miércoles, 28 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 11.

Capítulo 11.


Berni, por fin se despertó. El cubo de agua fría que le tiró Raúl por la cabeza, hizo efecto. Temía que se pusiera a gritar como antes. Pero se mantuvo callado y sin apartarse de Raúl. Mónica, Eli y Rebeca, ya había bajado. Informaron que todo correcto. Una pequeña sala con barricas antiguas y vacías, les indicaba que estaban en la bodega. Reina y Héctor, se iban pasando mochilas y bolsas con todo lo que pudieran necesitar. El último en entrar fue Raúl. Aún no habían traspasado la puerta, ni mucho menos los muebles que habían colocado a modo de barricada. Pero el mero pensamiento, de ver a todos esos hostiles entrando a por ellos, le proporcionó un severo escalofrió difícil de olvidar. Habían atado una cuerda a las patas de la mesa de recepción. A modo de que cuando estuvieran todos dentro, tiraran de ella para colocar la mesa encima para ocultar la entrada a la bodega. Hicieron varias simulaciones. Una de ellas, casi se les cae encima la mesa. Pero finalmente, lo lograron. Estaban ocultos. Examinaron la bodega. No parecía que hubiera ninguna salida, a excepción de un arco de piedra, ahora sellado con ladrillos. Supusieron que aquello, era lo que comunicaba las dos viviendas superiores. Como aún no habían logrado entrar los hostiles, con la maza empezaron a tirar aquella pared de ladrillo. No fue difícil romperlos. Antes de hacer el hueco más grande, iluminaron el interior, para no llevarse ninguna sorpresa. Era otra bodega exactamente igual. Con las mismas dimensiones. Una vez que no había peligro, hicieron el hueco lo suficiente grande para pasar. También había unas escaleras que subían, igual que las del hostal. Sin embargo, otro arco sin tapiar, parecía llevarles a otro lado. 

- Quizá haya una salida por ahí. –dijo Eli.

- Vamos a mirarlo, -dijo Reina iluminando el pasillo. 


No era excesivamente alto el pasillo, por lo que tenían que andar con cuidado de no golpearse en la cabeza por las zonas más bajas. El pasillo estaba en línea recta, pero al final giraba hacia la derecha. Otro pasillo largo y sin iluminar. Estaba húmedo. Caían gotas constantemente sobre sus cabezas. Al final de ese pasillo, había otra puerta. Estaba cerrada con un candado. 

- Entra aire por aquí. –dijo Reina- Seguramente es por donde meterían el vino. 

- Deberíamos asegurarnos de que detrás no hay… -dijo Héctor con pánico.

- Solo lo sabremos si la abrimos. –contestó Reina buscando la aprobación de todos.


Raúl miraba a Mónica, que con Rebeca en brazos le hacía gestos de que esperaran un poco. Eli tampoco parecía muy convencida. Tan solo Héctor y Reina eran los únicos que optaban por averiguarlo en ese momento. 

- Está bien…-dijo Reina-… esperamos un poco. Vamos a permanecer en silencio, y trataré de escuchar si hay algo detrás.

- ¿Qué hacemos si al abrir aparecen? –preguntó Héctor.

- Toma tu hacha. –se la tendió- Raúl, coge mi cuchillo. Yo me quedo con la maza. Romperé a martillazos el candado. Si entran, tendremos que ocuparnos de ellos. Mónica y Eli, escondeos detrás de las barricas. Buscad algo con lo que defenderos si nosotros no podemos con ellos.


Aquello supuso un terror insospechado en ellas. Eli temblaba tanto, que se agazapó detrás de una enorme barrica. Mónica, miraba a Raúl.

- Por nuestro bien –dijo señalando a su hermana-, que no haya de esos ahí detrás. No sé si podré defenderla…

- Gracias Mónica…-se abrazó a ella.

- ¿Estáis preparados? –preguntó Reina elevando la maza.

- No. –contestaron todos a la vez.

- Pues preparaos, porque allá voy. –dijo mientras daba un golpe al candando.


El candado se rompió a la primera. Además, el ruido que provocó, al golpear también en la puerta, les cortó la respiración por unos cuantos largos segundos. Se quedaron inmóviles y en posición defensiva, mientras Reina abría muy lentamente la puerta. Aún era de noche, pero se podía distinguir todo lo que había en el exterior.

- Joder…-dijo Reina abriéndola del todo- está despejado.


Un ruido sordo detrás de ellos los asustó. Los que intentaban entrar en el hostal, lo habían conseguido. Además, se escuchó como el mueble bar que había colocado en la puerta, se golpeó contra el suelo. Lo que no sabían, era si habían encontrado la entrada a las bodegas. Por lo que tuvieron que acelerar su salida. Mónica tuvo que abrigar más a Rebeca, pues el frio era infernal. La salida estaba varios metros fuera del pueblo. Sin embargo, podían ver la manada acercándose por la calle del hostal. Ajenos a su huida. Estaban en pleno bosque. Un sendero, lleno de nieve, les indicó que por allí no había pasado nadie. Caminaron por ese sendero varios kilómetros. Siempre alerta de no encontrarse con nadie. Al final del sendero, estaba la carretera principal. Se estaban alejando de aquella manada de hostiles. Llegadas las horas de madrugada, el frio era más intenso. Reina se detuvo mirando al horizonte. Se podía ver el humo saliendo de una chimenea de una solitaria casa entre los árboles. A unos cien metros de la carretera por la cual caminaban.

- Allí hay alguien vivo seguro. –dijo Reina.

- Pues vayamos. Tengo un frio de cojones. –contestó Héctor.

- Deberíamos asegurarnos antes de que no hay peligro. –dijo Raúl.


Salieron de la carretera, y se acercaron a esa casa. La distancia con respecto al pueblo, era de al menos seis kilómetros. Según llegaban, por una de las ventanas, se podía distinguir una leve luz. Posiblemente de unas velas. Estando enfrente de la puerta, Reina les pidió que se quedaran unos metros atrás, mientras llamaba a la puerta. Era una casa de una sola planta. De ladrillo y piedra. Muy rustica, y habitual por la zona. No disponía de timbre, pero si de un golpeador con forma de mano. Llamó tres veces. Percibió un sonido algo familiar. Era música clásica. A los pocos segundos, la música cesó y se abrió la puerta. Apareció un hombre bajo, con cabeza grande, moreno. Unos cuarenta y cinco años. Héctor parecía conocerle.

- Buenas noches. –dijo Reina.

Aquel hombre se quedó mirando a Héctor. Este devolvía la mirada. Luego miró a Reina.

- ¿Qué queréis? –dijo el hombre.

- Pues nos han atacado donde vivíamos, hemos visto su casa. Hace frio, y nos preguntábamos si sería usted tan amable de dejarnos pasar la noche aquí. –dijo Reina.

- Muchacho –se dirigió a Héctor- ¿Dónde está tu padre?

- Murió. –contestó.

- A ver… -decía Reina con sorpresa-… ¿os conocéis?

- Es mi tío. –dijo Héctor.

- Una pena lo de tu padre. –dijo el hombre- Venga, pasad. 


Aquel hombre les dejó pasar. Lo primero que vieron, es que todos los muebles parecían haber sido tallados a mano. La estancia estaba iluminada por varias velas. La chimenea estaba encendida, y agradecieron el calor que producía. 

- No sabía que tenías un tío. –dijo Raúl a Héctor.

- Llevaban sin hablarse años. Mucho antes de nacer yo. Aunque a veces le he visto a escondidas de mi padre a la salida del colegio. Lo que no sabía era donde vivía. –contestó.

- Muchacho, -refunfuñó el hombre- no veo a tu hermano.

- Marcos…-dijo apenado.

- No. No. No me lo cuentes. –apoyó una de sus manos en el hombro- Aunque me alegro de que tú sigas vivo. 

- Deja que te presente, -dijo Héctor- chicos, este es mi tío Ramón. Es el hermano de mi padre. Aquí estaremos bien. Es un buen hombre. Tío, estos son Reina, Raúl, Eli, Mónica, la hermana de Raúl y Bernardo. El tonto del pueblo.

- A ese lo conozco. Supongo que su madre también ha caído. –dijo Ramón.


La única que pudo dormir fue Rebeca. Había tomado como su protectora a Mónica. Así que casi, no se separaba de ella. Le ofrecieron a Ramón, algo de carne. Por supuesto, lo aceptó de buena gana. En el fuego de la chimenea, asaron unas salchichas. Ramón les ofreció vino. Héctor le estuvo contando a su tío todo lo ocurrido desde los accidentes. Al verlos, les ofreció quedarse un tiempo allí. De hecho, por un momento se lo rogó. Al parecer, llevaba viviendo solo desde hacía muchos años. Desde que dejó el ejército, se ha ganado la vida tallando en madera adornos. Incluso haciendo muebles rústicos. Una de sus cualidades más significativas era la paciencia. El padre de Héctor y el, tuvieron una fuerte discusión mucho antes de nacer. Una disputa por la herencia familiar. En la que Ramón, salía perjudicado. No le importaba el resto de bienes. Tan solo quería un viejo almacén, para montar su negocio de madera. El dinero, y la carnicería se la cedían al padre de Héctor. Sin embargo, este no aceptó. Quedándose con casi todo, menos en la casa donde ahora vivía. En ocasiones, y a escondidas, veía a sus sobrinos a la salida del colegio. Les llevaba alguna figura de madera de regalo. 

La casa tan solo disponía de una habitación, que por supuesto, utilizaría Ramón. Así que, entre el sillón y unos sacos de dormir, tenían que acomodarse el resto. Dentro de la minúscula cocina, había un mueble cerrado con candado. En el de al lado, tan solo un plato, una cuchara y un vaso metálico. Muy común entre los soldados. Como única despensa, debajo del fregadero, tenía un saco de alubias y otro medio saco con patatas. 

***


Reina corría entre los coches de aquella calle. Otra población fantasma. Tan solo habitado por aquellos seres, que como única finalidad, era llevarse la mayor parte de su cuerpo a la boca. Desde que se acomodaron en casa de Ramón, hacían incursiones a poblaciones cercanas. Por suerte, encontraban casi todo lo que buscaban. Lo único que no encontraban era carne. Se conformaban con cualquier cosa que no pereciera tan pronto. Lo conseguido en la carnicería del padre de Héctor, se acabó pronto. Incluso, racionándolo. Raúl le seguía de cerca. Aunque la lluvia era intensa, había adquirido cierta habilidad para mantener el equilibrio y no resbalar. Eran perseguidos por un grupo de unos quince hostiles. Al principio, acaban con ellos, pero a medida que pasaba el tiempo, pensaron que era mejor evitarlos. Eli y Héctor, los esperaban cerca de un surtidor a las afueras. Los veían venir. Ellos, aun no se habían acostumbrado a la presencia post mortem de aquellos seres, provocándoles serios escalofríos. Cuando se reunieron, por fin, se fueron en un coche robado hace semanas. Reina era el único que sabía conducir, a parte de Ramón y Mónica, pero ellos siempre permanecían en la casa. Se alejaron de allí, sin dejar de observar por los retrovisores a los perseguidores. Llegar hasta la casa con el coche, no era tarea fácil. Mas cuando el minúsculo camino de tierra se embarraba. En una ocasión, se quedaron atascados, y hasta pasados dos días no pudieron sacarlo de ahí. Así que, lo escondían a la entrada, entre unos árboles, y caminaban los pocos metros que los separaban de la casa. Por lo que fuera, ningún hostil se acercaba a la casa. Aunque Ramón, les indicó que harían guardia todo el día y noche. Si otra manada, se acercaba, allí no había una salida subterránea como en el hostal. En el mueble con candado, guardaba dos escopetas de caza, una pistola y munición para las dos armas. Esas armas, por precaución, solo eran accesibles para Ramón. Conseguir agua era sencillo. Cerca de allí, el rio fluía con fuerza. Mas, con las intensas lluvias, que no cesaban. Puesto que no sabían si el agua estaba contaminada, la hervían antes de consumir. Hasta el momento no habían tenido problemas. En cada salida, Raúl, conseguía pañales y algún juguete para su hermana. Algunos tarros de comida para bebes, ya estaban caducados. Pero la leche en polvo, parecía durar más. No obstante, comía prácticamente lo mismo que los adultos. Sobre todo las alubias cocidas. Las devoraba. 

Un nuevo día amanecía, y Raúl no dejaba de pensar en sus padres. ¿Se habrían convertido? ¿Estarían muertos del todo? El solo hecho de pensar en encontrarse medio podrido a su padre, su estómago le manifestaba un ligero cosquilleo de dolor. Por otro lado, su madre, desde Italia no sabía si seguía con vida. Si lo estaba, seguro estaría buscando la manera de volver con ellos. Si llegaba al hostal y viese que no hay nadie… Por eso, casi todos los días volvía a los alrededores de su pueblo. Aun rondaban muchos hostiles por allí. Pero desde una zona elevada, donde recordaba que hacían botellones, tenía una amplia vista de la plaza del pueblo. El primer día que subió, pudo ver como una mujer era engullida. No supo quién era en ningún momento. Aun asi, sintió lastima por ella. Desde entonces, no vio a nadie más vivo. 

Allí estaba de nuevo, encima del risco. Cayéndole la lluvia por la cara. Mirando fijamente la entrada a su casa. Entraban y salían a su antojo. Eran como robots. Se movían por impulsos. Si notaban movimiento inusual, o alguna teja caía al suelo se lanzaban hacia ella como si fuera un ser vivo. Segundos después, cuando no podían sacar carne de la teja, volvían a su estado. Así, una y otra vez. Sin descanso. 

- Sabía que te encontraría aquí. –dijo Eli llegando desde atrás.

- No sé nada de mi padre. Creo que ha pasado ya más de un mes desde que se fue con la Guardia Civil. Y mi madre… desde Italia… -le contaba melancólico.

- Llevamos mucho sin hablar como lo hacíamos antes. –dijo apoyando su cabeza en el hombro de Raúl. Este le devolvió el gesto, pasando un brazo por la espalda.- Eres mi mejor amigo y te echo de menos.

- Yo a ti Eli… -confesó limpiándose una lágrima.

- No parece que os vaya muy bien a la profesora y a ti. 

- Ya. Se está ocupando de Rebeca como si fuese su madre. Y nosotros salimos a por cosas. –dijo el sin darle importancia.

- ¿La quieres? –preguntó.

- Creo que sí. –contestó confuso.

- Me alegro. –le dio un beso en la mejilla.


Pasado unas horas, ya cansados, volvían juntos hacia la casa. Antes de que la noche cayera sobre ellos. La noche y el frio. Ya que las noches era sumamente frías. De camino, recogieron algunas ramas secas para tirar a la lumbre de la chimenea. Aunque tenían una gran cantidad en la parte posterior de la casa, desperdiciarlos era mala idea. A pocos metros de la casa, se escuchó un disparo. Supieron enseguida que provenía cerca de la casa. Se miraron confusos, y justo antes de comenzar a correr, alguien les cortó el paso. 

 

Nota: Gracias a Cris Albala.



martes, 20 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 10

Capítulo 10.


Los días pasaban, y Raúl, ya se había hecho a la idea de que ni su padre ni su madre volverían. Sobre todo su padre. Tras una semana sin aparecer desde que se fue con Anselmo y su grupo a explorar los alrededores. Lo peor que llevaba fue la ejecución de Marcos. Tras curarle la herida, y dejarlo atado en una cama, empezó con un estado febril que empeoraba cada hora. En una ocasión deliraba tanto, que no sabían a quien hablaba. En total, duró vivo veintinueve horas. Después de su muerte, Reina les explicó, o más bien les advirtió, que de un momento a otro se convertiría. Desde que murió hasta que “despertó”, transcurrieron seis horas. Reina se ofreció a ejecutarle, a lo que Raúl y Héctor accedieron. Aun no estaban preparados para hacerlo. Mas siendo una persona conocida tan cercana. Aquella habitación la precintaron una vez que Marcos, comenzaba a descansar para siempre. 

La comida que recogieron de la tienda, fue insuficiente. Por lo que en una excursión posterior, y con mayor precaución que la primera, lograron llevarse al hostal todo lo que quedaba. Reina, en solitario, inspeccionó varias casas cercanas. Al principio, no pensaba quedarse con ellos. Pero a medida que pasaban los días, se sintió cómodo con ellos y se quedó. Algo que agradeció, sobre todo Raúl. Que, después de Reina, era el siguiente en ser consciente de que la sociedad había caído. Eli parecía haberse recuperado del shock, pero estaba más seria que de costumbre. Algo comprensible, incluso después de la muerte de Marcos. Aunque, la tensión entre Mónica y ella, incrementaba a pasos agigantados. Ya no era un secreto la relación entre ellos. Algunos más, otros menos, lo aceptaban. El que menos problemas daba, era Bernardo. Siempre en un rincón, en su mundo. Tan solo protestaba cuando tenía hambre o sed, y por suerte, aun podían satisfacer sus necesidades. No obstante había otra cosa que comenzaba a ser un problema: la higiene. Ya no llegaba agua a través de las tuberías. Así que, tenían que acercarse al rio con cubos para recoger agua. Aquello era un peligro. Detrás de cada árbol, o de cada piedra, podría aparecer un muerto. Muchos de los vecinos, habían abandonado el pueblo en busca de familiares o simplemente, buscando otro lugar. El caso, es que aparte de ellos, no había nadie más por el pueblo o alrededores. 

La plaza parecía ser segura, al menos por el momento. Algo que Mónica aprovechó. Necesitaba que le diese el aire. Estaba sentada en uno de los escalones que dan a la puerta del hostal. Reina apareció por detrás.

- Hola. –dijo Reina- ¿Puedo sentarme?

- Si claro…-contestó ella.

- ¿Fumas? –preguntó ofreciéndole un cigarrillo.

- No. Pero creo que es buen momento para empezar…-ironizó aceptándolo.

- ¿Tienes familia? 

- Muy lejos. En Cádiz. Pero supongo que estarán muertos.

- A lo mejor no.

- Mis padres eran muy ancianos ya. Eran de aquí. Pero tras jubilarse mi padre, se compraron un apartamento en Cádiz. Justo enfrente de la playa. 

- ¿Y cómo es que decidiste quedarte aquí? La playa, el sol… es muy tentador…

- Soy profesora. Me gusta mi hogar. Aunque ya no sea igual. 

- Vaya…imagino que también por Raúl…

- Lo de Raúl fue después. 

- No es que me importe… ¿pero cuantos años le sacas?

- El doble…-tosió al dar una calada al cigarro- pero no supone un problema. 

- Su padre no pensaría lo mismo. 

- ¿Me estas juzgando?

- Para nada… -sonrió nostálgico-… si yo hubiera tenido la oportunidad con mi profesora de Gimnasia, lo habría hecho. Te lo aseguro. 


Había un silencio, que no gustaba para nada a Reina. Mónica le miraba interesada. Este se llevó el índice a los labios. 

- ¿Oyes eso? –susurró.

- No oigo nada…-contestó extrañada.

- Exacto…-su actitud cambio-… algo no va bien. 


El cuchillo lo tenía a su lado en la escalera. Lo agarró y permaneció vigilante. Mónica, comenzaba a ponerse nerviosa. Entonces, Reina se levantó, y con un movimiento ágil, saltó las escaleras, asomándose por la calle de lado. 

- ¡corre! –gritó- ¡Pasa ya!


Mónica dio un pequeño resalto, por el susto. Reina tuvo que repetirle, que pasara para dentro, mientras subía los escalones. Cerraron la puerta de entrada, con brusquedad. Raúl, que estaba más cerca le preguntó.

- ¿Qué pasa? 

- Mierda, no hagáis un puto ruido. Sube a tu hermana lo más alto que puedas. No podemos permitirnos el lujo que se ponga a llorar ahora.

- Joder, ¿quieres decirme que pasa?

- Sube, y mira por una ventana que da a esa calle –le indicó.


Raúl y Mónica, subieron con Rebeca lo más rápido que pudo. Fueron hasta la habitación de sus padres. Desde allí, podían ver la calle que les dijo Reina. Se les cortó la respiración. Por aquella calle, subían cientos de hostiles. Si bien por el final de la calle, la manada se ampliaba mucho más. Llegaban por el campo, por carretera… por todos lados. Raúl se percató de como temblaba Mónica. Que lo miraba con los ojos tan abiertos, que parecían que le fueran a salir de las orbitas. Escucharon, en la parte de abajo, como un cristal se rompía. A los pocos segundos, el resto de personas subían por las escaleras. Incluido Bernardo. Por lo visto, fue un vaso roto por Héctor al darse cuenta del peligro. Por suerte, los hostiles pasaban, sin percatarse de que estaban allí. Se mantuvieron en silencio. Alternándose en la ventana para ver aquella maraña de muertos vivientes. 

- ¿Habías visto algo así antes? –susurró Raúl a Reina.

- No tantos. –respondió más nervioso, de lo que estaban acostumbrados a verle.

- Puede que los haya atraído algo –dijo Eli- Cuando estaba en mi casa, había muchos aporreando la puerta. Pero algo les atrajo, y se olvidaron de mí por un rato.

- Tiene razón. –dijo Reina- Algo les está atrayendo. Pero me preocupa el que. No es normal que haya tantos.


Raúl no apartaba la miraba, tratando de mirar todas las caras que pasaban por debajo. Suplicaba no ver a su padre entre ellos. Notó que algunos empezaron a darse la vuelta. Pero eran arrastrados por los que venían por detrás. Un disparo lejano les sorprendió. Además, descubrió que ese disparo, excitó a los muertos, que emergían de sus bocas gorgoteos espeluznantes. Incluso, aumentaron su velocidad de paseo. 

- Parece que hay alguien más vivo por la zona –indicó Reina.

- Sea quien sea, los ha puesto más nerviosos –dijo Raúl sin dejar de mirar por la ventana. 

- Mientras se vayan…-dijo Héctor despreocupado.


Aquello era desesperante. No dejaban de llegar, ni de irse. La plaza estaba llena de hostiles, que aunque se marchaban por todas las calles, eran tantos que había un embudo. Volvía a anochecer. Comieron algo, pero el nudo que tenían en el estómago, casi no se lo permitía. Raúl, por fin, se cansó de mirar y se puso al lado de Eli.

- ¿Cómo estás? –le preguntó.

- Bien. No te preocupes. –se la notaba algo enfadada.

- Oye… lo mío con Mónica, pensaba contártelo. –confesó.

- Me da igual lo que hagas con tu vida. –contestó tajante.

- Entonces… ¿Por qué estas así conmigo y con ella?

- No me parece que sea lo correcto. Nada más. 

- Vamos… que no lo apruebas… 

- Te digo que me da igual. –se enfadó aún más.

- Está bien…-se resignó.


Se levantó, yéndose con Mónica, que los observaba conversar. Eli le lanzó una mirada furtiva a la profesora, que desvió su mirada para evitar males mayores. El tiempo transcurría muy despacio, y sobre todo sin poder hacer nada. Algo que pasó factura. Bernardo estaba muy nervioso. Caminaba de un lado a otro de la habitación. De repente, empezó a elevar la voz. Por más que le pedían que se callase, era peor. Más alto gritaba.

- ¡YA VIENEN!  ¡YA VIENEN! –gritaba- ¡HE SIDO MALO! ¡MAMÁ! ¡YA VIENEN! 

- Hacer que se calle –ordenó Reina enfurecido- Como entren estamos jodidos.


Repetía una y otra vez las mismas frases. Raúl, miró por la ventana que da a la plaza. Los más cercanos se daban la vuelta, y subían por las escaleras a la puerta. Su corazón bombeaba tan rápido, que parecía que le saldría por la boca. Los golpes a la puerta empezaron. Más y más de ellos se unían cerca de la puerta. Reina no tuvo más remedio que darle un severo golpe con el puño en la cara. El pobre Bernardo quedó tendido en el suelo. 

- Joder tío, lo has matado –dijo Héctor.

- Creo que no. Aunque la nariz le dolerá unos días. –se tocaba los nudillos por el dolor.

- Chicos, -dijo Raúl viniendo por el pasillo- la cosa se está poniendo fea.

- Ya saben que estamos aquí, tenemos que buscar una salida. –ordenó Reina.

- ¿Qué le ha pasado a Berni? –preguntó al verlo en el suelo inconsciente.

- He tenido que utilizar técnicas más agresivas para que se callase. –dijo Reina poniendo cara de inocente.


Los golpes en la puerta eran incesantes. Aunque la puerta era robusta, no suponía una garantía de que no terminasen por derribarla. Como primera medida, colocaron varios muebles delante de la puerta. En caso de tirarla, al menos ganarían unos minutos para buscar una alternativa. Las ventanas estaban varios centímetros por encima de las cabezas, por lo que para entrar deberían saltar. Y todavía no habían visto ninguno que lo hiciera. La tensión hizo que Rebeca comenzara a llorar. Por más que Mónica trataba de tranquilizarla, era imposible. Estaba claro que percibía el miedo y se lo estaban transmitiendo a la niña. 

- Vamos, piensa Raúl… -le decía Reina.

- Este hostal, antes era la casa de mi abuelo. Tenía un hermano. Por lo que se, la casa era mucho más grande antes de la herencia. Según mi madre, mi abuelo y su hermano no se llevaban bien. Aquí, muchas de las casas, tienen bodegas bajo tierra. Quizá si encontramos la entrada a esa bodega, demos con la entrada de la casa de al lado. 

- Pues encontremos esa bodega. –dijo Reina.


Miraban todas las estancias de la casa, pero no encontraban nada que les indicara donde estaba esa puerta. Raúl, sabía que sus padres, hicieron una reforma cuando su abuelo les dio la casa para montar el Hostal. Así que fue al armario donde guardaban toda la documentación. Sacó facturas, reservas por internet… hasta que por fin lo vio. Una carpeta. Escrito en rotulador negro: Proyecto. Al abrir la carpeta, pudo ver varios planos. Pero no entendía nada. 

- ¿Me dejas ver? –preguntó Eli por detrás, asustándolo.

- Toma. –le tendió la carpeta- A ver si tu averiguas algo.


La puerta de entrada crujió. Raúl y Eli bajaron, reencontrándose con Reina y Héctor. 

- Se están agolpando tantos, que el propio peso está haciendo crujir la puerta. –informó Héctor.

- ¿Habéis averiguado algo? –preguntó Reina

- He encontrado el proyecto de reestructuración de la casa. No entiendo los planos. –contestó Raúl.


Esparcieron sobre una mesa todos los papeles. Miraron cada uno con atención. Entonces, Eli dio con lo que buscaban.

- Aquí. –señaló una de las hojas- Esto parece el recibidor. Pero si lo comparamos con este otro plano, se ve un cuadrado. Este es el más reciente, y ya no está el cuadrado. ¿Y si la entrada es hacia abajo?


Todos se quedaron estupefactos, ante las observaciones de Eli. Reina corrió hasta la recepción. Estuvo quieto unos segundos, observando. Se puso detrás del mostrador, retiró la silla y la pequeña moqueta que cubría esa zona. Solo apareció el suelo de madera. Dedujo que aquel no era el suelo original. Por lo que se apresuró a buscar el hacha de cortar leña. El resto lo miraba como queriendo que tuviese razón. Efectivamente, la tenía. Golpeó el suelo hasta que pudo levantar algunos tablones. Héctor y Raúl, le ayudaron a quitar tablones, hasta que por fin se pudo ver una puerta horizontal con un tirador. Los problemas aumentaban, al crujir la puerta de fuera. Aun no era preocupante, pero la reciente puerta descubierta, estaba sellada con cemento. 

- ¿Qué hacemos? –preguntó Raúl muy preocupado.

- Pues tendremos que romperla. –decía Eli rebuscando algo- Quizá esto ayude.


Apareció con un enorme martillo. Una maza. Raúl ni siquiera sabía que aquello estaba ahí. Reina fue el primero en comenzar a golpear la puerta. Con los primeros, ni se inmutó. Pero cada vez, se notaba que cedía. Al menos por la zona donde estaba el tirador. Héctor, al ver fatigado a Reina, le sustituyó. Quizá fue la adrenalina, o el miedo. El caso, es que Raúl nunca lo había visto de esa manera. Golpeaba con tanta fuerza y tantas veces seguidas, que se asustó de la fuerza que poseía su amigo. En el último golpe de Héctor, la puerta se partió por la mitad. Sonó una descarada risa de triunfo por parte de los tres hombres. Con una linterna, alumbraron el interior. Unas escaleras de piedra, bajaban unos metros. Estaba lleno de telarañas, aunque lo peor, estaba fuera intentando entrar. 

- ¿Y si no tiene salida? –preguntó Mónica con Rebeca en los brazos.

- Moveremos la mesa de la recepción cuando estemos dentro. Por lo que sé, no piensan. Si nos mantenemos en silencio, podremos aguantar hasta que se vayan. Así que, cogeremos agua y comida por si acaso. –ordenaba Reina.

- Tiene razón, -dijo Raúl- guardemos en mochilas todo eso, y nos bajamos. 



lunes, 19 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 9.

Capítulo 9


Mientras entraba en casa de Eli, pudo ver el desastre que había. Sillas, platos, la televisión… todo roto y por el suelo. No pasó por alto, un reguero de sangre que recorría la pared desde la entrada hasta el baño. Ese mismo pasillo finalizaba en la cocina. Con diferencia, la estancia más espaciosa de la casa. El fregadero estaba repleto de restos de comida, así como platos y vasos sucios. Seguramente, desde hace días o semanas. Justo a la izquierda, estaba la despensa. Asomaba una tímida luz de una linterna. El joven le indicó que entrara. Las estanterías estaban vacías, pero al fondo, en suelo estaba Eli. Envuelta en una manta, y con la cabeza entre los brazos. Con la mirada perdida.

- ¿Es una hostil? –preguntó Raúl tembloroso.

- ¿Hostil? ¿Así los llamáis? –preguntó extrañado- Pero no. No es una de ellos. Aunque parece que está en shock. Cuando he entrado, solo pronunciaba tu nombre. ¿Raúl? Sí, me parece que eso decía. 


Raúl se acercó muy lentamente a Eli. Su aspecto estaba muy desmejorado. El pelo sucio, y marcas de sangre seca en la cara y brazos. Ella lo miró a los ojos. Pudo distinguir esa mirada, que emanaba miedo. Sintió un nudo en el estómago al verla. Incluso, sus ojos se humedecieron.

- Eli…-dijo tocándola el hombro-…soy Raúl. Ya estamos aquí.


Ella no dijo nada. Tan solo se levantó, y se abrazó con fuerza. Raúl hizo lo mismo. De hecho no fue un abrazo por compromiso. Si no, todo lo contrario. Ella comenzó a llorar desconsoladamente. Era extraño, que su habitual actitud alegre y sus interminables preguntas, habían desaparecido. Le ayudó a levantarse. Cuando salieron de la casa, Héctor se abrazó a Eli. Aunque su reacción fue inerte. Solo se dejó abrazar. Raúl se acercó al joven.

- Te agradezco mucho que nos ayudases –le tendió la mano.

- No ha sido nada –le devolvió el gesto.

- ¿Cómo te llamas?

- Puedes llamarme Reina. Así me llamaban…-su sonrisa desapareció-… los que me conocían antes. 

- Si quieres, puedes quedarte con nosotros. Mi padre tiene un hostal. Estamos bien protegidos. Aunque los recursos se nos están acabando. 

- No pretendo quedarme mucho tiempo. Pero una par de días de descanso no me vendría mal. –le sonrió.


Al fin volvían todos al hostal. Al llegar, Mónica, parecía estar esperándolos y les abrió la puerta nada más verlos. Raúl le explicó como Reina les había ayudado. Por alguna extraña razón, Eli no se separaba de Raúl. La subió hasta su habitación, y con la poca agua que aun salía de las tuberías, logró lavarla un poco. La ropa que llevaba, olía asquerosamente mal. Así que tuvo que apañarla con su propia ropa. Le quedaba algo grande, pero era mejor que nada. Dejó que se tumbara en su cama. Allí estuvieron largo rato. No hablaban. Pero se decían todo, agarrados de la mano. Eli siempre había sido su mejor amiga. Verla en esas condiciones, le partió el corazón. Estuvo con ella hasta que se durmió. No sabía cuánto tiempo habría estado en la despensa sin dormir. Dejó la puerta abierta y se bajó con el resto.

- Mónica, ¿mi padre no ha vuelto? –preguntando aun sabiendo la respuesta.

- ¿No está tu padre? –preguntó Reina.

- Lleva un día fuera con un grupo de Guardias Civiles y vecinos. Iban a explorar como estaban los pueblos de alrededor.

- Mucho me temo, que lo que encontraran será más de lo mismo. 

- ¿Está todo igual? –preguntó Mónica.

- Llevo caminando días, pasando por varias localidades. Durmiendo de ocupa en casas ajenas. Los pueblos que no son fantasmas, están llenos de… ¿Cómo los llamabais?

- Hostiles…-contestó Raúl-… entonces has podido ver el grupo de mi padre.

- Llevo días sin ver a nadie normal. A parte de vosotros, claro. 

- Iban en una patrulla de la Guardia Civil, y dos coches grises. –dijo Raúl.

- Los siento. Lo recordaría si los hubiera visto.


Aquello no le sentó nada bien a Raúl. Tenía el presentimiento de que si el resto del mundo estaba así, habían podido ser atacados. Se sentía confuso. Perdido. En cierta ocasión, vio como Reina, se sentía igual que el cuándo Eli le acribillaba a preguntas. Héctor, por su parte, parecía más preocupado por Eli, que en toda su vida. Actitud que Raúl y Marcos no pasaron por alto. 


Otro día amanecía, y el grupo de expedición con su padre no aparecía. Estaba realmente preocupado en ese sentido. ¿A dónde fueron? ¿Habrán sido atacados? No quería ni pensar que su padre se hubiera convertido en uno de esos seres come humanos. El temporal ya no era ni mucho menos tan fuerte como al principio. Pero en ocasiones, se ponía a llover sin descanso. Era temprano aun. Se acercó a la cama de Eli. Pero no estaba. La encontró en la cocina, atendida por Mónica. 

- Buenos días Eli –se sentó a su lado.

- Hola Raúl –dijo con voz apagada.

- ¿Cómo te encuentras? 

- Aparte de ver como mi padre era engullido por otras personas, y que mi madre pretendía hacerme lo mismo a mí. De no haberla encerrado en su dormitorio, y pasarme varios días en una despensa sin nada de comer. Creo que bien. –decía abatida.

- ¿Puedo hacerte una pregunta? 

- Dime.

- ¿Cuándo mandaste el mensaje a Héctor?

- Os mande un mensaje a todos los contactos de mi teléfono. No sé, hace un día o dos.

- Raúl –interrumpió Mónica- ¿te preparo algo de desayunar?

- Gracias Mónica, un vaso de leche con cacao.

- Fuimos lo más rápido que pudimos…-se excusó Raúl.

- No te preocupes. –le acaricio la mejilla.

- El padre de Héctor también murió –le contó.


De repente, la actitud de Eli hacia Mónica fue tan brusca como inesperada.

- Tienes que ponerle dos cucharadas. Así es como le gusta. –le gritó.


Tanto Raúl como Mónica quedaron estupefactos ante la actitud de Eli. Al ver sus caras, se echó a llorar y salió de la cocina corriendo de nuevo hacia las escaleras.

- ¿Cómo se ha puesto no? –dijo algo ofendida.

- Tienes que disculparla. Lo ha pasado mal. –contestó Raúl, también sorprendido.


Las horas pasaban, y se hacían interminables. Por suerte, no tuvieron la visita de hostiles. Pero permanecer tantas horas allí encerrados sin noticias de nada, empezaba a crispar los ánimos de todos. Reina por su parte, se entretenía haciendo flexiones, abdominales o cualquier esfuerzo físico que el resto descartaba hacer en esos momentos. 

Al hacer el último inventario, la cosa empeoraba. Casi no les quedaba agua embotellada, y los únicos alimentos eran una bandeja de panceta, varios pepinos a punto de pudrirse, una bolsa de cebollas, media caja de cereales, cuatro cartones de leche y uno de zumo de melocotón. Todo ello, sumado a que mientras discutían sobre hacia donde ir a por recursos, las luces se apagaron.

- Lo que nos faltaba ya. –gruñó Marcos.

- ¿Ahora qué hacemos? –preguntó Raúl.

- Deberíamos buscar unas linternas o algo así –propuso Héctor.

- En el almacén seguro que hay –dijo Raúl.


Por suerte encontraron cuatro linternas. También varios paquetes de pilas. Otro problema solucionado. Ahora, estaba el problema de la comida y el agua. Por lo que los hermanos, propusieron ir a su casa por la mañana. El padre, aparte de ser carnicero, poseía una pequeña granja de animales. Sobre todo cerdos. En la cámara frigorífica de la tienda, debería tener bastante carne para mucho tiempo.

- Pero si se ha ido la luz, se empezará a pudrir –dijo Reina.

- Si. Pero como era habitual los cortes de luz, mi padre instaló un generador de emergencia con paneles solares. La inversión fue elevada, pero las pérdidas que tuvo años anteriores fueron peores. –informaba Héctor, ya que era frecuente estar castigado ayudando a su padre en la tienda y almacén.

- Pues yo creo que mañana podríamos acercarnos –dijo Raúl.



Otra noche pasaba, y su padre no aparecía. Esa misma noche, Raúl, durmió con Mónica. Eso sí, cuando todos estaban durmiendo. Por la mañana temprano, Reina fue el primero en estar preparado. Una vez estuvieron todos preparados, salieron. El día parecía tranquilo. No había sol, pero tampoco viento ni lluvia. Reina caminaba por delante de los demás. Parecía estar más preparado que el resto. Le iban dando indicaciones por dónde ir, y si se encontraban algún hostil, se ocupaba sin mayores problemas. Estando justo en la entrada de la tienda, percibieron que la puerta había sido forzada. 

- Entraré yo primero –dijo Reina- si no hay peligro, entráis.


Dicho y hecho. No tardó ni dos minutos en volver. Al entrar, vieron que la tienda estaba vacía. Los expositores seguían en su sitio, pero nada en su interior. Pasaron a la zona de preparación y almacén. Allí no parecía que hubieran entrado. La cámara frigorífica, tal como dijo Héctor, funcionaba. Al abrirla, encontraron todo en su sitio. Lleno de jamones, chorizos… de todo. 

- Parece que solo se llevaron lo de fuera.  –dijo Reina con una amplia sonrisa.

- Por detrás debería estar la furgoneta de reparto de mi padre. Podríamos utilizarla. ¿Sabes conducir Reina? –preguntó Héctor.

- No tengo el carnet, pero sí. –contestó.

- Vale, pues yo voy a ver si sigue la furgo –dijo Marcos.


Mientras ponían en bandejas todo lo que podían, Marcos buscó las llaves que abrían la puerta trasera del almacén. Al abrir la puerta, se encontró con el vehículo que buscaban. El resto se quedó mirando la aprobación de Marcos. Esté abrió la segunda hoja de la puerta, para facilitar la carga de recursos. Desde fuera, Marcos elevó su pulgar para indicarles que todo correcto, fue la última vez que vieron ese dedo. Un hostil salió de la nada, mordiéndole el dedo. Arrancándolo de cuajo. Marcos gritaba de dolor, y el hostil, no contento con el manjar, se disponía a morderle el brazo que aún lo mantenía alzado. Reina fue el único que reaccionó, corriendo hasta la puerta y clavándole el cuchillo en la cabeza. Se desplomó sobre sus pies. Los gritos de Marcos, horrorizado por la imagen de su mano sin su dedo le produjeron cierto mareo y se desmayó. Reina comprobó que no había más por la zona. Pero Héctor y Raúl aún seguían de pie sin pestañear, al ver lo que ocurría. 

- ¡Venga! –ordenó Reina- ¡Despertar! 

- Joder… -dijo Raúl.

- Chico –se acercó Reina a Raúl- debemos llevarlo para que lo curen. Pero no creo que sobreviva. 


Reina encendió la furgoneta, y el viejo motor carraspeo un par de veces antes de arrancar. Subieron en la parte trasera a Marcos, y varias de las cajas de comida que pudieron meter. Llegaron hasta la plaza, y Raúl corrió hacia la puerta del médico. Pero no abría. Reina, rompió un cristal de la ventana y entró. Tanto Raúl como Héctor, escucharon como algo se rompía en el interior. Algo grande y pesado. Alguna puerta golpeando contra una pared, y segundos después, la puerta se abría.

- Mucho me temo, que el doctor y su paciente, no se llevaban muy bien. –bromeó- venga, pasarlo dentro. Algo podremos hacer.


Lo tumbaron en una camilla, a la que previamente, tuvieron que quitar unas sábanas con sangre reseca. Reina rebuscaba entre las pertenencias del médico. Le hizo tragar una pastilla, y con alcohol limpió la zona donde antes estaba el dedo. Después lo tapó con unas vendas. Dejó que descansara, mientras a parte hablaba con los otros dos.

- A ver…-decía rascándose la parte trasera del pelo- … como ya os conté, si te muerden… te conviertes en uno de ellos.

- ¿Estás seguro? –preguntó Héctor preocupado.

- Te aseguro que no es el primero que veo convertirse. –contestó.

- Me cago en la puta. –maldijo Raúl- Pues yo no me atrevo a meterle un cuchillazo como haces tú.

- Coño, no seas tan bruto. –dijo Reina- Espera a que se convierta.

- Joder, que estamos hablando de mi hermano. –comenzó a llorar.


Aquello no era la excursión que esperaban. Aun sabiendo que de un momento a otro, Marcos se podría convertir, lo llevaron con ellos al hostal. Sin embargo, y a petición de Reina, le ataron a una cama. Hubo un pequeño forcejeo entre Marcos y ellos. Algo normal. Pues nadie desea ser atado a una cama. 

Raúl se sentó con Rebeca y Mónica. Hubo un segundo en el que no pudieron reprimir sus emociones, y terminaron besándose en público. Algo que tomó por sorpresa a todos, menos a Héctor que ya conocía el secreto.


viernes, 16 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 8.

Capítulo 8.


Aquella pregunta dejó sin respuesta a Raúl, que por más que pensaba en algo, era cada vez más ridículo. Héctor lo miraba como quien mira a un mentiroso. 

- ¿Cómo lo sabes? –fue lo que consiguió decir.

- No os encontraba y fui a buscaros. No os vi. Pero sabía perfectamente lo que hacíais. No me has contestado. ¿desde cuándo te la follas? 

- A ver Héctor… sé que debería haberlo contado… 

- ¡que me contestes de una puta vez! –gritó.

- Hace tres meses…-confesó.

- Que hijo de puta... –caminaba de un lado a otro de la habitación decepcionado con su amigo-… soy tu mejor amigo… podías habérmelo contado…

- Lo… siento… -se sentía ridículo-… ¿lo vas a contar?

- Tranquilo. –le puso las manos en los hombros- Sigo siendo tu amigo. Pero no te voy a perdonar que no me lo dijeras. Que cabrón… ¿Qué tal es?

- A ver… -estaba avergonzado-… pues como estar con otra chica.

- Y una mierda… -dijo riéndose-… es la puta profesora buena del colegio tío. Menudas tetas…


Se miraron conteniendo una carcajada, que finalmente salió. A decir verdad, Raúl se sentía aliviado. Compartir con alguien, su mejor amigo, que se acostaba con Mónica, le parecía hasta divertido. Eso sí, le advirtió, que por favor no dijera nada. 

Al volver al comedor, Mónica estaba con Rebeca en brazos. Cuando vio a Raúl, le miró con terror. Este se acercó.

- ¿Estás bien? –preguntó Raúl.

- Pensé que te mataban… -dijo preocupada.

- No podía dejarle…-confesó aunque sabía que fue una imprudencia.

- Si te llega a pasar algo, tu padre me mata. 

- Bueno… pues no me ha pasado nada. Y espero que mi padre no se entere.

- Ni de coña… -dijo con temor.

- Deberíamos comer algo y descansar. –propuso Raúl en voz alta para que le escucharan los demás.


Mónica dejó a Rebeca en el suelo, y se dispuso a preparar la cena. El gas no llegaba. Otro recurso que dejaba de llegarles. La luz, por el momento, seguía llegando. Aunque en ocasiones, las bombillas parpadeaban. Afuera, ya de noche, de nuevo el viento y en esta ocasión, la lluvia volvía a aparecer. Por suerte, encontró una bolsa de patatas que ofreció a Bernardo. Este le sonrió como un niño pequeño que saboreaba cada pieza como si fuera una golosina. Sentado en una silla al final de la cocina. A veces, reía sin venir a cuento. Como si le contasen un chiste. A pesar de que ya no funcionaban las líneas, Héctor recibió un mensaje de Eli.

- Escuchad –dijo Héctor despertando del letargo a los demás- Eli me ha escrito. 

- ¿Cómo? –preguntó Raúl- ¿Tenemos línea de nuevo?

- No lo sé. –sus ojos se abrieron de par en par al leer el mensaje.

- ¿Qué dice? –preguntó impaciente.

- Que están encerrados en su casa. Pero que hay gente fuera, intentando entrar. 


Trató de llamarla, pero no daba línea. Quizá, por el azar, Eli escribió el mensaje y les llegó. Aunque no sabían si el mensaje era de ahora o de horas atrás.

- No sabemos si ese mensaje lo ha escrito ahora –dijo Mónica.

- Eso es verdad –ratificó Raúl- Aunque deberíamos ir a buscarla por la mañana. 

- Espero que puedan aguantar –dijo un apenado Héctor.


Aquella noche, tampoco apareció Roberto ni el grupo de Anselmo. Tan solo unos cuantos hostiles que desaparecían enseguida por las calles adyacentes. Hacían turnos de guardia, cada tres horas. Siempre vigilando desde la ventana del tercer piso. A pesar del temporal, el sol volvió a brillar por la mañana. Por suerte, al llover y no nevar, la nieve de las calles comenzaba a desaparecer. Una vez levantados todos, decidieron que Marcos, Raúl y Héctor son los que irían a buscar a Eli y su familia. Si es que aún seguían vivos. Se abrigaron bien. Héctor se apropió del hacha. Raúl y Marcos con un martillo cada uno. Se aseguraron bien de que no había hostiles cerca, y se fueron. La casa de Eli no quedaba muy lejos, aunque era de las más alejadas del pueblo. Caminaban con sumo cuidado de no resbalar por las zonas donde aún estaba la nieve congelada. El pueblo estaba muerto. Casi literalmente. Tan solo en una ocasión, percibieron movimiento a través de una ventana. Ni siquiera supieron si se trataba de un hostil o de una persona normal. Antes de llegar a la calle donde vivía Eli, se pararon. En el mensaje les decía que trataban de entrar. Así que debían ser cautos. Bordearon la casa contigua, y saltaron un jardín privado. Aun les quedaba una casa más. Pero si se subían por el muro que separan ambas casas, podían ver con seguridad si había hostiles cerca. Todo parecía en orden. Tan solo un cuerpo tirado en el suelo. Pero ninguno rondando cerca. 

- ¿Han conseguido entrar? –preguntó un tembloroso Héctor.

- La puerta no se ve desde aquí. Pero no parece…-dijo Raúl.


Saltaron el muro y caminaron hasta la puerta de entrada. Estaba cerrada. Pero llena de sangre. Incluso las dos ventanas de al lado. Por lo visto, habían tapiado con maderas las ventanas. Raúl, con cierto recelo, llamó a la puerta. Dos golpes tímidos. Esperaron unos instantes, antes de volver a llamar. Marcos vigilaba ambos lados de la calle ante posibles llegadas de hostiles. Raúl acercó la oreja a la puerta. No escuchaba movimiento. Se temió lo peor. Miró hacia arriba. Las ventanas superiores, no estaba tapiadas.

- Quizá si entramos por ahí arriba, podamos averiguar algo –propuso Raúl.

- Vale –dijo Marcos- ¿pero cómo subimos?

- ¿pasará algo si rompemos el cristal de la furgoneta esa de ahí? –preguntó señalándola- Si quitamos el freno de mano y conseguimos traerla hasta aquí, quizá lleguemos.


En cierto modo, cuanto menos ruido hicieran mejor. Pero era su amiga la que podía estar en peligro. Marcos se acercó a la ventanilla del vehículo. Con el martillo, golpeó. Pero un primer intentó no fue suficiente. Una segunda vez y se agrietó. Con una tercera, se hizo añicos. El ruido retumbó en toda la calle. Los tres se quedaron quietos, mirado hacia todas partes, con el temor de que atrajera a los hostiles. No aparecía nadie. Marcos entró en el vehículo y quitó el freno de mano. No se movía.

- Quita las marchas –dijo Héctor.


Al quitar las marchas, esta empezó a moverse debido a la inclinación de la calle. De vez en cuanto pisaba el freno. Pero el volante estaba duro. No se movía. Y necesitaban girarlo un poco para que se pusiera perpendicular a la casa. Cuando consiguieron dejarla a la altura de la casa, la distancia entre la furgoneta y las ventanas era considerable.

- Esto no funciona. –dijo Raúl desesperado. 


Una de las veces que miraron hacia las ventanas superiores, descubrieron algo que les puso la piel de gallina. Era la madre de Eli. Pero le faltaba parte de la cabellera, y hacía gestos con la boca. Descubriendo unos dientes llenos de sangre. Los miraba furtivamente, golpeando el cristal de la ventana.

- Mierda tíos…-dijo Marcos horrorizado-… es la madre…

- Es una hostil…-Raúl se llevó las manos a la cabeza.


Héctor se acercó a la puerta y empezó a llamar a Eli a gritos. La madre, desde arriba, se empezaba a poner más nerviosa. Hasta el punto de partir uno de los cristales. Lo atravesó con un brazo. Al volver a sacarlo del agujero, se desgarró todo el antebrazo, dejando a la vista tendones y parte del hueso. Marcos y Raúl miraban aquello estupefactos. Héctor, comenzó a golpear con el hombro la puerta. Tratando de forzarla. Lo único que consiguió fue hacerse más daño. El ruido que estaba haciendo, atrajo a un hostil que se acercaba calle abajo. 

- Héctor, ¡para! –le ordenó su hermano- estas atrayéndolos.

- Me da igual, ayudadme –dijo mientras cogía carrerilla.


Fue inútil. La puerta no se movió. Cuando Raúl miró calle abajo, se habían unido otros dos. Los reconoció. Eran vecinos del pueblo. Por la forma de andar y las heridas, supo que se habían convertido. 

- Tíos, tenemos que irnos –decía Marcos.

- No sabemos nada de Eli, puede estar atrapada en su propia casa. –se enfadó Héctor.

- O se ha convertido –contestó Raúl.

- Me niego. –golpeó la puerta otra vez.


Los tres hostiles que subían la calle, eran lentos. Pero en cuestión de un minuto tendrían que hacerles frente si no se marchaban enseguida. Marcos y Raúl, sujetaron con firmeza su martillo. Se pusieron en mitad de la calle. Eso hizo que se centraran en ellos, y olvidaran a Héctor que seguía empeñado en entrar. Un impaciente Raúl, corrió hasta el más cercano y le asestó un duro martillazo en el hombro. Hizo que se cayera al suelo, pero comenzaba a levantarse. Volvió de nuevo donde Marcos, que permanecía inmóvil. Faltando dos metros asestó un golpe en la mandíbula a uno de ellos, arrancándosela de cuajo. No pudo reprimir una arcada. Pero seguía avanzando hacia él. Raúl, hizo lo mismo contra el primero que atacó, que ya estaba a su altura. Les golpeaban y retrocedían. Nada parecía detenerles. Eran tres contra dos. Aunque estaban alejándolos de la atención de Héctor, uno de ellos cambio de rumbo y se dirigía hacia Héctor. Por más que le avisaban, Héctor estaba fuera de sí, intentando entrar en la casa. Finalmente, el hostil se agarró a Héctor. Lanzaba dentelladas, que este intentaba evitar. Tanto Marcos como Raúl, estaban entretenidos con los otros dos. Unos gemidos, tras de ellos, les heló la sangre. Un grupo de al menos seis se acercaba a ellos por el otro lado de la calle. Era evidente, que el escandalo no pasaba desapercibido para aquellos seres. Tras otro martillazo por parte de Marcos, algo hizo que se desplomara al suelo y no se moviera. Pero no fue él, quien provocó la muerte definitiva de aquel ser. Un joven, vestido con ropa deportiva y un abrigo verde oscuro con capucha, le había clavado un enorme cuchillo por la parte de la nuca. Hizo lo mismo con el que estaba con Raúl. También se desplomó. Ambos chicos se quedaron expectantes. El joven de capucha, corrió hacia donde estaba Héctor, luchando con el suyo. Saltó por encima del capó de la furgoneta y con gran habilidad le clavó el cuchillo. Otro que se desplomó. Aún quedaban los seis que llegaban por la parte de arriba de la calle. Otra vez, el joven corrió hacia la posición de Raúl y Marcos. 

- Iros para atrás –ordenó el joven.


Estos obedecieron al instante. Observando cómo se enfrentaba a seis hostiles el solo. Los atacaba de uno en uno, pero con una certeza milimétrica. Clavaba el cuchillo, en ojos, nucas o sienes. El caso, es que todos y cada uno de ellos, caían al suelo como piedras. Al terminar, limpió el cuchillo de unos treinta centímetros de hoja, en la ropa de un hostil. Se acercó a los tres amigos. Se quitó la capucha. Mostrando su cara. Tenía el pelo rubio y corto. Barba poco poblada. Aunque parecía rozar los treinta años. Poco más alto que los muchachos.

- Habéis hecho mucho ruido –dijo mientras recogía una mochila del suelo, la cual no vieron en ningún momento dejarla.

- ¿Quién coño eres tú? –dijo Raúl boquiabierto.

- Alguien que os acaba de salvar el culo. –se disponía a marcharse.

- Espera, espera –le llamó Raúl- muchas gracias.

- De nada. Si queréis un consejo, -señaló su cabeza- darles aquí. Parece su punto débil. 

- Solo estábamos buscando a nuestra amiga. No pretendíamos hacer ruido. –dijo Héctor.


El joven se quedó mirando a Héctor y después las ventanas de la casa de Eli. Hizo un gesto de negación con la cabeza y suspiró. 

- ¿Vive aquí? –preguntó.

- Sí, pero no podemos abrirla. Y arriba… -señaló a la madre.

- Puf…-dijo el joven-…no quisiera decíroslo. Pero lo más seguro es que… -hizo un gesto con el índice pasándolo por el cuello.

- Si no quieres ayudar, lo entiendo –dijo Raúl- Pero necesitamos saber si aún sigue viva o no.

- ¿Todavía no sabéis lo que ocurre no? –dijo sobradamente.

- ¿A qué te refieres?

- Supongo que esa es la madre de vuestra amiga. Pues siento deciros, que ya no es una persona. Si vuestra amiga estaba en casa con ella, y no sabía cómo pararla, seguramente sea como ella. Si te muerde, estas condenado. 

- ¿Cómo sabes todo eso? –preguntó Marcos.

- Estábamos en plena campaña de puenting y escalada. Teníamos unas pequeñas cabañas, donde nos alojábamos los monitores y los clientes. Yo dormía en una litera con mi compañero. En plena noche noté que algo me agarraba del pie. Era él. Fuera de sí. Trataba de morderme. Pude encerrarlo en el baño. Pero al salir al comedor principal, varios clientes estaban comiéndose las tripas de otro. Tuve que esconderme por dos días en mi habitación, con mi compañero en el baño. Rasgaba la puerta sin cesar día y noche. Cuando me decidí salir de ahí, aún quedaban unos cuantos en el comedor. Incluido el de las tripas colgando. Se lanzaron hacia mí. Por casualidad, el primero cayó sobre mí, pero se clavó mi cuchillo en un ojo. Dejó de moverse. Cuando conseguí salir de debajo, otros dos ya estaban casi encima. Les clavé el cuchillo y dejaron de moverse. 

- Pero puede que se haya escondido como tú…-dijo Raúl.


El joven hizo una mueca sonriente, dando la razón a Raúl. Se quitó la mochila. Miró la casa. La furgoneta. Dio varios pasos para atrás, y después corrió hacia la pared de la casa. Con rápidos movimientos hacia los lados, logró escalar en segundos los casi cuatro metros hasta la ventana contraria a la madre. Sentando en el bordillo, ojeó la estancia. Parecía estar vacía. Aunque la madre de Eli, se pegaba aún más a la ventana tratando de alcanzar, sin éxito, al joven. Todo ante la mirada sorprendida de los chicos desde abajo. Sacó el cuchillo. Con un ágil movimiento, la ventana se abrió sin prestar resistencia. Después entró en aquella habitación, desapareciendo de la vista. Los tres permanecían expectantes esperando que ocurriese algo. Fueron cinco minutos largos. Hasta que el joven, abrió la puerta sonriente.

- Pues parece que tenías razón –dijo rascándose la parte trasera del pelo- ¿Quién de vosotros es Raúl?


jueves, 15 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 7.

Capítulo 7.


Tan solo hacía dos horas que su padre se había ido de expedición con el grupo reunido por Anselmo. Algo en su interior le decía que aquello no era buena idea. Observaba a Marcos, sentado en un sillón, con la mirada perdida. Incluso llegó a contar cuanto tiempo estuvo sin parpadear. Casi tres minutos. Claramente estaba afectado por lo ocurrido con su padre. Héctor no tanto, pero cuando nadie le veía, se limpiaba las lágrimas. A decir verdad, todo aquello estaba afectando a todos y cada uno. Eso era evidente. Pensaba en lo que podía estar pasando su madre, allí sola, sin conocer a nadie. Seguramente, pensando en ellos. Para colmo, su padre se había ido a saber dónde y ni si volvería a verlo como una persona normal. Mónica, se ocupaba la mayor parte del tiempo en atender a Rebeca. Que cada vez se ponía más nerviosa, y llamaba a su mamá insistentemente. Raúl notó a su profesora y amante, mas crispada que de costumbre. Aunque no tenía hijos, se le daba bastante bien tratar con bebes. 

Desde la habitación donde veían lo que ocurría en el exterior, Raúl, permanecía casi todo el tiempo. Observaba si aparecía algún hostil, como empezaron a llamarles. Por suerte, hasta el momento, tan solo se pudo ver a dos vecinos pasándose agua embotellada de una casa a otra. Supuso que estarían haciendo algún tipo de intercambio, cuando al terminar, pasaron de la otra casa varias cajas con comida. Casi todo latas y algún que otro embutido. Al terminar, se volvieron a encerrar en sus respectivas viviendas. Eso le llevó a pensar, en cuantas provisiones tenían para permanecer allí encerrados hasta que todo se arreglase. Con ayuda de Héctor, fueron apuntando todo lo que tenían. Aunque no era mucho. 

Ya habían pasado cinco horas desde la marcha de su padre. Mónica se ocupó de preparar algo de comer. Pero empezaron a preocuparse por Marcos, que no probaba bocado ni bebía nada. Toda aquella situación empezaba a crispar los ánimos. Desde la primera noche que se quedó Mónica en el hostal, no habían tenido la ocasión ni siquiera de hablar de lo suyo. De hecho, parecían dos desconocidos que solo trataban de permanecer en el mismo lugar sin más problemas. También se acordó de Eli. Por más que intentaba llamarla, no conseguía tener línea. De hecho se empezó a preocupar cuando ya ni siquiera le llegaba internet. Puso la televisión, a sabiendas que no había nada nuevo. Aunque en esta ocasión, si lo había. Ya no emitían nada, solo el logo de la propia cadena. Cambiaba de canal, y siempre lo mismo. Excepto algunas, con sólo un fondo azul. Terminó por apagarla. Al ir al baño, se dio cuenta de algo fundamental. De los grifos ya no salía agua. Solo un escaso hilo, seguramente los posos de las tuberías. 

- Mónica, -se acercó- tenemos un problema. No llega agua.

- Lo que nos faltaba ya… -suspiró desesperada.

- ¿Crees que el mundo se ha ido a la mierda? –se sentó al lado suyo.

- Me da que sí. –confesó- Las cadenas de televisión no emiten nada. Las líneas de teléfono no funcionan. Internet tampoco. El agua está empezando a no llegar a las casas… está clarísimo que las personas que mantienen todo eso, no están en sus puesto de trabajo.

- En estos casos… ¿Qué se supone que debemos hacer? 

- Pues mira… -levantó los hombros-… es algo que no me enseñaron en la facultad. 

- Mi amiga Eli… no sé nada de ella… 

- Ni pienses por un segundo en salir a buscarla. Estará con sus padres. 

- Solo era una idea.

- Intenta entretenerte con algo hasta que llegue tu padre y la policía. Ellos sabrán que hacer.


Aquello, a decir verdad, no era ni mucho menos divertido. Tan solo se le ocurría leer un libro o mirar por la ventana. Optó por la segunda, mientras hacia la primera. Así que escogió un libro, y fue hasta la ventana. El sol, que por la mañana había salido, comenzaba a desaparecer. De nuevo, el cielo grisáceo, aventuraba que otra tormenta se avecinaba. Fuera, en la plaza, no había ni un alma. Tan solo un par de perros pasaron, evitando a dos cuerpos que aún seguían tendidos en la nieve. Nieve, que ahora era hielo en su interior. El silencio era sepulcral. Intimidante. Comenzaba a oscurecer. La tarde daba paso a la noche. Y sin señales de la vuelta de su padre. Mónica lo interrumpió.

- ¿Qué haces? –preguntó aún sabiendo lo que hacía.

- Leyendo un libro mientras vigilo la plaza. 

- ¿Alguna novedad?

- Nada.

- He cogido una botella de vino. Espero que no os importe.


Raúl negó con la cabeza. Ella le tendió una copa, mientras se servía otra para ella.

- No me apetece…-dijo dejando la copa en el suelo.

- Tú mismo…-dio un trago largo-… tu hermana está dormida. Y tus amigos no se mueven del sofá


Se sentó encima de sus piernas. Raúl dejó caer el libro. Se miraron fijamente. Ella dio otro trago al vino, vaciando la copa por completo. Acercó su cara y le besó lentamente. Él también lo estaba deseando, y la agarró por la cintura. Poco a poco iban quitándose la ropa, hasta quedar completamente desnudos. Fue entonces cuando se tumbaron en la cama. De vez en cuando paraban, por si se escuchaba algún ruido proveniente de la parte de abajo. Él tuvo que taparle en repetidas ocasiones la boca, para que no se le escuchara. Al terminar, quedaron tumbados sin hablar. Ella, se sirvió otra copa de vino. Aunque está vez, Raúl bebió de la misma copa que ella. Al pasar por la ventana, Mónica percibió algo. 

- Creo que ahí hay alguien –señaló por la ventana.

- Ese es Bernardo. O Berni como le llamamos todos. Es un tío peculiar. –le explicaba.


Bernardo era un hombre de unos casi cuarenta años, que tenía autismo. Casi no hablaba con nadie. Y si lo hacía, todos le tomaban como un niño pequeño. Aunque en realidad es que lo era. Su mentalidad era la de un niño de unos seis o siete años. Siempre acompañado de su ya, anciana madre. 

- ¿Suele salir solo a la calle? –preguntó extrañada.

- Normalmente va con su madre. –contestó.

- Pues va solo. ¿y se le ha pasado algo a la madre?


Cuando Raúl se asomó de nuevo, aquello no tomaba buena pinta. Berni permanecía de pie, y con su ya conocida postura. Que consistía en que su mano izquierda siempre la tenía pegada a la cara, y sus dedos hacían un movimiento de estirar y contraer. Debido, seguramente, a su enfermedad. Allí estaba, mirando hacia una calle, sin moverse. Algo nervioso. No era para menos. Por esa calle, se acercaban no menos de cinco hostiles, a paso lento pero firme. Ahora podían verlos con más claridad. Parecían estar pudriéndose. Las ropas estaban rotas y sucias. Parecían torpes, pero no parecían sentir nada, si se golpeaban con algo. No sabían si podían ver o estaban tan drogados que no se lo permitía. El caso, es que se dirigían claramente hacia Berni. 

- Mierda…-dijo Raúl vistiéndose-… le van a atacar.

- ¿Qué hacemos? –preguntó asustada.


Raúl abrió la ventana y le gritó

- Bernardo, ¿me oyes? –gritó tan fuerte que el eco rebotó- Vete. Corre.


El hombre se limitó a mirar hacia la ventana, y no hacía más muecas que su tic. 

- Berni, joder –gritó de nuevo- Corre, ven hacia aquí. Te abriremos la puerta.


Pero no hacía caso. Los hostiles cada vez estaban más cerca, aunque la distancia era aún prudencial. Al ver que no le hacía caso, terminó de ponerse las botas y bajó. Corrió todo lo que pudo hasta la puerta. Sin embargo, antes de abrir la puerta, fue hasta el cuarto de la leña, y se armó con el hacha de su padre. Necesitaba algo con lo que defenderse. Respiró dos veces antes de abrir. Por suerte, cerca de la puerta no había ninguno. No había sido precavido en ese sentido. Por lo que un escalofrío le recorrió el cuerpo al darse cuenta de su imprudencia. Ya, consciente, corrió la plaza hasta donde estaba Bernardo.

- Vamos Berni, -le dijo tocándole un brazo.


 A lo que el respondió con un sollozo y apartándose de Raúl. 

- Vamos tío. Que ya están aquí. Vamos para mi casa. –dijo, cuando quedaban escasos diez metros para que aquellos hostiles estuvieran a su altura. 


Su mano, la del hacha, le temblaba tanto por el miedo como por el frio. No se había abrigado lo suficiente. 

- ¿Dónde está tu madre Berni? –preguntó tratando de que le hiciera caso.

- ¿Mamá? –decía- Mamá ya no me quiere…-decía con voz de un niño pequeño.

- ¿Por qué? ¿te ha hecho algo?

- Quería comerme como se comió a peludo. –contaba.

- No sé quién es peludo…-aunque sabía lo que le ocurría a la madre-… pero si quieres que esas personas no te coman, ven conmigo.

- ¿Tienes patatas?

- Joder Berni, yo que se…-los tenían casi encima ya.

- Quiero comer patatas –comenzó a llorar y patalear en el suelo.

- Ven conmigo y te doy todas las patatas que quieras –mintió.

- ¿Con sabor a jamón? 

- Como tu quie…



No pudo terminar la frase, ya que otro hostil que apareció por detrás le agarró de la capucha y le tiró hacia atrás. Resbaló, cayendo encima del hostil. Trataba de zafarse de él. Gritaba y daba patadas al aire. Escuchaba como daba dentelladas al aire, y el sonido al chocar los dientes era horrendo. Se giró con esfuerzo. Había conseguido separarse, pero el hostil se levantó antes que él, y se lanzó. Raúl pensaba que ya era lo último que contaría. Cerró los ojos y puso los brazos sobre su cabeza, esperando el ataque. Pero no llegaba. Segundos después abrió los ojos, y vio como Berni lo tenía cogido desde atrás por la ropa y lo lanzaba unos metros lejos de ahí.

- Gracias Berni –consiguió decir sorprendido al ver la fuerza de aquel hombretón.


Pero los que venían por la otra calle, ya estaban tan cerca, que uno agarró por el cuello a Bernardo. Antes de que pudiera hacerle nada, se revolvió con tanta brusquedad hacia los lados, que salió disparado. Dos de ellos, se acercaban a Raúl. Este retrocedió unos metros, buscando su hacha. Cuando la encontró, la recogió del suelo. Daba hachazos al aire, a modo amenazador. Pero parecía darles igual. De reojo, vio como otro hostil atacaba a Bernardo. Este se agazapó con terror. Cayéndose de culo al suelo. El hostil, que no se esperaba eso, también resbaló y cayó justo al lado. Raúl, retrocedía hasta golpearse con un coche. El más cercano levantó los brazos tratando de agarrarle. Pudo apartarse justo a tiempo. El segundo, también lo atacó, consiguiendo agarrarle por los hombros y acercaba su cara a la suya. El hacha se le cayó de las manos, y puso las manos en el pecho del hostil a modo de parar su progresión. El hedor que desprendía, produjo una bocanada que terminó en vomito. Pudo fijarse en los ojos perdidos del hostil. Aquello no era una persona ya. El otro hostil estaba a punto de agarrarle también, pero Héctor apareció por detrás empujándolo. Algo que Raúl agradeció. Notó como el suyo se separaba. Era Marcos que lo estaba agarrando por detrás y lo empotró contra el cristal del coche. Este se rompió, y la cabeza del hostil quedó dentro del coche. Pero ya no se movía. Rápidamente, miró hacia donde estaba Berni. No supo cuando, pero el que lo atacaba estaba tendido en el suelo en una postura extraña. Como si le hubieran roto la espalda. Aún quedaba un hostil que se acercaba a Héctor. Pero este había recogido el hacha de Raúl y le asestó tal golpe en la cabeza, que el crujido puso los pelos de punta a todos los presentes. Quedaron inmóviles unos segundos antes de reaccionar.

- Joder Raúl…-dijo un sofocado Héctor-… que puto asco…

- Gracias chicos…-dijo Raúl conteniendo otra arcada al recordar el crujido.

- Deberíamos entrar –decía Marcos- es de noche y no tengo ganas de ver más de estos.


La actitud amistosa de Marcos había desaparecido por completo. No era para menos. Por fin, convencieron a Berni de acompañarlos para dentro. Aunque como era de esperar, enfureció al descubrir que Raúl le había mentido sobre las patatas fritas. 

- Fue imprudente salir –le regañó Héctor a Raúl- Si te digo la verdad, te hemos ayudado por que eres tú. 

- ¿Serías capaz de dejar a este pobre hombre con esas personas? –preguntó asombrado.

- Me importa una puta mierda el subnormal ese. Me acabo de quedar sin padre ¿recuerdas? –se enfureció aún mas.

- Tranquilízate –dijo Raúl en actitud defensiva.


Ambos se miraron con furia. Hasta que Héctor, le cogió del brazo y se lo llevó hasta otra estancia. Raúl, pensaba que aquello no acabaría bien para ninguno de los dos.

- ¿Cuándo pensabas contármelo? –susurró.

- ¿Contarte qué? –aquella pregunta le descolocó.

- Que te follas a la profe…


miércoles, 14 de febrero de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 6.

Capítulo 6


Como si de unos petardos se tratase, terminó por despertarle. Eso, y que Raúl le estaba llamando. Aún era de noche. Con los ojos aún entre cerrados, se incorporó con dificultad debido al cansancio. Observó la cara de terror de Raúl, que llevaba en brazos a Rebeca tratando de esconder su cara entre el pecho de su hermano. Miró la hora. Tan solo había podido dormir una hora y media. 

- ¿Qué pasa chaval? –dijo aun dormido.

- Papa. Papa. –decía asustado- ocurre algo en la plaza.

- ¿Qué ocurre? –preguntó cuándo otro petardo se escuchó.

- Es Anselmo y otros vecinos. Están disparando contra gente. –decía aún más aterrado.

- ¿Cómo? –su cansancio parecía desaparecer.


Se levantó a toda prisa, y fue hasta una de las habitaciones que daban a la plaza. Levantó la persiana, y vio lo que le decía su hijo. En la plaza, llena de nieve tintada de rojo, se podía ver a Anselmo e Ignacio por un lado, disparando contra un hombre. En el otro extremo, estaba el padre de Héctor y otro vecino con una escopeta de caza. Dispararon contra otro hombre que se acercaba a ellos, torpemente. Había dejado de nevar, aunque una niebla algo densa le impedía ver por completo toda la plaza. Tanto Anselmo e Ignacio volvían a disparar al pecho del hombre, que supuso que sería el compañero del accidentado operario del quita nieves, por su indumentaria. Tras dos disparos, el hombre se desplomó en la nieve. El padre de Héctor, mientras cargaba con otros dos cartuchos su escopeta, el vecino que lo acompañaba cargó contra el hombre que les acechaba. Los dos impactos en el pecho, dejaban al descubierto parte de su interior que se desparramaba. No parecía detenerle, pues seguía avanzando contra ellos. Un último disparo cerca de la mandíbula, por parte del padre de Héctor que se dolía de su brazo, dejó inerte al hombre. Roberto pensaba que ya había terminado, pero no. La parte donde estaba la niebla, dejó al descubierto otro grupo de personas que caminaban con dificultad hacia los cuatro hombres armados. Una de las personas, mujer, supuso Roberto por la melena y uno de los pechos que llevaba al aire, se acercaba con más rapidez que sus compañeros. Ignacio no tuvo tiempo de cargar su arma y tuvo que retroceder para no ser atacado por ella. Anselmo que estaba a su lado, le asestó un duro golpe con la porra reglamentaria en el cuello. El golpe fue tan duro, que la mujer aterrizó de espaldas contra la nieve. Sin llevarse las manos al cuello en señal de dolor, como haría cualquiera, se levantó de nuevo ante la perpleja mirada de Anselmo. Elevó sus manos para agarrarlo, pero Ignacio disparó en la sien de la mujer que se desplomó de costado. No era suficiente, pues más personas se acercaban a ellos. Un grito de dolor, atrajo la mirada de Roberto. Era el padre de Héctor. Se encontraba tumbado, con uno de ellos encima tratando de morderle. El otro vecino, seguramente debido al pánico, se alejó corriendo. Dejando a su suerte al ya condenado padre de Héctor y Marcos. 

Roberto, trató de que Raúl no mirase la esperpéntica escena. Pero no pudo. Debido a que él también estaba paralizado. Su mirada se centró de nuevo en Anselmo e Ignacio. Incapaces de detener a todas aquellas personas, corrieron calle arriba alejándose de ellos. 

- No hagáis un puto ruido. Ni encendáis ninguna luz. –ordenó Roberto sin apartar la vista en la plaza.

- Papa… tengo miedo –temblaba como un flan recién hecho.

- Yo también hijo…-dijo con los ojos llorosos.


Bajó hasta la puerta principal y se aseguró que estaba bien cerrada. Bajó todo lo despacio que pudo, las persianas de la parte baja del edificio. Mónica, que se había despertado en ese momento, los observaba con extrañeza.

- ¿Qué pasa? –preguntó.

- No lo sé…-se limitó a contestar Roberto-… pero no hagas ruido ni enciendas las luces. 

- No entiendo nada…

- Mira… profesora… -decía impaciente-… no sabría explicarle lo que acabo de ver. Pero estamos en peligro. Quizá su compañero, el profesor de inglés, tuviera razón y es un ataque biológico. Acabo de ver en vivo y en directo lo mismo que en la tele.

- Me estas asustando…

- Más que nosotros, lo dudo…-dijo mientras bajaba la última persiana.


Se encerraron en la habitación con la ventana que daba a la plaza. Fue la única persiana que no bajó del todo. No quería estar a ciegas por completo. Miraba incesante la plaza, y como aquellas personas pululaban a su antojo. Su aspecto era terrorífico. Uno de ellos, debido a un impacto de bala, le faltaba parte de la mandíbula. Aun así se mantenía de pie. Más cerca de ellos, justo donde atacaron al padre de Héctor, se encontraban dos de ellos. No podía ver con claridad que estaban haciendo. Pero si podía ver el cuerpo inerte del padre de su amigo. Miró de reojo a su hijo, que se mantenía sentado en una cama consolando a una ya calmada Rebeca. Mónica se encontraba cerca de la ventana junto a él, intentando averiguar qué es lo que sucedía. Nadie pronunciaba palabra alguna. Miró otra vez la hora. Marcaban las tres y media pasadas. Comprobó si tenía algún mensaje de Alicia, o alguna llamada perdida. Se empezaba a preocupar. Aunque no era lo mejor que podía hacer, miró las noticias desde su móvil. La velocidad de internet era más lento de lo habitual, pero supuso que era normal. La página tardó casi tres minutos en cargar. Sin embargo al leer cuando fue publicada la última noticia, buscó otra más reciente. Se metía en varias páginas, pero no había nada nuevo. Al menos hasta ese mismo día y hora. De pronto, el silencio se vio comprometido al comenzar a sonar una llamada entrante. Era un sonido estridente, que los seres de la plaza no pasaron por alto. Era Alicia.

- Rober –decía angustiada.

- Nena, ¿Qué pasa? –preguntó sabiendo lo que pasaba.

- Nos han despertado los militares italianos. Dicen que nos llevan a zonas seguras. 

- Quizá es lo mejor. –confesó- Aquí las cosas se están poniendo feas de verdad. 

- Ya lo sé Rober. –comenzó a llorar- han disparado contra civiles. Hay cuerpos por todas partes. Se atacan unos a otros. Algunos están locos de verdad.

- Mierda nena, ¿Qué cojones pasa? –estaba desquiciado- Aquí está la plaza llena de… no sé cómo describirlo… ¿infectados? ¿drogados? No se nena… se han liado a tiros y aun así, no han podido con ellos… se han... se han comido a una persona delante de mis narices…


Ambos se callaron dada la conmoción. Raúl era la primera vez que veía llorar de esa manera a su padre. De hecho, a él también le invadió el mismo sentimiento y no podía dejar de llorar. Mónica los miraba con ojos vidriosos. 

- Nena…-dijo secándose las lágrimas-… ponte a salvo. No sé cómo lo haremos, pero iremos a por ti. 

- Tú cuida de nuestros hijos, Roberto. –ordenó.

- Por favor, cuídate hasta que se calme todo. Te prometo que iremos a por ti. –decía volviendo a llorar como un niño.

- Rober, no te oigo bien –se escuchaba el ruido de varios camiones y gente gritando- ¿me oyes? Cuida de los niños. Yo estaré bien. ¿me escuchas?


La llamada se cortó, aunque las últimas palabras las escuchó perfectamente. Raúl se acercó a su padre. Este le recibió abrazándolo con tanta fuerza que le ahogaba, pero necesitaba sentirlo cerca el también. Mónica, ya no podía contener las lágrimas al observándolos. En ese momento, se acordó de los seres de la plaza. Al principio, se alertaron del tono de llamada de Roberto, y trataban de buscar la procedencia del sonido. Pero ahora, de nuevo, seguían a lo suyo. Dos de ellos, los más alejados, estaban en un estado de letargo y no se movían. Tan solo permanecían de pie sin moverse. Cuatro de ellos, se unieron al festín con el cuerpo del padre de Héctor y Marcos. ¿Dónde estaban los chicos? Pensó. Se escoró un poco, con la certeza de poder ver algo más allá. Podía ver la puerta del médico. Estaba cerrada. Una de las ventanas, emitía una luz tenue. Supuso que allí estaban escondidos, y quizá, observando los movimientos de aquellos seres. No podían hacer nada. Al menos por el momento. Si bien el viento soplaba con menos fuerza, y no nevaba, la niebla era densa por momentos y en un descuido se darían de bruces con uno de ellos. Poco a poco el cansancio iba haciendo mella. Sobre todo en Roberto, después de rescatar y llevar en volandas al operario de la maquina quita nieves hasta el médico. En la silla donde estaba sentado, apoyando la cabeza sobre la pared, justo al lado de la ventana para no quitar ojo a los de fuera, daba cabezadas cada vez más largas. Mónica terminó por tumbarse en la cama donde estaba Raúl con Rebeca. Raúl prefirió quedarse sentado a los pies, aunque poco a poco iba tumbándose. Así pasaron las primeras horas hasta que empezó a amanecer. Cuando miró, Roberto, por la ventana tan solo pudo ver a uno de ellos que trataba de pasar entre dos coches, pero su ropa estaba enganchada en un espejo retrovisor. Cuando cedió la ropa, rasgándose, cayó de bruces a la nieve. Se levantó de nuevo a duras penas, y comenzaba a desaparecer por una de las calles adyacentes. Por un momento respiró tranquilo. Pues no sabía si podían acceder a las viviendas, ni si aún eran conscientes de cómo se abrían puertas. Fuera lo que fuera lo que les habían hecho, por suerte a ellos no se lo hicieron. ¿Se trasmitía de alguna manera? Si hubiera sido por el aire, ya estarían como ellos. 

El sol radiante, que hacía días que no veían, empezaba aparecer. Los primeros rayos reflejaban en la nieve, proyectando la luz contra las ventanas. La niebla había desaparecido ya por completo. Miró hacia la plaza desierta. No había movimiento ni de hostiles ni de nadie normal. No sabía si eso era bueno o malo. La luz que vio por la noche en la ventana del médico, ya no estaba. Ni notó movimiento en su interior. Pensó en los pobres chicos que habían visto como atacaban a su padre. El sonido de los pájaros revoloteando por los tejados despertó al resto de los allí presentes. Raúl fue el primero en asomarse a la ventana. 

- ¿No hay nadie? –preguntó.

- Hace horas que se fue el último. –contestó su padre con cara de cansancio

- ¿Qué está pasando papa? ¿Tiene algo que ver con los accidentes?

- Supongo que sí. Hasta donde sabemos, el accidente más cercano fue en Zaragoza. Así que desconozco como ha podido llegar hasta aquí. ¿puedes ponerme en el móvil la televisión?

- Sí, claro…-dijo encendiendo el móvil.


Por más que lo intentaba no había forma de conectarse a nada. No tenían televisores en las habitaciones, así que tuvieron que bajar a la del comedor. Como era de esperar, solo emitían telediarios de días pasados. Películas infantiles. O programas del corazón, también ya grabados.

- Esto no me gusta nada…-dijo Roberto mientras ponía la cafetera en el fuego.

- ¿Estarán tan desbordados que no pueden dar más información? –preguntó Mónica a nadie en concreto.

- Eso… o que no hay nadie para dar las noticias. –pensó Roberto en voz alta- Chaval, ¿puedes llamar a tu madre?

- No hay línea. Aunque las rayitas dicen que tenemos cobertura, no da señal. Vamos, que ni siquiera lo intenta. –contestó tan rápido que Roberto supuso que ya lo había intentado antes.

- Debería ir a buscar a Anselmo. Si alguien puede saber algo es el. –dijo Roberto, buscando la aprobación de su hijo.


Golpearon la puerta dejándolos sin respiración. Roberto se llevó el dedo índice a los labios para que permanecieran en silencio. Volvieron a golpear la puerta. No podían ver si se trataba de un hostil o no porque tenían todas las persianas bajadas en esa planta. Muy despacio, se acercó a la puerta, que volvían a golpear. Se disponía a subir las escaleras para mirar por la ventana que dejaron abierta para ver el exterior, pero alguien les habló.

- Roberto ¿estás ahí? –dijo claramente la voz de Anselmo- ¿Me oyes?


Entonces se tranquilizó un poco y abrió muy lentamente la puerta.

- Gracias a Dios Roberto –dijo un desencajado Anselmo- Déjanos entrar.


Abrió por completo la puerta, y detrás del guardia civil estaba Ignacio. A su lado Héctor y Marcos. Raúl se acercó a la puerta, y Héctor entró para abrazar a su amigo. Los demás también entraron, y cerraron la puerta.

- Necesito que te ocupes de estos chicos –ordenó Anselmo- anoche fue de lo más movida.

- Lo sé, os vi desde arriba. –dijo Roberto.

- El padre nos ayudó a detener a esas… personas… no sabría cómo llamarlas. Parecen estar muertos, pero los muertos no caminan. Nosotros tuvimos suerte, pero su padre no tanto. –relataba con espanto.

- ¿Pero qué pasó? 

- Al parecer, cuando se marchaban de casa del médico, se dieron de bruces con esos salvajes y con uno que escapaba de ellos. Tenía una escopeta. Escuchamos disparos, y bajamos del cuartel a la plaza. Joder… se me ponen los pelos de punta cuando los recuerdo. 

- En la tele no dicen nada nuevo. Las líneas están colapsadas, no consigo hablar con mi mujer. ¿Tus superiores te han informado de algo? 

- Ja…-rio irónico-… la última vez que hablé con la central, estaban desbordados. El ejército tenía el control. Por lo visto están montando campamentos a las afueras. Las ciudades están cayendo. Sea lo que sea que les pase a los que se exponen, en las ciudades debe ser mucho peor que aquí. De esto fue hace unos tres días. Por más que intento contactar con ellos, no contestan. Ni por líneas móviles ni por radiofrecuencia. Por eso hemos venido aquí. Estamos reuniendo un grupo de personas. Nos acercaremos hasta Zamora y evaluaremos la zona. 

- ¿Qué dice el alcalde de todo esto?

- Ese cabronazo ha desaparecido del mapa. Hemos ido a buscarle a su casa, y ni rastro de él ni su familia. Sus coches no estaban, así que supongo que ha huido. 

- Vamos, que sabía más de lo que nos contaba…-recalcó Roberto.

- Los salvajes que había por la zona, hemos logrado contenerlos cerca del rio. Al parecer el ruido les gusta mucho. Por lo que de momento estamos a salvo.

- Entonces me uno al grupo de expedición. –dijo Roberto convencido.

- Mejor que te quedes con ellos –señaló a los muchachos.

- Yo puedo hacerme cargo, -dijo Mónica.


Roberto miró a su hijo. Con la mirada le estaba diciendo que no se fuera.

- Chaval, tengo que ver cómo está el panorama ahí fuera. Debo asegurarme que podemos ir a buscar a tu madre. –le dijo.

- No me gusta que te expongas tanto. –contestó el

- A mí tampoco.  Además, este es el lugar más seguro, por el momento. Mónica cuidará de vosotros.