miércoles, 28 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 18.

Capítulo 18.


De fondo sonaba la canción: 19 días y 500 noches, de Joaquín Sabina. La tarareaba mientras removía con una paleta de cocina, el sofrito para el arroz. Tenía puesto el delantal que solía utilizar su mujer. Al pasar por delante de un cristal, se vio reflejado. Dando una imagen pintoresca, dado los colores llamativos de la prenda. Del frigorífico sacó una lata de cerveza, y se puso como aperitivo unos torreznos y unas aceitunas. Tras una exhibición poco agradable de su canto, la chica del servicio carraspeo para indicarle que estaba en casa. Casi muerto de risa, por la imagen que le estaría dando a esa pobre chica de veinte años, bajó el volumen de la radio.

- Siento que hayas presenciado esto. –le dijo a la chica, con los colores subidos.

- No se preocupe. –contestó avergonzada- Acabamos de llegar. Hugo está en el salón viendo los dibujos. Si no me necesita más por hoy, me gustaría tomar la tarde libre.

- Por supuesto Clara. Faltaría más. Incluso, si quieres, mañana tampoco vengas. Quiero pasar el día con mi hijo. Iremos al Zoo. 

- Pues muchas gracias. El lunes nos vemos. –se despidió con una amplia sonrisa.


Pablo, retiró del fuego la sartén, y fue hasta el salón. Allí estaba su pequeño Hugo. Lo único que le quedaba ya. Tras el fallecimiento de su mujer y su hijo mayor, era lo único que le mantenía en pie. Pasó unos meses, ahogado en alcohol y algunas drogas blandas. Pero gracias a su hermana, rectificó rápidamente, y se empleó todo lo que pudo en su hijo. Allí estaba el, viendo los dibujos. Feliz. Por suerte, cuando sucedió todo, él era aún muy pequeño y no se dio cuenta de las cosas. Al menos no del todo. Aunque en alguna ocasión, le había descubierto mirando una fotografía familiar. Con alguna que otra lagrima. No le había ocultado nada, y conocía perfectamente todo lo ocurrido. 

- ¿Qué pasa campeón? –le dijo al chico.

- ¡Papá! –se lanzó enseguida para abrazarle.

- ¿Qué tal te ha ido hoy? 

- Muy bien. He conseguido casi un diez en matemáticas.

- ¿De verdad? Chócala. –le puso la mano para dejar que Hugo diese una palmada contra la suya.- ¿Qué te parece ir mañana al Zoo?

- ¡Si! ¡Al Zoo! Gracias… -le abrazó de nuevo.

- Perfecto. Ahora guarda tus cosas, que enseguida comeremos.


Le compró una bolsa de patatas, mientras iban visitando los animales. No era la primera vez que iban. Pero siempre se emocionaba como la primera, al verlos. Eso le hacía feliz. Disfrutaba viéndolo así. A mediodía, comieron pizza y bebieron coca cola. No era habitual que le permitiese beberla, pero ese día hizo una excepción. Continuaron con su visita al show de los delfines, más tarde con las aves y terminarían con el acuario. A medida que caminaban hacia allí, Pablo notó que mucha gente subía por esa misma avenida muy deprisa. Entonces escuchó como muchos visitante gritaban de pánico. Era por la zona de los leones. Consiguió abrirse paso. Hasta llegar a la barandilla. Nuevamente, la gente gritaba con expectación. No era para menos. Un visitante, se había caído al foso. Trataba de levantarse, y los leones le atacaban. Trató de taparle los ojos a Hugo. Varios trabajadores, lanzaban dardos tranquilizadores a los Leones. Aquel muchacho joven, de unos veinte años, tenía desgarrado parte del abdomen, así como su mano izquierda. Advirtió, que la Policía Nacional llegaba en ese momento. El muchacho que yacía en el suelo, se volvía a incorporar. Otro murmullo de los espectadores, se escuchó más alto, al ver como el chico se acercaba a uno de los leones drogados. Para sorpresa de todos, Policías incluidos, el joven mordía al león. Llegando incluso a saltar un chorro de sangre cual aspersor se tratara. Varios visitantes no pudieron contener los vómitos. Una ambulancia llegó, pero uno de los policías, le denegó acceso. Todos miraban estupefactos la imagen del joven, engullendo al animal. Cogió a su hijo de la mano para marcharse de allí. Tenía el palpito que aquello traería consecuencias más graves. Antes de salir, vio como varios camiones militares llegaban. Impedían la salida a todo el mundo. Sin embargo, al mostrarle su identificación, fueron los únicos que pudieron marcharse a casa. Su hijo no hacía más que preguntarle qué pasaba. En realidad, le contó la verdad. Que un hombre se había caído, y los leones le atacaron. Pero sabía, que aquel chico no estaba bien. Por mucha adrenalina que tengas, no atacas de esa manera a un animal salvaje de esas características. Una vez que llegaron a casa, pidió a Hugo que fuera a su habitación a jugar. Acto seguido llamó.

- Soy Pablo Figueroa. –dijo a la persona que contestó.

- Hola Pablo, me alegro de escucharte. –contestó la otra persona, bastante agitada.

- Jose, ¿Qué está pasando?

- Iba a llamarte ahora mismo. El Jefe de Estado, junto al Presidente y el Ministro, están convocando una reunión urgente. Pon las noticias.


Enseguida encendió la televisión. 

- Madre mía…-logró decir-… ¿islamistas?

- No sé si me arrepentiré de decir esto, pero ojalá. Según nuestro informador en la embajada norteamericana, el CDC informó de un robo hace unos meses de un viral potencialmente peligroso. Creen que quien lo robó, lo está utilizando. 

- ¿De qué se trata? ¿es muy infeccioso?

- No sabemos más. En breve te ira a buscar un transporte. Quieren al mayor número de Generales, para montar algo. Siento decirlo, pero tu excedencia queda revocada.

- Sin problemas. 


Subió hasta la habitación de Hugo, y metió  ropa en una mochila. Después fue hasta la suya, y se uniformó. También recogió algo de ropa de cambio, y al terminar, el timbre sonó.

- Hugo, -le dijo- ahora nos iremos. Hay una emergencia y me necesitan. Vendrás conmigo. 

- Vale papa. –dijo sin objeción.


Se subieron en el vehículo militar que les recogió y fueron hasta el Palacio de la Moncloa. Al llegar, una mujer les atendió. Acompañándolos hasta una sala amplia, donde habían instalado temporalmente, un equipo de trabajo. Saludó a varios compañeros que llevaban años sin verse. Una mujer soldado, se encargó de Hugo. Llevándolo hasta otra sala, donde también había familiares de otros militares. Poco a poco, la sala se fue llenando de altos cargos militares, así como gente de la política. Varios Helicópteros aterrizaron en mitad del jardín. La urgencia así lo requería. Al fondo de la sala, habían dispuesto un atril, que cuando dejaron de llegar personas, fue ocupado por el Presidente.

- Buenas tardes a todos. –carraspeó- Estamos ante una amenaza de origen desconocido. Voy a ser breve… -ojeó sus papeles, y los arrugó-… de acuerdo con el Jefe de Estado, y el Ministro de Interior, se establecerán puntos seguros en zonas estratégicas que enseguida os mostraremos. El objetivo es escoltar al mayor número de población civil NO INFECTADO a estas zonas. Protegerlos. Se han dispuesto convoyes de avituallamientos para la población, así como numerosos equipos médicos. Los infectados presentan síntomas de delirio y canibalismo. No duden en abatirlos. ¿alguna pregunta?

- ¿Y nuestras familias? –preguntó un soldado de rango menor.

- Serán trasladadas a los puntos seguros que les correspondan. –contestó el Presidente-Tengan en cuenta, que estamos ante un estado de emergencia sin precedentes. Ninguno estamos libres de ser contaminado. Ni siquiera yo. –dejó de lado su actitud protocolaria, algo dubitativo- Ahora está en vuestras manos protegerlos. Pongan en práctica sus aptitudes que les han hecho llegar hasta aquí. El pueblo nos necesita, y por ellos, debemos dar nuestra vida si es necesario. Mucha suerte, y que Dios nos bendiga a todos.


Nada más terminar su discurso, dejó la mirada perdida allí mismo. De no ser por el ministro, que le sacó de su letargo, seguro se habría mantenido allí por mucho tiempo. Enseguida, los generales se pusieron en marcha. A cada uno se le entregó en papel, todas las instrucciones así como su destacamento. A Pablo le asignaron el campamento ciento cuarenta y uno. Su helicóptero le estaba esperando ya en el jardín. Le trajeron a su hijo, y ambos subieron. No tardaron en llegar. Apenas una hora. Prácticamente, ya estaban montadas las dobles verjas. Aunque los barracones, solo eran aun telas extendidas en el suelo. A cada hora, llegaban personas buscando refugio. En cuestión de un día, habían registrado a más de diez mil personas. Pero también habían abatido a otras tantas. Al quinto día, un civil infectado, pero aun sin convertir, entró en el campamento. Por la noche mientras dormían, ese infectado murió. Al convertirse, logró atacar a todos las personas de su barracón. La histeria provocó que un barracón tras otro, fueran atacados. Por suerte, la rápida actuación de los militares, consiguieron atajar el problema. El jefe de los médicos, el Doctor Manzaneque, editó un estricto protocolo de entrada. Entre otras cosas, al descubrir que una vez que mueres, te conviertes, era obligatorio esposarte voluntariamente a la cama. Así como, los exámenes médicos a la entrada. Tras veinte días, sin problemas, aquello se convirtió en uno de los puntos seguros que aún quedaban en pie. Sin embargo, la precariedad en recursos vitales como agua o comida, ponía en riesgo la tranquilidad. El General Figueroa, ordenó el racionamiento. Aquello ocasionó múltiples reyertas entre civiles y militares. Llegando, incluso, a la muerte de personas que trataban de escapar. 

En una de las incursiones en busca de posibles supervivientes, dieron con un grupo sitiado en un bar abandonado. Todos presentaban heridas provocadas por infectados. Ese día, por casualidad, uno de los médicos les acompañaba. Cuando los soldados se disponían a matarlos, este lo impidió.

- Escúchenme…-les dijo a los heridos-… no voy a prometeros que salgáis con vida de esta. Porque no lo haréis. Pero necesitamos gente como vosotros para investigar la enfermedad. ¿Cuál de vosotros estaría dispuesto?

- Yo…-dijo un hombre vestido de Guardia Civil.

- Yo también. –dijo el hombre que tenía al lado.


Los seis accedieron voluntariamente a someterse a pruebas médicas. Varios kilómetros antes de llegar, uno de ellos falleció. No dejaron que se convirtieran, y un disparo en la cabeza así como tirándolo en pleno movimiento, dieron fin a su sufrimiento. Avisaron por radio de la llegada de cinco infectados, y solicitaron permiso para entrar. Tanto el General Figueroa como el Doctor Manzaneque, dieron el visto bueno. Sin dejar, que nadie se acercara al camión, los bajaron y metieron en el barracón del Doctor. Un día después, el Guardia Civil, también falleció. Ese mismo día, otro hombre también. Al cabo de una semana tan solo quedaban dos hombres. Roberto Sauras e Ignacio Fernandez. 

- Señor, -dijo el doctor a Figueroa- al señor Fernandez le quedan dos horas. Tres a lo sumo. Sin embargo el señor Sauras, parece que evoluciona. El suero que he conseguido producir ralentiza el proceso. Pero ya ve su degradación. 

- ¿Qué has podido averiguar? –preguntó el General.

- No es ningún virus conocido. Alguna mutación, pero no logro descubrir cuál es el original. No, al menos en mis archivos. Solo nos queda esperar cómo evoluciona el paciente. Pero mucho me temo, que no aguantará mucho. 

- Estas haciendo todo lo posible. ¿Está sufriendo?

- De momento, con la sedación, no. Pero necesito que se reactiven sus funciones, para evaluar correctamente los efectos del suero. 

- ¿Es totalmente necesario?

- Lo siento señor…


Pablo se llevó las manos a la cara. Por un lado quería que el doctor lograse alguna cura, pero por otro no podía permitir que más personas sufrieran. En ese preciso instante, el otro paciente falleció. Aquello era otra derrota. Tampoco podían ni se podían permitir el lujo de infectar, a propósito, a otros voluntarios. Así que de momento, Roberto Sauras, era su única opción.

- Adelante. –dijo Figueroa antes de marcharse, para no ver lo que estaba a punto de ocurrir.

- Tranquilo Pablo…-amplio su confianza-… es lo correcto. Su familia, lo agradecerá. Agradecerá que encontremos una solución a este infierno.

- ¿Cómo dices? 

- Al parecer, aún siguen por ahí sus dos hijos. Un joven de dieciséis años y una niña de dos. Además de su mujer en Italia, creo que me dijo.

- Gracias por la información. 


Al llegar a su barracón privado, llamó a uno de sus hombres de mayor confianza.

- Necesito que te encargues de algo.

- Sí señor.

- En la tienda del doctor, hay un hombre que accedió voluntariamente a… sufrir por los demás. 

- Lo conozco señor.

- Ese hombre tiene familia. Están fuera, por algún lado. Pasándolas putas. Por dios… una niña de dos años… 

- Tranquilo señor, los encontraremos.

- Se lo pido como favor personal. Encuéntrelos, y póngalos a salvo. Es lo menos que puedo hacer por ellos.


La nieve los trajo. Capítulo 17.

Capítulo 17.


Varios hombres estaban reparando la parte de la verja caída. Otros tantos montaban en los camiones militares a los cuerpos, y los llevaban lejos para quemarlos. Mientras caminaba entre los cadáveres, descubrió al cocinero gordo. Vio como tenia múltiples perforaciones en el pecho y un solo disparo en la cabeza. Ya no había rastro del trozo de bollito con el que se atragantó. Continuó caminando, con la esperanza de que no hubiese ningún niño entre los muertos. Ya había dejado de llover, pero el barro era abundante. A lo lejos, podía ver a Figueroa dando órdenes. Se acercó.

- Hola –saludó Raúl- Me gustaría enterrar el cuerpo de mi padre.

- Por supuesto. En cuanto el doctor termine con sus investigaciones, te doy vía libre.

- Gracias. –decía mientras se marchaba.

- El equipo que irá en busca de tu gente, saldrá en dos horas. Estate preparado.

- De acuerdo.


La taquilla que le dieron al llegar, estaba apilada junto a otras en un rincón del barracón. Sacó su mochila y un abrigo. Aún faltaban diez minutos, pero ya estaba arriba del camión. Pensaba en Reina. No sabía si consiguió llegar a salvo a casa de Ramón. Ni que se encontrarían al llegar. Pero solo le interesaba que Mónica y Rebeca estuviesen bien. Dos soldados se subieron en la parte delantera del camión. Otros dos, junto a él, en la parte trasera. Portaban armas de gran calibre, y cargaron un cajón con munición. Uno de los soldados, bastante joven, le ofreció una pistola. 

- No gracias, -rechazó Raúl- me siento más cómodo con un cuchillo. ¿no tendréis uno?

- Como quieras, -sacó de su funda uno típico del ejercito- llevo años sin utilizarlo. Pero cuando te veas acorralado por esas cosas, echaras de menos esto. –se guardó la pistola.


Les había dado indicaciones de cómo llegar. En tan solo una hora habían llegado. Aunque hicieron varias paradas, para matar a varios hostiles que vagaban por la carretera. Estaba nervioso cuando pararon enfrente de la casa. Bajaron del camión. Raúl no veía movimiento. Eso le angustiaba. Se acercó a la puerta y llamó. De reojo observó que una de las cortinas de la ventana de su izquierda se movía. No pudo distinguir de quien se trataba. Aunque la puerta se abrió. Apareció Ramón y Reina.

- Pensábamos que habías muerto. –dijo Ramón impasible.

- Pues ya ves que no. ¿Dónde está Mónica y Rebeca?

- ¿Quiénes son y que hacen aquí? –preguntó Ramón desconfiado.

- Venimos para que vayáis al campamento. No hay peligro.


Por detrás llegó Mónica. Raúl se abrazó a ella. Como era de esperar, ella también. 

- ¿Estás bien? –preguntó ella angustiada- Nos contó Reina que había muchos.

- Tranquila…-dijo sin darle importancia-… conseguimos pararlos. Bueno… yo no mucho, ya que me encerraron toda la noche en una especie de celda. ¿Dónde está Rebeca?

- Está bien. Ahora duerme con Eli. –le dijo.

- Tenéis que venir con nosotros. No son tan malos. –les dijo sin miramientos.

- Yo no pienso ir. –dijo Reina.

- Yo tampoco. –secundó Ramón.

- Yo iré donde tu vayas…-dijo Mónica.

- Yo también. –apuntó Héctor llegando por detrás- Y creo que Eli también.


Uno de los soldados carraspeo. Raúl lo entendió como un aviso de que se tenían que ir. Entró en la casa. Sharpay los observaba desde dentro. Eli, aunque estaba tumbada, no dormía. Recogió a Rebeca en brazos, que ni se inmutó. Metieron sus pocas pertenencias en la parte trasera del camión, y subieron. Menos Ramón, Reina y Sharpay. Bernardo se movía sin oponer resistencia ni opinión. 

- Bueno…-dijo Raúl a Reina-… aquí parece que se separan nuestros caminos.

- ¿Qué te han hecho? –preguntó extrañado- ¿te han amenazado?

- Nada. Solo me han dado libertad de elegir lo que quiero. –contestó.

- No me lo creo. Pero en fin… es tu decisión. –le tendió la mano.

- Gracias por todo, amigo. –le estrechó la mano.

- Suerte.


Por otro lado, Héctor y Sharpay, se despidieron ante la mirada de Raúl.

- Creo que tenían algo…-le susurró Eli-… se han pasado mucho tiempo juntos por ahí fuera. Cuando volvían, siempre estaban de risas.


De camino de nuevo al campamento, se detuvieron en una población. Los soldados, les pidieron que permanecieran dentro, mientras hacían una incursión por varios edificios. 

- Encontré a mi padre. –le contó a Mónica- Aunque también… le maté.


Aquello tomó con desconcierto a sus amigos. 

- Cuando llegamos, lo tenían en un barracón. Una especie de hospital. Hacía semanas que lo encontraron, supongo que junto Anselmo, en un bar. Los habían mordido. Allí lo estaban tratando. Pero solo lograron ralentizar el proceso. La noche que el campamento fue atacado por los hostiles, vi que ya no era él. Le clavé un bisturí. 

- Lo siento…-dijo Eli conteniendo el llanto.

- Ya veréis que no es tan malo el lugar. Al principio creíamos que era una cárcel. Pero el General solo trata de protegernos. 

- Yo te creo –decía Eli-, ¿pero porque Reina y tú os escapasteis?

- Porque al principio pensábamos que no era seguro. Pero después del ataque, hablamos el General y yo. Vi que solo tenía intenciones buenas. Además… Reina está enfadado con el mundo entero. No ve más allá. Permitió que todos esos hostiles llegaran. Si no llego a volver, muchos de los niños de allí habrían muerto. 


Varios disparos les pusieron en alerta. Sin embargo, tan solo fueron eso. Un par de disparos. Raúl miró al exterior, y no vio nada. Pero al volver a entrar, un hostil cruzó por delante. Sin más peligro se alejó. Pero esos segundos, contuvieron la respiración. Los soldados volvían, y abatieron al hostil con un disparo. Rebeca se despertó asustada. 

- Deberíamos irnos ya. –dijo uno de los soldados que se subió con ellos en la parte de atrás, dando un golpe en el cristal más cercano a la cabina del camión. 


Enseguida el camión reanudó la marcha. Raúl percibió que el otro soldado no había subido.

- ¿Dónde está tu compañero? 

- Se ha quedado atrás. Sabrá volver.

- ¿Lo dejáis atrás?

- Se desvió por su cuenta. Nosotros trabajamos en equipo. Si te arriesgas en ir por tu cuenta, es lo que tiene. Sabía las consecuencias. 


Sin más problemas llegaron al campamento. Solo que esta vez, no hubo el protocolario ingreso que tuvo Raúl y Reina la primera vez. El General, parecía estar esperándolos. La verja ya estaba de nuevo en su sitio. Aún quedaban muchos cuerpos por el campamento, pero menos de lo que había cuando salieron. Al bajar, Figueroa, se dirigió directamente a uno de los soldados.

- Quesada está solo. –informó- Se desvió hacia otro objetivo sin permiso. 

- Gracias. –contestó Figueroa sin dejar de mirar el interior del camión- ¿Vienen todos?

- No Señor. En la casa aún permanecen un varón de unos cincuenta años, el joven que escapó y una mujer de origen asiático.

- ¿Suponen un peligro?

- No señor.

- Descansen.


Esperó a que bajasen. Raúl fue el primero. Aunque se sorprendió al ver a Bernardo. Los acompañó personalmente a unos barracones. 

- Elegid vosotros. –dijo Figueroa- Las cosas van a cambiar. No quiero que la gente se sienta cohibida. 

- Gracias General. –dijo Raúl.

- Otra cosa. El doctor, ya terminó… deberías hacerlo cuanto antes. Vosotros –señaló al resto- acomodaos. Cuando estéis listos, veremos en que podéis ayudar.

- Sí señor. –dijo Héctor algo incómodo.

- Raúl, cuando puedas, necesito hablar en privado contigo. –informó algo más serio.

- Sí, claro.


Raúl les mostró varias literas libres, así como las taquillas. Les dijo que el General, le había dado permiso para poder enterrar a su padre. Obviamente, Rebeca no debía verlo. Cuando llegó al barracón del doctor, otro soldado le estaba esperando para ayudarle. Además de acompañarle al exterior y que tuviese ayuda en caso de que algún hostil les atacara. Varios metros del campamento, cavó una tumba para su padre. No sabía hasta ese momento, el esfuerzo que suponía hacerlo. Así que, el soldado le ayudó. Casi era de noche cuando terminó de tapar la tumba. Al volver, los focos ya estaban encendidos. Se pasó de nuevo por el barracón para comprobar que todos estuviesen bien, y fue a hablar con Figueroa. Para su sorpresa, el General le ofreció un trago de Coñac. Por alguna extraña razón, Raúl lo aceptó de inmediato. No era la primera vez que bebía alcohol, pero siempre acompañado de algún refresco.

- ¿Te gusta? –preguntó medio riendo.

- No mucho, pero creo que lo necesitaba.

- ¿Cuántos años tienes ya? Diecisiete creo recordar…

- Si. En mayo cumpliré los dieciocho.

- Mira Raúl… no voy a engañarte. La situación actual no es precisamente la mejor de todas. ¿te has preguntado porque tengo más relación contigo que con el resto?

- Pues no se… ¿Por qué me parezco a su hijo? –se encontraba algo mareado.

- Si, más o menos. Pero no exactamente. Necesito que hagas algo para mí. Para todos, corrijo. 

- ¿Qué tengo que hacer?

- La gente de ahí afuera necesita algo por lo que continuar. Igual que tú. Por eso, creía necesario traer aquí a tu hermana y a la gente que quieres. 

- No comprendo.

- Te prometo que tu hermana no le pasará nada. Será mi protegida. Pero a cambio… el doctor necesita trabajar contigo.

- No sé nada de medicina. –cada vez se sentía más mareado y tuvo que sentarse en una silla.

- No es necesario. ¿sabes quién es la persona que más ha durado después de infectarse?

- No –negó repetidas veces con la cabeza.

- Tu padre. Casi estuvimos a punto de contrarrestar los efectos de canibalismo, hasta que tú lo mataste.

- Me siento… muy mareado.

- Es normal. No te preocupes. El sedante no es muy fuerte. –dijo el doctor Manzaneque llegando desde atrás.


Ya no escuchó nada más. Notó como la habitación le daba vueltas y perdió el conocimiento. Soñaba con sus padres. Era una tarde en el rio. Cuando fueron de pesca. Rebeca dormía en su carrito. Estaba sentado en una silla junto a su padre, que bebía una cerveza, mientras sujetaba su caña. Un pez picó, tirándole la botella al suelo. Ambos reían por la presa que habían conseguido. Cuando la caña de Raúl, también se tensó. En esta ocasión, la pieza de Raúl era mucho más grande. Su padre le felicitó. Su madre, llegó para abrazarles. Allí, su padre, le abrió su primera cerveza. Lo celebraron, asando el pescado allí mismo para comer. Era el mejor día de su vida. Lo recordaba como si fuera ayer. Un fuerte dolor de cabeza le despertó de su sueño. Allí estaba. En la misma cama donde había estado su padre. Tenía las extremidades atadas a la cama, y varias vías en los dos brazos. El techo le daba vueltas. Estaba a punto de vomitar. El Doctor, llegó con un cubo y lo incorporó lo suficiente para que vaciase el contenido dentro del recipiente. Volvió a dormirse. Supuso que le habría inyectado otro somnífero o similar. Era agradable, volver a sentarse en la mesa de su casa, con sus padres mientras desayunaban antes de ir a clase. 


martes, 27 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 16.

Capítulo 16.


Desde la penumbra, intuyeron como el cocinero se levantaba. Se mantuvo de pie, quieto, por varios segundos. Debió escuchar algo y avanzó hacia afuera. Pasando por la cortina que hacía las veces de puerta. Ambos respiraron aliviados, de que no se percatara de su presencia. Ahora debían esperar que montara el caos, para que su zona estuviese libre de vigías. Pasaron por debajo de la lona. Advirtieron que había dos soldados en su puesto. Avanzaron hasta un barracón contiguo, donde no podían ser vistos desde la verja. Como era de esperar, comenzaron los gritos. Eran de unos hombres. Al menos uno de ellos, fue atacado por cocinero. Algo con lo que no contaban, era que los focos se encendieron. Iluminaban la parte por la que iba el cocinero. Se unieron más voces y gritos. Los dos soldados, abandonaron su puesto, dejándoles vía libre. Como habían planeado, Reina colocó su chaqueta arriba de la verja. Se colocó en posición para que Raúl corriese hacia él. El impulso fue tan grande, que casi no tuvo que tocar la verja. Sin embargo, la caída por el otro lado fue más aparatosa de lo que esperaba. No había terminado de levantarse, cuando Reina saltó la verja con tanta agilidad, que le dio tiempo de recoger en pleno vuelo su chaqueta. Ayudó a Raúl a levantarse, y acto seguido lo elevó. En esta ocasión, no llegó hasta arriba del todo, y tuvo que apoyarse en su chaqueta para no quedar atrapado en la maraña de púas. Aun así, se hizo varias heridas en la pierna y manos. Los gritos, y en esta ocasión, también disparos, le escuchaban cada vez más cerca. Reina saltó la verja, pero él también se hirió en una de sus manos. Comenzaron a correr en línea recta. La luna, era su única fuente de luz. De pronto, Reina se golpeó con algo. O mejor dicho, con alguien. Era una hostil que vagaba por allí. Ambos dieron varias vueltas por el suelo. No se entretuvo en matarlo. Se levantó y continúo corriendo. A medida que avanzaban, se encontraban con más hostiles. Más numerosos. Hasta que se toparon con una gran muralla de espectros que avanzaba contra el campamento.

- Mierda. –dijo Reina asustado.

- Son muchos –abrió la boca de par en par.

- Vayamos por ahí –le señaló hacia su derecha.

- Reina, no podemos dejar que lleguen. Debemos avisarlos. Hay niños…

- Me da igual. Solo quiero salvar mi culo. 


Avanzaban hacia ellos. Pero Raúl no seguía a Reina que se disponía a escapar por otro lado. Por más que Reina le gritaba que se fuera, Raúl, decidió retroceder. El solo hecho de pensar que si todos esos hostiles lograban tirar la verja, habría una carnicería. Entonces, dejó que Reina se marchase. El, volvió, pero hacia la puerta de entrada. Antes de llegar, alguien le disparó. No iba a matar. Más bien para avisar. 

- Escuchad, -les gritó- por ahí viene una horda. Tenéis que…


Pero notó que alguien le agarraba por detrás. Haciéndolo avanzar hacia la puerta. Cuando se giró, vio que era Patri. 

- ¿Se puede saber que cojones haces? ¿Dónde está tú amigo? –le agarró del cuello.

- Joder…-decía tratando de soltarse-… vengo a avisaros de que lo que viene no es bueno. 


Abrieron la verja. En la misma entrada estaba el General. Que al verlo, le invadió una furia fuera de lo común. Este ordenó, que los focos girasen e iluminasen la dirección que les dijo Raúl. Al ser de noche, no parecían tantos, pero a la luz de los potentes focos, mostró un mar de hostiles a escasos veinte metros del campamento. Todos los efectivos, fueron hasta el lugar. Disparaban sus armas automáticas. Caían como moscas. Pero no era suficiente. Un vehículo militar, con una enorme arma en su parte trasera, apareció. Un soldado se subió, y otro llegó con unas grandes cajas con munición. Comenzó a disparar contra ellos. Al principio parecía que acabaría enseguida. Sin embargo, no paraban de llegar. Les habían ganado terreno. Tan solo estaban ya a tres metros de la verja. La longitud de la horda era inmensa, y no eran capaces de detenerlos. Raúl, trató de zafarse de su opresor. Pero fue inútil Lo agarraba con tanta fuerza, que tan solo conseguía hacerse más daño. Los hostiles ya se agarraban a la verja. El General, ordenó, recluirse. Seguían disparándolos, aunque eso hacía que se amontonasen, y la primera verja empezaba a ceder. La gran mayoría de los civiles, estaba despierto y fuera de sus barracones. Como era de esperar, trataban de huir por el lado contrario. Pero los soldados trataban de impedirlo a base de balazos. Raúl, golpeó en la cara de Patri con su cabeza, y logró soltarse. Corrió hacia el barracón donde estaba su padre. Ahora sin vigilancia. Tan solo el doctor, que al verlo trató de impedirle el paso. 

- Apártate –le ordenó Raúl lleno de furia.

- No te lo aconsejo hijo. –dijo un calmado doctor.

- No se imagina las cosas que he vivido estos meses. Ni de lo que soy capaz. –le amenazó cogiendo un bisturí de una mesita cercana.

- Hijo, no pienso poner mi vida en peligro. Eso te lo aseguro. Solo te advierto que tu padre ya no está…

- ¿Ha muerto? –preguntó con miedo.

- Prácticamente. –se apartó.


Raúl, sin apartar la mirada del doctor, se acercó a la cama de su padre. Desde la minúscula ventana, pudo ver el medio cadáver de su padre. La enfermedad se lo había comido casi por completo, haciendo que por la extrema delgadez se notara sus huesos en la flácida piel. Aun así, entró. Si respiraba no lo notaba. 

- Papá…-le llamó pero no se movió-… sé que estas muy mal. Aquí las cosas se van poner feas. Así que lo mismo es la última vez que te veo. Tan solo quería decirte que te quiero. Has sido un padre genial. Me hubiera gustado contarte que Mónica y yo… bueno… somos novios. O algo así. Siempre pensaste que mi novia era Eli. Me acuerdo cuando despedimos a mamá en el aeropuerto. Gracias por llevarme a ver las luces y todo eso. –empezó a llorar-… papá… no quiero que mueras… te juro que cuidaré de Rebeca. Ahora tu solo descansa y vete con la paz que necesitas. 


Le clavó el bisturí en la sien, entre sollozos. La máquina que tenía al lado comenzó a pitar estrepitosamente. El doctor entró llevándose las manos a la cabeza. Afuera, se seguían escuchando los gritos y los disparos de los soldados. 

- Tenía que hacerlo…-dijo soltando el bisturí.

- Te entiendo…-dijo el doctor.

- Arrestarlo –dijo la voz del General acompañado de dos soldados.


Los dos soldados se llevaban a un abatido Raúl. Que veía como los hostiles estaban a punto de entrar. Por el lado contrario, varios civiles habían logrado tirar la verja y huían. Ya no los disparaban. Se centraban en la horda. Le llevaron hasta una de las casetas prefabricadas. Lo encerraron en una habitación. No había nada en ella. Ni ventanas. Solo la puerta con un enorme cerrojo que se abría desde fuera. Se quedó allí sentado, a oscuras, escuchando como la gente de fuera lo pasaba mal. No supo cuando se quedó dormido. Al despertar, solo había silencio. No sabía si era de día o de noche. Se tumbó en el suelo, apoyando la cabeza en uno de sus brazos. Tratando de escuchar algo. De nuevo se durmió. Pero esta vez fue forzado. Quería evadirse de todo aquello. Aunque sus pensamientos, siempre le mostraban aquel chaval que dormía encima de su litera. ¿Habría logrado salvarse? O aquellos chiquillos que por la mañana se sentaban a escuchar las lecciones de las maestras. Él sabía perfectamente, que había obrado bien en avisarles, aunque fuera por unos minutos de antelación. Rezó porque Reina llegara sano y salvo a casa de Ramón. Quizá, si les explicaba lo sucedido, vendrían a buscarlo. Aunque el solo pensamiento de que el General los atrapase le daban escalofríos. No entendía por qué. Tampoco era tan malo. Solo pretendía mantener a salvo a la gente. Sus tripas rugieron. Los labios empezaban a agrietarse. Sentía la necesidad de comer y beber. Le vino el recuerdo de aquella hamburguesa que se comió en Madrid. Por alguna extraña razón, pagaría un millón por comerse una de esas. Fue un error pensar en ello. Ahora le dolía más el estómago. Seguía sin escuchar nada. ¿Y si le habían abandonado allí? ¿Habrían muerto todos? De ser así, podría estar plagado de hostiles. Pero eso que más da. Ni siquiera podría salir de allí. Escuchó algo por fin. Era lluvia. Estaba lloviendo. Y cada vez más fuerte. Golpeaba en el techo con tanta fuerza que pensó que se caería por el peso del agua. Pero resistía. Encima, ahora tenía frio. La chaqueta se había quedado en la verja. Tan solo estaba con un simple jersey de lana y una camiseta debajo. No era suficiente. Si al menos pudiera ver algo, lo agradecería. Un trueno le sacó de su letargo temporal. Sonó tan cerca, que notó un ligero pitido en sus oídos. Otro trueno sonó, pero más alejado. La lluvia caía más fuerte. Notaba la humedad, incluso ahí encerrado. Aunque el olor a mojado le reportó cierta calma. Intentó llevar una cuenta del tiempo, pero fue un trabajo improductivo. Incluso cuando algo o alguien se golpeó contra una de las paredes de la caseta. Fue un solo golpe y leve. No volvió a escucharse. Posiblemente un hostil despistado. Eso le podía dar una idea de lo que sucedía fuera. Era solo eso. Una idea. 

Comenzaba a perder la esperanza de que alguien de fuera siguiera vivo. En todo ese tiempo no se escuchó ni un solo disparo ni una voz dando órdenes. El miedo a morir por inanición le embargaba. Incluso comenzó a sentir que le faltaba el aire. Por la rendija de debajo de la puerta, entraba algo de luz. Se acercó y notó que entraba una leve brisa. Su tumbó dejando su cara lo más cerca de la rendija para tomar aire. Respiraba profundamente. Escuchó como unos pasos se acercaban. Pero eran extraños. Como si arrastrase los pies. Eran de un hostil. O de dos. No lo sabía. También escuchó unos pasos rápidos, y el desplomarse los cuerpos. Alguien los había matado. El cerrojo se movió y la puerta se abrió. La luz que entró en ese momento le cegó y no pudo ver quien era. 

- Levanta –escuchó la voz de Figueroa.


Notó como le ayudaba a ponerse de pie, mientras se clareaba su visión. Estaba completamente empapado de agua. De pronto, sus piernas fallaron y cayó de rodillas. Otros brazos, le levantaron. Pasando su mano por el hombro de aquel hombre. Trataba de andar, pero eran más rápidos y casi lo llevaban en volandas. Al salir al exterior, la lluvia lo abrazó. Agradeciendo, abrió la boca para dejar que entraran las gotas en su interior. Pudo ver una imagen que nunca olvidará. Montones de cadáveres tirados por el campamento. Incluso, algún que otro hostil que aún quedaba en pie, abatido a cuchillazos por alguien. No supo si un soldado o civil. Entraron en un barracón de literas. Había más gente. Niños y adultos. Lo sentaron en una.

- Toma –le ofreció una cantimplora- estarás sediento.


Se bebió casi todo el contenido de un trago largo. Una mujer, se acercó. De una mochila sacó un trozo de pan que le ofreció. Estaba desorientado. Todos le miraban. Incluso Figueroa, que tenía un aspecto demencial.

- Gracias a ti, estas personas están vivas. No creas que he pasado por alto tu deserción. Por ello has pasado una noche a la sombra. –le decía Figueroa- Sin embargo, ese hecho, ha provocado que descubrieses lo que se avecinaba.

- Lo siento mucho…-logró decir.

- Ahora descansa. Ordenaré que te traigan algo de ropa seca y algo de comer más contundente. Nos espera un duro trabajo. –se fue dejándolo allí con toda esa gente asustada.


La misma mujer de antes, le ayudó a cambiarse de ropa. Otro hombre, vestido de cocinero, al igual que el hombre gordo, vino con una bandeja. En ella había un suculento filete recién hecho, y puré de patatas. Seguramente procesado, pero le daba igual. Lo comió con ganas. Se encontraba mejor. Le había dicho Figueroa que descansase, pero quería hablar con él. Así que salió del barracón y corrió hasta su tienda. Cuando entró Figueroa le miró sorprendido.

- ¿No te había dicho que descansases? –preguntó enfadado.

- Yo solo… quería pedirle perdón… -dijo con la cabeza baja.

- Ven, siéntate. –pasó su silla delante del escritorio y se puso frente a el- Me recuerdas mucho a mi hijo.

- ¿Se infectó? –preguntó Raúl sorprendido de que le hablase así.

- No. Él ha tenido la suerte de no vivir este infierno. Hace dos años, mientras estaba en Marruecos, mi mujer tuvo un accidente. Ella murió al instante. Pero mi hijo, pudo salir de su asiento para ayudar a su hermano pequeño. Iba en la parte de atrás. Gracias a su imprudencia, logró salvar a mi pequeño. Tres días después, debido al traumatismo, falleció. 

- Lo siento mucho. –lo dijo de verdad.

- Por eso te pareces mucho a él. Eres imprudente. Pero eso ha hecho que salves a un centenar de vidas. Podías haber huido con tu amigo. Pero no. Decidiste volver y avisar. Puede que me veas como el malo de la película. Pero créeme. Mi intención es protegeros. 

- ¿Qué va hacer conmigo?

- No voy hacer nada que te perjudique. Si decides marcharte, adelante. Pero serias de gran utilidad. Al igual que a los que proteges. Ahora mismo no sabes si están vivos o muertos. Nosotros podríamos ayudarlos. Tenemos que ayudarnos entre nosotros. Crear esto desde cero. Sé que no va a ser fácil. Esta noche ha sido la primera vez que nos vemos en un aprieto tan grande. Y sé que no será la última. Pero debemos aprender de nuestros errores.

- A dos días. 

- ¿Cómo?

- Caminando son dos días. Una cabaña de madera. En dirección a Fermoselle. 

- ¿Ves? Es un comienzo. Si te parece bien, podrás acompañar al equipo. 

- Si. Me gustaría ir. 


lunes, 26 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 15.

Capítulo 15.


Aquella noche durmió fatal. Cada vez que disparaban, se despertaba sobresaltado. En una ocasión, la mujer de al lado, le explicó que a ella también le costó acostumbrarse a dormir entre disparos. Pero que poco a poco, se iría acostumbrando. El supervisor, Patri, fue despertando a los trabajadores que debían empezar la jornada mucho antes que el resto. Tales, como los encargados de cocinas, almacenes o lavaplatos. Tenían unas duchas portátiles justo al lado del barracón. Disponían de tres minutos para asearse. Después, se iban directos a sus puestos. Tanto Reina como Raúl, fueron acompañados por Patri hasta las cocinas. Que no era más que otro barracón portátil. Dos hombres daban vueltas a unas cazuelas enormes sobre unos fuegos. En unas mesas al fondo, varias pilas de las bandejas metálicas. Unas bien colocadas y limpias. Otras, sucias y amontonadas cerca de unos cubos con agua y jabón. Evidentemente, sabían cuál era su puesto. 

- No tengáis prisa. –le dijo Patri apuntando algo en una carpeta- Pero no dejéis ninguna sin limpiar. Para el desayuno, ya están limpias. Pero debéis dejar preparadas, las de la comida. A las diez, tomareis un descanso de media hora para desayunar, y continuareis hasta la comida. A las cuatro, será vuestro turno de comida. Podéis comer aquí, o en los bancos públicos. Dispondréis de una hora y media. Después, vuestro turno de trabajo concluirá cuando estén listas las del desayuno del día siguiente. Cada dos días, descansáis una jornada. ¿alguna pregunta?

- Por mi parte ninguna. –contestó Reina.

- ¿Podré ver hoy a mi padre? –preguntó Raúl.

- Me apunto tu solicitud, y se la trasladaré al General. En cuanto reciba respuesta, te la comunicaré. ¿algo más? –seguía sonriendo.

- No, nada más. –dijo Raúl mirando a Reina.


Esperaron a que se marchase. Aunque empezaron con su tarea de limpieza. Los dos cocineros que había en ese momento, no parecían muy contentos. 

- ¿Cómo andas de agilidad? –susurró a Raúl.

- Normal… supongo…-contestó.

- A ver… -no dejaba de mirar a uno de los cocineros que no les quitaba ojo- El campamento está rodeado en su totalidad por una doble verja. Excepto, por una caseta prefabricada, por la que entramos. Una de las ventanas, da al pasillo que hay entre las dos verjas. Por la que patrullan los soldados. Tenemos que averiguar cómo entrar en la caseta. Hacernos con una cizaña para romper la verja y escapar. 

- Nos dispararan si nos pillan. 

- Habría que hacerlo de noche. Además de correr muy rápido hacia un bosque cercano. Si lo hacemos bien, no tendríamos problemas. Solo se darían cuenta cuando pasasen por el hueco. 

- Reina… -susurraba más bajo-…hay un tío armado cada diez metros. Nos pillarían enseguida. Quizá si hablamos con el General, nos deje salir por la puerta. Si le explicamos que preferimos buscarnos la vida por nuestra cuenta…

- Ni de coña. –dijo muy serio- He hablado con algunos de aquí, que hicieron lo que tú dices, y no les permiten salir. 

Llegadas las diez de la mañana, el supervisor les llamó para proceder a su desayuno. Consistente en un vaso de leche y cuatro galletas. Aquello tampoco era el paraíso, pensó Raúl. Casi comían mejor en la casa de Ramón. Supuso, que era normal, debido a la cantidad de gente que vivía allí. Mientras desayunaban, Figueroa pasó a las cocinas. 

- Supervisor… -dijo a Patri-… me gustaría hablar con Raúl Sauras en privado. ¿Puede buscarle un sustituto?

- Sí, señor. Enseguida. –contestó mientras se marchaba.

- Buenos días Raúl, -se puso a su lado de pie- ¿Qué tal tu primer día?

- Bien. Mucho trabajo.

- Eso es porque se está haciendo bien las cosas. ¿puedes acompañarme?


Reina lo miraba desconfiado. Raúl, terminó su vaso de leche, y las dos galletas restantes se las llevó. Como imaginaba, fueron hasta la estancia privada del General. 

- Tu supervisor me ha trasmitido tu petición para visitar a tu padre. –dijo sentándose en su escritorio, para ponerse a la altura de Raúl. Ya que era un hombre bastante alto.

- Así es, ¿podré verlo?

- Deja que te explique algo. ¿sabes que es lo que hacemos?

- No sé a qué se refiere.

- Cuando todo esto empezó, el mismo Presidente nos reunió a todos los Generales de todos los puntos seguros que íbamos a instalar. Nos pidió… nos ordenó, que mantuviéramos al mayor número de civiles con vida. Era consciente de la gravedad, y que incluso él podría caer. Por eso es tan importante mantener el orden y la cooperación. Puede que te resulten escasas las raciones. O que las medidas de seguridad afecten a tu libertad. Pero créeme, son necesarias para que no se desmorone todo esto que estamos construyendo. Uno de los pilares, es la recuperación de personas indefensas. Como tu hermana y quien sea que la está cuidando. Puede que creas que vivir ahora mismo fuera, sea lo mejor. A la larga, te encontraras solo. Con un poco de suerte, de la mano de tu hermana. Bebiendo como un animal en charcos. O comiendo insectos. Eso no es vida. La falsa sensación de libertad, hará que enloquezcas. Por eso te pido… como un favor personal… que nos digas el paradero de tu hermana. Y de todas aquellas personas, que creas que pueden estar vivos. Tan solo quiero ayudarlos. Como a ti y a tu amigo. Incluso a tu padre. Que por supuesto, podrás ver. 


Hubo un momento en que Raúl estuvo plenamente convencido por las palabras del General. Incluso, estaba dispuesto a desvelarle el paradero de su hermana. Pero un alboroto, afuera, les interrumpió. Figueroa salió como un resorte, seguido de Raúl. Cuando salieron, había una mujer que corría hacia una de las verjas. Varios soldados, le ordenaban que se detuviera. La mujer no hacía caso, y comenzó a escalar la primera verja. Cuando uno de los soldados, apretó el gatillo. La mujer se desplomó hacia atrás. Raúl miró al General, que mantenía su semblante serio. Aunque apretó los labios, en señal de enfado. 

- ¿Ves? A esto me refería. –Raúl observó cómo apretaba sus puños- Hay que mantener el orden a toda costa. Desconozco los motivos por los que esa mujer pretendía escapar. Pero esa no es el procedimiento establecido. 

- Entonces… ¿si le pido que me deje marchar? 

El General no contestó. Tan solo se dio la vuelta para entrar de nuevo a su tienda. Raúl no sabía si seguirle, o quedarse allí. Optó por entrar.

- No me ha contestado. –dijo Raúl desde la entrada.

- No estoy obligado a contestar. Ahora estoy bastante cabreado. Reanuda tus tareas con normalidad. –hubo unos diez segundos de pausa- Y queda denegada su solicitud. 

- Pero…-se calló antes de cometer una imprudencia-… gracias por atenderme.


Salió sin dejar que contestara. Enfadado, llegó de nuevo a las cocinas. Reina lo miraba expectante. Al lado, había una mujer mayor, sustituyéndole. Al verle, dejó de hacerlo, y se marchó. Raúl limpiaba con excesiva efusividad las bandejas, ante la mirada de Reina.

- ¿Qué te ha pasado? –preguntó.

- Este lugar es una puta mierda. –contestó tirando medio cubo de agua sucia al suelo.

- Te lo dije.

- Aunque tendremos que mejorar tu plan. 

- ¿No le habrás preguntado…?

- Si…, y no se lo tomó muy bien. –confesó dubitativo.

- Joder Raúl, ahora tendremos mil ojos puestos en nosotros.

- Lo sé, lo sé. Pero ya no vale lamentarnos. Pasemos desapercibidos unos días.

- Será lo mejor. Aunque me preocupa los de la casa de Ramón. Si ven que tardamos, pensaran que nos ha pasado algo. 


Aquello dejó más pensativo a Raúl. Debían pensar en alguna estrategia para marcharse de allí, y volver con sus hermanas. Sin embargo, pasarse el día allí limpiando bandejas, no les permitían estudiar nada. Tan solo llegada la hora en que terminaron. El supervisor, contó una por una todas las bandejas, y les liberó. Por suerte, solo eran las seis y cuarto de la tarde. Dieron varias vueltas al perímetro, disimulando que hacían ejercicio. Pero en realidad estudiaban los movimientos y manías de los soldados. Por desgracia no sacaron en claro nada. Parecían robots. Aquello mermó sus ánimos. Una vez cenaron, el supervisor, les llamó. Fueron de nuevo hasta las cocinas.

- Las bandejas del desayuno no están limpias. –decía.

- ¿Cómo qué no? –dijo Reina enfadado- Tu mismo las viste esta tarde.

- Entonces, explicarme, este montón de bandejas. –les señaló una montaña de bandejas tiradas entre la mesa y el suelo.

- Vamos a ver, Patri, -decía Raúl- cuando esta tarde viniste a controlarnos, viste que habíamos dejado todo correcto. ¿seguro que nadie ha entrado aquí?

- ¿Me estáis diciendo que miento? –dijo seriamente ofendido.

- No te estoy diciendo que mientas, pero nosotros tampoco mentimos. –recriminó Reina.

- Sea lo que sea, las bandejas no están listas para mañana. Os quedareis aquí hasta que estén limpias. –les ordenó- De lo contrario, tendré que informar negativamente al General.


Al salir el supervisor, entró uno de los cocineros. Era un hombre corpulento. Bastante ancho. Calvo y con barba poblada. El mismo que los miraba con desconfianza. Se quedó de pie, frente a ellos. 

- Os recomiendo que empecéis ya –dijo mientras sacaba una suculenta tableta de chocolate- o no dormiréis nada.


Aquello les enfureció más. Reina estuvo a punto de atacarle. Pero Raúl, sabiendo que eso afectaría a sus planes, le agarró del brazo. El cocinero, se rio de forma macabra. Estaba claro quien había sido el responsable de aquel desastre. No querían más problemas, así que, se pusieron a limpiar. El cocinero se había terminado, ante sus ojos, la tableta de chocolate. Pero no contento ni satisfecho, sacó de otro de sus bolsillos, un bollito de crema recubierto de una capa fina de chocolate blanco. Se deleitaba delante de los chicos, evidentemente, con ánimos de darles envidia. Hasta que de repente, se comenzó a atragantar. Trataba de toser, pero estaba tan obstruido el conducto, que comenzaba a ponerse morado. Les lanzó una mirada de socorro. Raúl se levantó a ayudarle, pero Reina, se lo impidió. El hombre cayó de rodillas y se llevaba las manos al cuello. Hasta que su cara impactó contra el suelo. Inerte. Ambos chicos lo miraban. 

- Tenemos que llamar a alguien. –decía Raúl.

- Se lo tiene merecido. Este cabrón, fue el que hizo todo este desastre. 

- Mierda Reina, van a pensar que hemos sido nosotros. –dijo con tanto temor, que sus palabras se entrecortaban.

- Aprovechemos esto para irnos. –dijo Reina tan convencido que Raúl se asustó- Si ha muerto, no tardará en convertirse. La gran mayoría de aquí, no ha visto uno de cerca desde que comenzó todo. Así que, varios de los vigías abandonarán momentáneamente sus puestos. En ese momento nos vamos.

- No me gusta nada todo esto…-sentía tanto miedo que su cuerpo se estremecía con fuerza.

- Tranquilo, Raúl, amigo mío. –le agarró por la cabeza- No te va a pasar nada. Ayúdame a arrastrarlo hasta la puerta. Desde ahí parecerá que no le hemos visto mientras curramos. Cuando veamos que se levanta, nos esconderemos detrás de las mesas. Si todo va bien, saldrá fuera. Sembrará el caos. Por debajo de las lonas, podemos salir del barracón. Estarán tan ocupados con él, que no se percataran de nuestra ausencia. Eso sí, quítate la chaqueta cuando saltemos. Las púas te desgarrarían de arriba abajo. 

- No sé si seré capaz. 

- Con un poco de ayuda y fe, lo conseguiremos.


Arrastraron el enorme cuerpo hasta la entrada de las cocinas. Ya que una enorme mesa, y los fuegos donde cocinaban, les impedía ver el cuerpo, era la excusa perfecta si entraba alguien en ese momento. Mientras limpiaban las bandejas, no quitaban ojo hacia aquella parte de la tienda. Les resultaba difícil concentrarse, sabiendo que en cualquier momento, ese mastodonte de hombre se convertiría en un hostil. Si a veces les resultaba difícil atravesar el cráneo de los más menudos, no imaginaban lo difícil que sería hacerlo sobre ese hombre tan grande. Ni de la fuerza que tendría. A Raúl se le erizó los cabellos de los brazos al imaginarlo. Además, de la adrenalina que notaba subir por su columna, al saber que tendrían que correr y saltan unas verjas llenas de espinas. O de que algún soldado les descubriese y los disparase. Aminoraron la marcha de limpieza, para tener una excusa en caso de que tardase en levantarse. De hecho, estaban impacientes. Lo miraban a cada rato por encima de la mesa, y volvían corriendo a los cubos de agua. Raúl miró su reloj. Eran las doce menos diez de la noche. Raúl notó que su amigo, también estaba nervioso. Una de sus piernas la movía desesperadamente de arriba abajo. Escucharon unas voces acercándose. Se dieron la vuelta, como habían practicado, para hacer más real su excusa. Por suerte, aquellas voces se alejaban. Eran unos vigías que hacían una ronda y pasaron de largo. Raúl suspiró. Llevándose la mano al corazón, que le latía a mil por hora. Continuaron con su tarea. La una y veinte. Todavía el cocinero no se levantaba. Reina, rebuscó por los armarios algo de valor, o quizá algún arma por si tenían que defenderse. Lo único que encontró fue un pequeño cuchillo con el que pelabas frutas y verduras. El resto eran utensilios de madera o plástico. Faltando dos minutos para las dos de la madrugada, el cocinero movió los dedos de las manos. 

- La fiesta va a comenzar, -le dijo Reina- prepárate. En cuanto se levante, apagamos el foco y esperamos a que salga. Tenemos la verja a unos cinco metros. Primero pondré mi chaqueta en las púas de la primera verja. Tomarás impulso y le ayudaré a saltar. Intenta aprovechar el impulso para tratar de no tocar la chaqueta. Es posible que la caída, te duela un poco. Mas si estas frio, así que calienta un poco. Después saltaré yo. Coloca tu chaqueta en las púas de la segunda verja. Ahora tendrás menos impulso. Así que la chaqueta debería proporcionarte algo de seguridad. ¿Lo has entendido todo?

- Si. Pero no estoy preparado.

- Ya no hay vuelta atrás. –dijo Reina señalándole al cocinero antes de apagar el foco.



viernes, 23 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 14.

Capítulo 14.


No se podía creer que su padre siguiera vivo. Sin embargo, algo no iba bien si lo tenían metido en una de esas habitaciones con tanta seguridad. El encargado de lugar, observó detenidamente a Raúl. Que temblaba. 

- ¿Quién es? –preguntó.

- Su hijo mayor. –contestó Figueroa.

- ¿está mi padre aquí? –preguntó impaciente.

- Así es. –dijo el de la bata.

- Raúl, -decía Figueroa- cuando mis hombres hacían una ronda de reconocimiento, se toparon con un grupo numeroso de infectados. Rodeaban un bar. Dentro se encontraba tu padre y otros cuatro hombres. Cuando despejaron la zona, lo encontraron en muy malas condiciones. Los cinco individuos estaban infectados. Incluido tu padre. Presentaba una herida en la pierna derecha. Aquí, el Doctor Manzaneque, solicitó permiso para investigarlos. Tu padre accedió. Tan solo tu padre, y otro hombre aún sobreviven gracias a los cuidados del Doctor. Te dejaremos verlo. Pero debo advertirte, que su aspecto ha desmejorado considerablemente. 


Comenzaron a caerle las lágrimas, hasta que no pudo contener un llanto sonoro. Se tapó la cara.

- Quizá deberían volver más tarde. –propuso el Doctor.

- No. Quiero verlo ahora. –dijo Raúl.

- Muy bien. Vamos. –dijo Figueroa.


Su padre estaba en la habitación del medio. De las situadas a la izquierda. Resopló varias veces, conteniendo su temor a lo que podría encontrarse. El Doctor, desabrochó una cremallera que recorría toda la puerta de plástico. Encontró a su padre tumbado en una cama. Tenía puesto varios cables y tubos por el cuerpo. Varias bolsas de algún contenido viscoso, se introducía a través de una vía en su cuerpo. Roberto se incorporó. Efectivamente, su aspecto no era como lo esperaba Raúl. Estaba tan delgado que casi no le reconoció. Al ver a su hijo, no pudo contener un grito ahogado. 

- Papá…-dijo Raúl llorando de nuevo.

- Hijo mío…-dijo en un susurro difícil de escuchar.

- Os dejamos solos. Tenéis cinco minutos. Tienes prohibido el contacto físico. ¿lo has entendido? –dijo el doctor muy firme.


Tanto Figueroa como Manzaneque, salieron, cerrando de nuevo la cremallera. Raúl se mantuvo de pie, inmóvil, observando la desgraciada degradación de su padre. 

- Raúl…-decía Roberto-… ¿estás bien? ¿ha venido también Rebeca?

- No papá… -decía asustado-… Rebeca no está aquí.

- No me digas que… -comenzó a llorar levemente.

- Ella está viva. Pero no está aquí. ¿Qué te ha pasado? –preguntó temeroso.

- ¿Dónde está tu hermana? –preguntó de nuevo.

- Tranquilo, está en buenas manos.

- Anda, acércate.

- Me han dicho que no puedo…-dijo apenado.

- Que les den. Quiero darte un abrazo.


Algo temeroso, y mirando hacia afuera, se acercó a su padre. Se colocó al lado de la cama. Ambos se fundieron en un abrazo.

- Te quiero mucho, hijo mío. –dijo Roberto apretándole aún más fuerte.

- Yo también papá…-no esperaba esa fuerza por parte de su padre.

- Prométeme una cosa…que cuidarás de tu hermana. Pase lo que pase. –le decía al oído.


Raúl notó a su padre muy extraño. Se separó un poco de él, y vio que sus ojos habían cambiado. El color marrón habitual, pasaba a clarearse. Roberto le apretaba el brazo, y balbuceaba algo. No entendía que le pasaba. Figueroa y el Doctor, que hablaban desde fuera, cuando vieron lo que ocurría dentro, enseguida abrieron la cremallera.

- ¡Apártate! –le apuntaba con un arma- ¡Fuera!

- ¿Pero qué pasa? –preguntó Raúl asustado.

- ¡Que te apartes! –gritó el doctor.


De pronto, Roberto se abalanzó contra Raúl. Sin embargo, un dardo tranquilizador, puso fin a lo que podía haber sido una tragedia. Figueroa agarró a Raúl por el cuello y lo obligó a salir. El doctor, puso de nuevo en su sitio a Roberto y también salió.

- ¿Pero qué ha pasado? –preguntaba Raúl asustado.

- Te dije explícitamente, que no estaba permitido el contacto físico. –le regañó el Doctor.

- Raúl…-dijo Figueroa aún más calmado-… gracias al suero preparado por el doctor, logramos contener a tu padre. Pero el virus recorre sus venas. Cuando deja de hacer efecto el suero, se convierte. Si te soy sincero, no le queda mucho tiempo a tu padre. Por eso he dejado que os despidáis. 


Aquello le cayó como un jarro de agua helada por la cabeza. Se sentía mareado. Tuvo que apoyarse en Figueroa para no caerse al suelo. Notó, que el doctor le inyectaba algo y quedó completamente dormido. 

Al despertar, se encontraba en otro barracón. Era bastante grande. Con literas a ambos lados. Al menos veinte en cada uno. Intentó levantarse, pero estaba esposado a un barrote. Le dolía mucho la cabeza. 

- ¿hola? –gritó- ¿hay alguien?


Al momento, un soldado apareció por la puerta. Caminó hacia él, y le examinó desde la distancia. De un bolsillo, sacó un manojo de llaves. Con una de ellas, lo liberó de las esposas.

- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿y mi padre? –preguntaba al soldado que lo miraba con compasión.

- Tranquilo. –dijo ofreciéndole un vaso de agua y una pastilla- Toma, te ayudará con el dolor de cabeza. 

- ¿Pero dónde estoy? 

- Después de tu visita, te sentiste mal. Esta es tu litera. –del manojo de llaves, sacó dos y se las ofreció- Está llave es de tu taquilla. Te he guardado tus cosas. Esta otra es de las esposas. La norma dice que cuando te vayas a dormir, debes esposarte tú mismo. Te aconsejo que dejes la llave cerca de ti si hay una emergencia.

- No lo entiendo…

- Mientras dormimos, corremos el riesgo de morir. Si mueres, te conviertes en uno… si te conviertes, atacarás a las personas que tengas alrededor. Para evitar eso, todos estamos obligados a dormir esposados. El que lo incumpla, pasará dos días y dos noches a la sombra. ¿lo entiendes?

- Si. Lo entiendo.

- Me presento: Soy tu supervisor. Puedes llamarme Patri. –Raúl le miró extrañado- De Patricio. Puedes echárselo en cara mis padres si quieres. Son casi las ocho. Tu primera ración es gratis. Mañana por la mañana, veremos en qué puedes trabajar. Ahora descansa.

- Gracias…-dijo pensando en su padre.

- Gracias a ti, por pertenecer a esta comunidad. –decía como si fuese un discurso ensayado.


En una mesita entre dos literas, había dejado una bandeja metálica de comedor. En uno de los huecos había una especie de sopa con verduras. En otro un trozo de pan en una bolsita de plástico. Una cuchara de plástico y una botella de agua de tan solo 20 mililitros. Cuando probó la sopa, comprobó que estaba caliente. La devoró como si llevase media vida sin comer. El trozo de pan, terminó por mojarlo en los restos de la sopa. Para cuando terminó, Reina entró en el barracón. 

- Al fin…-se acercó-… ¿cómo te encuentras?

- Me duele mucho la cabeza. –contestó masajeándose la sien- He visto a mi padre.

- ¿De verdad? –dijo sorprendido- Cuando no te vi todo este tiempo, pensé que te estaban haciendo más pruebas o preguntas.

- Está infectado. Creo que están experimentando con él. En un barracón blanco con letras amarillas.

- Vaya… lo siento. –se sentó a su lado- ¿Qué piensas hacer?

- No lo sé…este lugar no parece tan malo. Pero sigo sin fiarme. 

- Pienso igual. 

- No me gusta la idea de dejar aquí a mi padre. Pero no tiene solución. Además, está Rebeca y Mónica. No quiero traerlas aquí. He hablado con el que manda aquí. Me ha insistido mucho en que le diga dónde está mi hermana. 

- He hablado con algunos por aquí. Casi nadie está contento al cien por cien. Si. Tienen la seguridad de que no van a ser atacados por hostiles. Pero lo compensan con la falta de libertad. Además, por lo visto, se trabaja mucho para las ridículas raciones de comida. –contaba Reina con desesperación.

- Por lo que se, ya no hay más autoridad que los pocos militares que queden en pie. El resto del mundo es la anarquía total. Ahora… debemos elegir. ¿la seguridad sin libertad? ¿libertad sin seguridad?

- ¿Quién te asegura que este sitio no caiga? –se levantó para dejar que lo pensase- Nos vemos luego.


Reina salió, dejándolo solo en aquel barracón. Por un momento, pensó en quedarse tumbado y dejar que todo siguiera su curso. Pero decidió salir. Aun había gente con sus labores. Vio, a lo lejos, a Reina hablando con un grupo de jóvenes. Supuso, que sacándoles información. El perímetro del campamento era extenso, pero cada diez metros pegados a la verja, había un soldado armado vigilando el exterior. Si se acercaba un hostil, con un solo disparo certero en la cabeza lo mataban. Cada poco, salía un grupo asignado, que recogía esos cuerpos y los llevaba a una fosa común. Cuando estaba llena, los prendían fuego. Los grandes y potentes focos, que iluminaban el campamento, se apagaron. Tan solo un par de ellas quedaron encendidas. Lo suficiente para poder tener un control de la zona iluminada. Al parecer, eso era la señal de que todo el mundo, finalizaba su jornada laboral. La gran mayoría se dirigía a sus literas. Tan solo unos pocos, junto a unos soldados, se sentaban en una mesa de picnic a jugar a las cartas y beber whisky. Raúl, dio por finalizada su exploración del lugar. Cuando llegó a su barracón, en la litera superior, se encontraba un niño. Vio que se había esposado el solo y la llave reposaba encima de la almohada. El niño, de no más de seis años, le sonrió y cerró los ojos con fuerza para provocar su sueño. Le provocó cierta ternura. En la litera de al lado, se encontraban sus padres. 

- Bienvenido, -dijo el padre- Soy Santiago.

- Raúl, -le tendió la mano.

- Ella es mi mujer Claudia, y mi hijo –le señaló el niño que dormía encima de su litera- Hugo.

- Encantado. –contestó Raúl.

- ¿Tienes familia? –preguntó la madre.

- Si. Pero no están aquí. 

- Ah. Supongo que ya les habrás dicho dónde están para que puedan rescatarlos.

- Claro. –mintió.

- Ya verás que aquí todo va a ir bien. –dijo Santiago.


Observó como todos y cada uno se esposaba a su litera. Por lo que él, no tuvo más remedio que imitar el gesto. Además, recordó las palabras de su supervisor, sobre el incumplimiento de la norma. Reina apareció mucho más tarde. Le habían asignado una litera, quince puestos más atrás. Antes de irse a su cama, habló con él.

- Creo que he encontrado la forma de salir de aquí. Mañana ya lo hablaremos con más tranquilidad. Además, me he enterado de que a los dos nos van a asignar como lavaplatos. –susurraba.


viernes, 16 de marzo de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 13.

Capítulo 13.


Todos se quedaron petrificados cuando llamaron a la puerta. Raúl miró enfadado a Héctor, ya que era su turno de guardia. Este le hizo un gesto de incredulidad. No había visto acercarse a nadie. Volvieron a golpear la puerta. Ramón sujetaba su pistola con fuerza, mientras se asomaba por la ventana. Al ver quien llamaba, se relajó. Abrió la puerta y apareció Reina. 

- Perdonar…-dijo avergonzado.

- ¿Dónde has estado estos casi cuatro días? –preguntó Raúl.

- Tenía que comprobar lo que dijo Sharpay. –la miró entristecido.

- Bueno el caso es que ya estás aquí. –dijo Ramón.

- Hay más…-dijo mirando a Raúl-… no estoy seguro, pero creo haber encontrado un lugar donde podría estar tu padre.

- ¿Cómo? –dijo sorprendido.

- A dos días de camino. Mientras estaba en la tienda de mi padrastro, un grupo de militares pasó cerca de ahí. Los seguí varios kilómetros, hasta un gran campamento. Hay gente por doquier. No solo militares, también civiles. 

- Pues tenemos que ir. –dijo Raúl apresurándose.

- Espera. –le paró- No es oro todo lo que reluce. No me gustó nada la actitud de algunos. Es como si los tuviesen trabajando para ellos.

- ¿Qué estas contando? ¿Cómo esclavos?

- Esclavos como tal no. Pero vi como disparaban a un hombre que trataba de saltar la verja. 

- ¿Qué propones?

- Pues que vengas conmigo. Vigilaremos el campamento. Si vemos a tu padre, buscaríamos la forma de sacarlo de allí. Pero no me pienso arriesgar más de la cuenta. ¿estás de acuerdo?

- Por supuesto.


Dejaron todo listo para su marcha. Dejaba a Mónica y Rebeca en buenas manos. En un principio se iba a unir Sharpay, pero Reina la convenció de que ayudase al resto a conseguir recursos. Quedaban un par de horas para que amaneciese, sin embargo se pusieron en marcha. Tenían dos días de camino, según dijo. Por lo que se aprovisionaron bien de agua y algo de comer. Mientras caminaban, Raúl le preguntó por su pasado. Este le contó que su madre se quedó embarazada muy pronto. Su padre estuvo con ellos hasta los cuatro años. Se divorciaron y nunca más supo de él. Tres años más tarde, conoció a quien sería su padrastro. Un año después, nació Sharpay. Siempre le había gustado el deporte extremo, y pasaba largas temporadas viajando. Un verano, fueron toda la familia a China. Allí aprendió, junto a su hermana, algunos movimientos de artes marciales. Aunque ella, tiempo después, continuo su instrucción.

- Como os conté cuando os conocí, mi primer contacto fue en las cabañas. –le recordó.

- ¿Por qué no fuiste a buscar a tu familia? –preguntó Raúl extrañado.

- Lo hice. Pero solo fui a casa. No me acordé de la tienda. Aunque pasé por delante y la vi desvalijada. No miré dentro. 


Llegaron hasta una localidad cercana. Entraron en varias casas, como hacían cuando buscaban recursos. Pero esta vez, era para pasar la noche en un lugar seguro. Las calles daban un aspecto tétrico. A pesar de tan solo llevar un par de meses desde los accidentes, aquello parecía abandonado desde hacía años. La casa donde estaban, era de dos plantas. En una habitación de la planta superior, con la ventana abierta, lograron hacer un fuego con trozos de una mesa escritorio. Seguramente, donde su dueño o dueña, estudiaba. Ya que parecía un dormitorio juvenil. Reina se tumbó en la cama.

- Oye…-dijo amistosamente-… ¿Qué se siente al follarte a tu profesora?


Raúl sintió como los colores le subían de tono en las mejillas. 

- A ver, tío… que no pasa nada. ¿nunca hablas de sexo con amigos?

- He sido muy reservado en esos temas. Pero bueno, si te digo la verdad… es una pasada.

- ¿Cómo fue? ¿Fuiste tú? O ¿Fue ella la que dio el primer paso?

- Fue ella. En uno de los trabajos que me corrigió, me puso una nota al final. Con su número.

- Que cabrón. –se rio con tanta fuerza, que resonó en la calle.

- Yo tuve una profesora que también estaba muy buena. Pero ni de lejos pude acercarme a ella. 

- Tuve suerte, nada más.



Escucharon pasos por la ventana. Era dos hostiles que rondaban cerca. Seguramente por el fuego que habían hecho. Aunque no repararon donde estaban, y continuaron su camino a saber dónde. Antes de hacer la primera guardia, repasaron lo que tendrían que hacer antes de llegar al campamento. Reina había conseguido unos prismáticos. Subirían hasta una colina, varios metros antes del campamento, y desde allí observarían. Pero en ningún momento, deberían acercarse. No sabían si trataban bien o mal a los supervivientes. 

Poco antes de amanecer, Reina despertó a Raúl. Le hizo un gesto con el dedo para que no hiciera ruido. En la parte de abajo se escuchaba hablar a alguien. Después, empezaron a subir las escaleras. Sonó un fuerte golpe en una de las puertas de la parte superior. Trataron de esconderse en el armario, pero no les dio tiempo. Un hombre vestido de militar, les apuntaba con un arma de gran calibre.

- ¡Quietos! –gritó- ¡No os mováis! 

- No hemos hecho nada. –dijo Raúl tembloroso.

- ¿Estáis heridos? –preguntó- ¿hay alguien más en la casa?


Tanto Reina como Raúl negaron con la cabeza. Manteniendo sus manos alzadas.

- Soy el Sargento Bautista. –seguía apuntándolos- Del ejercito militar Español. O lo que queda de él. Les ordeno que se desnuden por completo. 

- Pero… -dijo Reina asustado.

- Señor, debo asegurarme de que no son una amenaza. Quítense la ropa y den una vuelta de trescientos sesenta grados, muy lentamente. –la luz de una linterna casi les cegó.


Sin saber que pasaba, comenzaron a desnudarse. Un segundo soldado apareció por detrás, informando.

- Señor, planta despejada. –dijo.

- Afirmativo. –contestó sin dejar de apuntarlos- Llama a la base. Dos posibles supervivientes limpios.


Una vez totalmente desnudos, comenzaron a girar sobre sí mismos. Ante la atenta mirada del militar. Después de realizar una vuelta completa, bajó el arma y se descubrió la cara bajándose la braga militar. Era un hombre joven. Aunque con barba de varias semanas. 

- Muchas gracias por su colaboración. –les dijo- Pueden vestirse. Se vienen con nosotros. 

- ¿A dónde? –preguntó Reina.

- Al punto seguro numero ciento cuarenta uno. Aunque mucho me temo, que no queden en pie más de cinco. 


Dejó que se vistieran y les arrebató las mochilas. Sacó todo lo que llevaban dentro. El cuchillo de Reina se lo guardó. El resto lo volvió a meter dentro y la devolvió. Bajaron hasta la calle. A los pocos segundos, un camión militar apareció por la calle. Cuando se detuvo, les obligó a subir por la parte trasera. Vieron que en los asientos, había una pareja de ancianos muy asustados. No rechistaron, y se sentaron al lado. Hicieron varias paradas más. Pero solo se escuchaban los disparos de sus armas. Seguramente matando a quien no fuese un “superviviente limpio”. Finalmente, llegaron al campamento. Reina le dijo a Raúl que ese era el que tenían que vigilar. Pero ya era demasiado tarde. El camión se detuvo ante una doble verja metálica con espinas en su parte más alta. Un soldado, les ordenó bajar. No se habían dado cuenta allí dentro, pero ya era de día y no auguraba buen tiempo. 

- Por aquí. –dijo el soldado acompañándolos.


Caminaron hasta unas casetas prefabricadas, pasando como una especie de laberinto formado por las verjas metálicas. En la primera caseta, parecía que estuviesen en la cola del paro. Una mujer, vestida con una bata blanca, acompañado de otro hombre igual vestido, les atendió. Primero hicieron una ficha a la pareja de ancianos. Les pedían nombres, y si aún conservaban su documento nacional de identidad. Varias preguntas sobre de dónde venían, o alguna enfermedad a destacar y después pasaban a otra estancia. Ahora era el turno de Reina.

- ¿Nombre completo por favor? –preguntó muy amablemente la mujer.

- Aitor Reina. –contestó

- ¿Edad?

- Treinta y uno. 

- ¿Lleva consigo su documento de identidad?

- Lo perdí.

- ¿Ha sido atacado o herido por un infectado?

- No sabía que estaban infectados.

- Por favor, conteste.

- He sido atacado al menos sesenta veces. No he sido herido en ninguna.

- ¿ha estado en contacto directo con alguno?

- No.

- Pase por esa puerta y espere. Siguiente. –dijo la mujer mirando a Raúl.


Reina miró a Raúl y pasó por aquella puerta. Raúl contestó a las mismas preguntas, y de seguido se reunió con Reina en la otra caseta. Parecía la sala de espera del médico. Los ancianos ya habían sido explorados por el otro hombre. El primero en entrar, en este caso fue Raúl. Al entrar, se sorprendió del orden y limpieza de aquel lugar. Algo que echaba de menos desde hacía meses.

- Buenos días Raúl. –dijo el médico leyendo lo escrito por la mujer de la entrada.

- ¿Qué hacías en aquella casa, tan lejos de tu hogar?

- Fuimos atacados por una manada de hostiles. Escapamos y vagamos durante días.

- ¿Hostiles? –preguntó extrañado el médico.

- Así es como llamamos a los… seres que se comen a otros.

- Ah…jajaja… -se rio amistosamente- Me alegro de que te mantuvieras con vida hasta encontrarnos. Ahora, quítate la parte de arriba. Voy a tomar una muestra de sangre y comprobar que estas limpio.


Nuevamente tenía que desvestirse. El médico, de una taquilla transparente sacó varios tubos de ensayo y una jeringuilla. Le puso una tira de plástico flexible en el brazo y enseguida le sacó sangre. La introdujo en uno de los tubos, y lo mezcló con otra sustancia que desconocía. Lo removió hasta que el color rojo de la sangre se mantuvo.

- Prefecto. –dijo sonriente- bienvenido al ciento cuarenta y uno. Puedes vestirte. 

- ¿No estoy infectado?

- Tranquilo. Aquí no tendrás opción de infectarte. Cuando salgas, te estarán esperando para acompañarte.

- ¿A dónde?

- A tu nuevo hogar. Pero eso se lo dejo al jefe.


Al salir, había un soldado. Le cogió del brazo, y salieron de aquella caseta. Caminaron por el exterior hasta una tienda de grandes dimensiones. Observó aquel lugar. Había barracones portátiles por todo el recinto. Pudo distinguir un apartado con varios animales y un invernadero. La gente andaba de un lado para otro. Algunos limpiaban unos caballos. Otros se empeñaban en arreglar, cual fuera su avería, unos coches. Varias mujeres, daban clase de matemáticas en un aula improvisada, a una veintena de niños. Al llegar al barracón grande, un soldado que custodiaba la entrada, se apartó. Entraron y la estancia era más grande de lo que pudiera parecer desde fuera. A su derecha había una serie de ordenadores. A su izquierda una cama grande, con las sabanas bien colocadas y una mesa con libros, una lámpara y una botella de coñac. Al fondo un gran escritorio, con un hombre vestido de militar, pero más elegante que el resto de soldados de fuera. El pelo lo tenía engominado hacia atrás. La barba bien recortada. Lo que más le impresionó fue sus grandes ojos que lo miraban fijamente. 

- Señor, aquí le presento a Raúl Sauras. –dijo el soldado poniéndose firme.

- Gracias, soldado. Puede retirarse. –su voz era grave, pero de poco volumen. 


Cuando el soldado abandonó el lugar, le insistió a Raúl de que tomase asiento.

- Bienvenido Raúl. –dijo el hombre- Mí nombre es Pablo Figueroa. General de mayor rango de la ciento cuarenta y uno. Al desaparecer, o no tener mayor conocimiento de su paradero, y me refiero al Gobierno o Jefe de Estado, ahora soy yo el máximo mandatario del lugar. Espero que entiendas los protocolos de actuación. Como sabrás, hace exactamente sesenta y ocho días, el planeta entero ha sido devastado por un agente patológico extremo. Esto ha provocado accidente aéreos, de trafico… etc. Las personas contaminadas presentaban rasgos violentos y hasta caníbales. Muy parecido a la rabia. El solo hecho de mantener un contacto entre fluidos con uno de estos contaminados, automáticamente estás contaminado. Desgraciadamente, la población no era consciente de la gravedad. Por tanto, solo unos pocos afortunados quedaron libres de esa atrocidad. Como habrás comprobado, casi la totalidad de la población mundial está muerta o infectada. Nosotros aquí, tratamos de rescatar a quien no lo esté. En este recinto, disponemos de un centenar de soldados armados y entrenados para proteger el lugar. Dicho esto, quisiera contar con tu entera colaboración en el buen funcionamiento de la comunidad. Te asignaremos una cama y una taquilla. Tu supervisor evaluará tus aptitudes, y conforme a ello, te asignará tu ocupación. ¿alguna pregunta?

- ¿Qué pasará con mi amigo?

- Lo mismo que a ti. 

- Me gustaría verlo.

- Tu apellido es Sauras, ¿cierto? –preguntó levantándose.

- Si. ¿Por qué?

- ¿Dónde has dejado a tu hermana? –preguntó, cortando la respiración de Raúl.


No entendía como podía saber de la existencia de su hermana. En la entrevista inicial, había contado que toda su familia había muerto a manos de los infectados. Pero estaba claro, que aquel hombre conocía más cosas de las que Raúl imaginaba.

- Ya dije a la entrada que toda mi familia murió en un ataque de hostiles. –mintió de nuevo.

- Raúl…-dijo calmado-… solo te pido que no me mientas. 

- Le juro...

- No. No. no. no. –se le notaba decepcionado- Quizá tengo que convencerte de otra manera. Acompáñame. 


Aquello no le gustaba lo mas mínimo. Siguió al hombre a través de los barracones, hasta uno de color blanco. Era el único de ese color. Se asustó más, cuando vio una placa amarilla con una inscripción que decía: Peligro de contaminación. Los dos soldados al ver llegar a su General, se pusieron firmes. Cuando se apartaron, pasaron a través de unas cortinas de plástico. En el interior había seis estancias individuales. Aisladas. Un hombre, que escribía algo en un papel puesto en una carpeta, les interrumpió el paso.

- ¿Qué hay Figueroa? –preguntó el hombre.

- Traigo una visita para el señor Roberto Sauras. –dijo ante la perplejidad de Raúl.