. Con un poco de suerte, permanecerían intactos. Además bromeó, señalando su indumentaria militar.

- ¿Quién se va a negar a ofrecer su hospicio a un militar? –bromeó, sabiendo que tendría razón.


Efectivamente, el soldado tenía razón. A pocos kilómetros para la incorporación, llegaron hasta un área de servicio. Por la escasa, o nula, iluminación supieron que allí no encontrarían mucha resistencia. No obstante, Nestore, que ya parecía menos tembloroso que cuando se encontraron por primera vez, cargó su fusil y encendió su linterna. Pidiendo al resto que esperara detrás. El área de servicio disponía de un amplio parking para coches y camiones. Apenas un camión con su remolque, y otro remolque abandonado, junto a una docena de coches distribuidos aleatoriamente por todo el estacionamiento. La zona de surtidores con su correspondiente tienda, permanecían apagados. Justo al lado, a un metro de distancia entre edificios, un restaurante. Era al menos tres veces mayor que la tienda del surtidor. También permanecía con las luces apagadas, pero la puerta de entrada tenía ambas hojas de cristal rotas. A pesar de poder entrar sin abrir la puerta, Nestore, prefirió abrirla. Al hacerlo, varios cristales que aun colgaban débilmente, cayeron al piso. El ruido no fue tan estridente, como cuando deslizó la puerta con tanto cristal en el suelo. Esperó unos segundos allí, apuntando tanto con su arma como con la linterna. Pudo observar desde fuera, como mesas y sillas estaban tiradas por el suelo. Enseguida cayó en la cuenta, que los que se refugiaron allí, los habían dispuesto a modo de barricada. Por lo que tragó saliva antes de mirar por el otro lado de la misma. Como esperaba, varios cuerpos inertes permanecían allí, en avanzado estado de descomposición. Supuso que llevaban bastante tiempo. Al explorarlos mejor, descubrió por qué no estaban convertidos en aquellos seres come humanos. Todos tenían un orificio de bala en la cabeza. No quiso saber más, y exploró el resto de la estancia. Lo que veía no le atraía demasiado. Por lo que, prefirió mirar en la tienda de al lado. Al salir, Alicia y Mellea le miraban expectantes.

- Voy a mirar la tienda. Aquí dentro está lleno de cadáveres. –informó.


La tienda parecía en buenas condiciones. Desde el exterior, y a través de la cristalera iluminó el interior. Le reflejaba la potente luz de la linterna. La apagó unos segundos, y apoyó su cabeza en el cristal para ver mejor. Un segundo más tarde, algo golpeó el cristal, justo donde tenía la cabeza. Provocando un severo susto al militar y como consecuencia, también a los demás. Era un infectado. El empleado de la tienda. Golpeaba y mordisqueaba el cristal. Nestore se reunió con las ellas.

- Esta es la situación. –hablaba más a Mellea para la traducción, que Alicia. Pero siempre buscaba más la opinión de Alicia- En el restaurante hay al menos catorce cadáveres. Además, el olor es nauseabundo. Por el contrario, la tienda parece más acogedora y limpia a pesar del infectado. Es solo uno y podemos con él.

- No creo que sea difícil con tu arma. –dijo Alicia.

- No deberíamos utilizarla, a menos que sea de extrema necesidad. Hace mucho ruido, y seria malgastar balas. Solo me quedan dos cargadores más en mis bolsillos. Si estáis de acuerdo, una de vosotras debería abrir la puerta. Mientras yo me encargo de él, con la navaja. 

- De acuerdo. –contestaron ambas al unisono.