miércoles, 28 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 18.

Capítulo 18.


De fondo sonaba la canción: 19 días y 500 noches, de Joaquín Sabina. La tarareaba mientras removía con una paleta de cocina, el sofrito para el arroz. Tenía puesto el delantal que solía utilizar su mujer. Al pasar por delante de un cristal, se vio reflejado. Dando una imagen pintoresca, dado los colores llamativos de la prenda. Del frigorífico sacó una lata de cerveza, y se puso como aperitivo unos torreznos y unas aceitunas. Tras una exhibición poco agradable de su canto, la chica del servicio carraspeo para indicarle que estaba en casa. Casi muerto de risa, por la imagen que le estaría dando a esa pobre chica de veinte años, bajó el volumen de la radio.

- Siento que hayas presenciado esto. –le dijo a la chica, con los colores subidos.

- No se preocupe. –contestó avergonzada- Acabamos de llegar. Hugo está en el salón viendo los dibujos. Si no me necesita más por hoy, me gustaría tomar la tarde libre.

- Por supuesto Clara. Faltaría más. Incluso, si quieres, mañana tampoco vengas. Quiero pasar el día con mi hijo. Iremos al Zoo. 

- Pues muchas gracias. El lunes nos vemos. –se despidió con una amplia sonrisa.


Pablo, retiró del fuego la sartén, y fue hasta el salón. Allí estaba su pequeño Hugo. Lo único que le quedaba ya. Tras el fallecimiento de su mujer y su hijo mayor, era lo único que le mantenía en pie. Pasó unos meses, ahogado en alcohol y algunas drogas blandas. Pero gracias a su hermana, rectificó rápidamente, y se empleó todo lo que pudo en su hijo. Allí estaba el, viendo los dibujos. Feliz. Por suerte, cuando sucedió todo, él era aún muy pequeño y no se dio cuenta de las cosas. Al menos no del todo. Aunque en alguna ocasión, le había descubierto mirando una fotografía familiar. Con alguna que otra lagrima. No le había ocultado nada, y conocía perfectamente todo lo ocurrido. 

- ¿Qué pasa campeón? –le dijo al chico.

- ¡Papá! –se lanzó enseguida para abrazarle.

- ¿Qué tal te ha ido hoy? 

- Muy bien. He conseguido casi un diez en matemáticas.

- ¿De verdad? Chócala. –le puso la mano para dejar que Hugo diese una palmada contra la suya.- ¿Qué te parece ir mañana al Zoo?

- ¡Si! ¡Al Zoo! Gracias… -le abrazó de nuevo.

- Perfecto. Ahora guarda tus cosas, que enseguida comeremos.


Le compró una bolsa de patatas, mientras iban visitando los animales. No era la primera vez que iban. Pero siempre se emocionaba como la primera, al verlos. Eso le hacía feliz. Disfrutaba viéndolo así. A mediodía, comieron pizza y bebieron coca cola. No era habitual que le permitiese beberla, pero ese día hizo una excepción. Continuaron con su visita al show de los delfines, más tarde con las aves y terminarían con el acuario. A medida que caminaban hacia allí, Pablo notó que mucha gente subía por esa misma avenida muy deprisa. Entonces escuchó como muchos visitante gritaban de pánico. Era por la zona de los leones. Consiguió abrirse paso. Hasta llegar a la barandilla. Nuevamente, la gente gritaba con expectación. No era para menos. Un visitante, se había caído al foso. Trataba de levantarse, y los leones le atacaban. Trató de taparle los ojos a Hugo. Varios trabajadores, lanzaban dardos tranquilizadores a los Leones. Aquel muchacho joven, de unos veinte años, tenía desgarrado parte del abdomen, así como su mano izquierda. Advirtió, que la Policía Nacional llegaba en ese momento. El muchacho que yacía en el suelo, se volvía a incorporar. Otro murmullo de los espectadores, se escuchó más alto, al ver como el chico se acercaba a uno de los leones drogados. Para sorpresa de todos, Policías incluidos, el joven mordía al león. Llegando incluso a saltar un chorro de sangre cual aspersor se tratara. Varios visitantes no pudieron contener los vómitos. Una ambulancia llegó, pero uno de los policías, le denegó acceso. Todos miraban estupefactos la imagen del joven, engullendo al animal. Cogió a su hijo de la mano para marcharse de allí. Tenía el palpito que aquello traería consecuencias más graves. Antes de salir, vio como varios camiones militares llegaban. Impedían la salida a todo el mundo. Sin embargo, al mostrarle su identificación, fueron los únicos que pudieron marcharse a casa. Su hijo no hacía más que preguntarle qué pasaba. En realidad, le contó la verdad. Que un hombre se había caído, y los leones le atacaron. Pero sabía, que aquel chico no estaba bien. Por mucha adrenalina que tengas, no atacas de esa manera a un animal salvaje de esas características. Una vez que llegaron a casa, pidió a Hugo que fuera a su habitación a jugar. Acto seguido llamó.

- Soy Pablo Figueroa. –dijo a la persona que contestó.

- Hola Pablo, me alegro de escucharte. –contestó la otra persona, bastante agitada.

- Jose, ¿Qué está pasando?

- Iba a llamarte ahora mismo. El Jefe de Estado, junto al Presidente y el Ministro, están convocando una reunión urgente. Pon las noticias.


Enseguida encendió la televisión. 

- Madre mía…-logró decir-… ¿islamistas?

- No sé si me arrepentiré de decir esto, pero ojalá. Según nuestro informador en la embajada norteamericana, el CDC informó de un robo hace unos meses de un viral potencialmente peligroso. Creen que quien lo robó, lo está utilizando. 

- ¿De qué se trata? ¿es muy infeccioso?

- No sabemos más. En breve te ira a buscar un transporte. Quieren al mayor número de Generales, para montar algo. Siento decirlo, pero tu excedencia queda revocada.

- Sin problemas. 


Subió hasta la habitación de Hugo, y metió  ropa en una mochila. Después fue hasta la suya, y se uniformó. También recogió algo de ropa de cambio, y al terminar, el timbre sonó.

- Hugo, -le dijo- ahora nos iremos. Hay una emergencia y me necesitan. Vendrás conmigo. 

- Vale papa. –dijo sin objeción.


Se subieron en el vehículo militar que les recogió y fueron hasta el Palacio de la Moncloa. Al llegar, una mujer les atendió. Acompañándolos hasta una sala amplia, donde habían instalado temporalmente, un equipo de trabajo. Saludó a varios compañeros que llevaban años sin verse. Una mujer soldado, se encargó de Hugo. Llevándolo hasta otra sala, donde también había familiares de otros militares. Poco a poco, la sala se fue llenando de altos cargos militares, así como gente de la política. Varios Helicópteros aterrizaron en mitad del jardín. La urgencia así lo requería. Al fondo de la sala, habían dispuesto un atril, que cuando dejaron de llegar personas, fue ocupado por el Presidente.

- Buenas tardes a todos. –carraspeó- Estamos ante una amenaza de origen desconocido. Voy a ser breve… -ojeó sus papeles, y los arrugó-… de acuerdo con el Jefe de Estado, y el Ministro de Interior, se establecerán puntos seguros en zonas estratégicas que enseguida os mostraremos. El objetivo es escoltar al mayor número de población civil NO INFECTADO a estas zonas. Protegerlos. Se han dispuesto convoyes de avituallamientos para la población, así como numerosos equipos médicos. Los infectados presentan síntomas de delirio y canibalismo. No duden en abatirlos. ¿alguna pregunta?

- ¿Y nuestras familias? –preguntó un soldado de rango menor.

- Serán trasladadas a los puntos seguros que les correspondan. –contestó el Presidente-Tengan en cuenta, que estamos ante un estado de emergencia sin precedentes. Ninguno estamos libres de ser contaminado. Ni siquiera yo. –dejó de lado su actitud protocolaria, algo dubitativo- Ahora está en vuestras manos protegerlos. Pongan en práctica sus aptitudes que les han hecho llegar hasta aquí. El pueblo nos necesita, y por ellos, debemos dar nuestra vida si es necesario. Mucha suerte, y que Dios nos bendiga a todos.


Nada más terminar su discurso, dejó la mirada perdida allí mismo. De no ser por el ministro, que le sacó de su letargo, seguro se habría mantenido allí por mucho tiempo. Enseguida, los generales se pusieron en marcha. A cada uno se le entregó en papel, todas las instrucciones así como su destacamento. A Pablo le asignaron el campamento ciento cuarenta y uno. Su helicóptero le estaba esperando ya en el jardín. Le trajeron a su hijo, y ambos subieron. No tardaron en llegar. Apenas una hora. Prácticamente, ya estaban montadas las dobles verjas. Aunque los barracones, solo eran aun telas extendidas en el suelo. A cada hora, llegaban personas buscando refugio. En cuestión de un día, habían registrado a más de diez mil personas. Pero también habían abatido a otras tantas. Al quinto día, un civil infectado, pero aun sin convertir, entró en el campamento. Por la noche mientras dormían, ese infectado murió. Al convertirse, logró atacar a todos las personas de su barracón. La histeria provocó que un barracón tras otro, fueran atacados. Por suerte, la rápida actuación de los militares, consiguieron atajar el problema. El jefe de los médicos, el Doctor Manzaneque, editó un estricto protocolo de entrada. Entre otras cosas, al descubrir que una vez que mueres, te conviertes, era obligatorio esposarte voluntariamente a la cama. Así como, los exámenes médicos a la entrada. Tras veinte días, sin problemas, aquello se convirtió en uno de los puntos seguros que aún quedaban en pie. Sin embargo, la precariedad en recursos vitales como agua o comida, ponía en riesgo la tranquilidad. El General Figueroa, ordenó el racionamiento. Aquello ocasionó múltiples reyertas entre civiles y militares. Llegando, incluso, a la muerte de personas que trataban de escapar. 

En una de las incursiones en busca de posibles supervivientes, dieron con un grupo sitiado en un bar abandonado. Todos presentaban heridas provocadas por infectados. Ese día, por casualidad, uno de los médicos les acompañaba. Cuando los soldados se disponían a matarlos, este lo impidió.

- Escúchenme…-les dijo a los heridos-… no voy a prometeros que salgáis con vida de esta. Porque no lo haréis. Pero necesitamos gente como vosotros para investigar la enfermedad. ¿Cuál de vosotros estaría dispuesto?

- Yo…-dijo un hombre vestido de Guardia Civil.

- Yo también. –dijo el hombre que tenía al lado.


Los seis accedieron voluntariamente a someterse a pruebas médicas. Varios kilómetros antes de llegar, uno de ellos falleció. No dejaron que se convirtieran, y un disparo en la cabeza así como tirándolo en pleno movimiento, dieron fin a su sufrimiento. Avisaron por radio de la llegada de cinco infectados, y solicitaron permiso para entrar. Tanto el General Figueroa como el Doctor Manzaneque, dieron el visto bueno. Sin dejar, que nadie se acercara al camión, los bajaron y metieron en el barracón del Doctor. Un día después, el Guardia Civil, también falleció. Ese mismo día, otro hombre también. Al cabo de una semana tan solo quedaban dos hombres. Roberto Sauras e Ignacio Fernandez. 

- Señor, -dijo el doctor a Figueroa- al señor Fernandez le quedan dos horas. Tres a lo sumo. Sin embargo el señor Sauras, parece que evoluciona. El suero que he conseguido producir ralentiza el proceso. Pero ya ve su degradación. 

- ¿Qué has podido averiguar? –preguntó el General.

- No es ningún virus conocido. Alguna mutación, pero no logro descubrir cuál es el original. No, al menos en mis archivos. Solo nos queda esperar cómo evoluciona el paciente. Pero mucho me temo, que no aguantará mucho. 

- Estas haciendo todo lo posible. ¿Está sufriendo?

- De momento, con la sedación, no. Pero necesito que se reactiven sus funciones, para evaluar correctamente los efectos del suero. 

- ¿Es totalmente necesario?

- Lo siento señor…


Pablo se llevó las manos a la cara. Por un lado quería que el doctor lograse alguna cura, pero por otro no podía permitir que más personas sufrieran. En ese preciso instante, el otro paciente falleció. Aquello era otra derrota. Tampoco podían ni se podían permitir el lujo de infectar, a propósito, a otros voluntarios. Así que de momento, Roberto Sauras, era su única opción.

- Adelante. –dijo Figueroa antes de marcharse, para no ver lo que estaba a punto de ocurrir.

- Tranquilo Pablo…-amplio su confianza-… es lo correcto. Su familia, lo agradecerá. Agradecerá que encontremos una solución a este infierno.

- ¿Cómo dices? 

- Al parecer, aún siguen por ahí sus dos hijos. Un joven de dieciséis años y una niña de dos. Además de su mujer en Italia, creo que me dijo.

- Gracias por la información. 


Al llegar a su barracón privado, llamó a uno de sus hombres de mayor confianza.

- Necesito que te encargues de algo.

- Sí señor.

- En la tienda del doctor, hay un hombre que accedió voluntariamente a… sufrir por los demás. 

- Lo conozco señor.

- Ese hombre tiene familia. Están fuera, por algún lado. Pasándolas putas. Por dios… una niña de dos años… 

- Tranquilo señor, los encontraremos.

- Se lo pido como favor personal. Encuéntrelos, y póngalos a salvo. Es lo menos que puedo hacer por ellos.


3 comentarios:

Unknown dijo...

Este capítulo no hace que me sienta mejor ni que Figueroa me caiga bien...

Unknown dijo...

Aunque el capítulo y la historia sí que me gustan... ;)

Unknown dijo...

El inicio del apocalipsis visto desde otro punto de vista. Seguimos...