jueves, 28 de diciembre de 2017

Te haré un castillo. Capítulo 5

Capítulo 5
Elián y Daniel Águila

El minúsculo taller que en el que trabajan Elián y Daniel Águila, hermanos gemelos, estaba abarrotado de coches averiados. En el barrio humilde donde trabajan y viven, a las afueras de Madrid, los vecinos acuden allí con sus coches, dado que la rapidez y soluciones baratas que proporcionaban los hermanos, dejaban muy satisfechos a los clientes. Incluso, en ocasiones, algunos de los clientes se quedaban observándolos trabajar. Siempre con una amplia sonrisa y con bromas entre ellos. Les hacía feliz trabajar de su pasión: los coches. No había avería, que no supieran solucionar. Y siempre que se encontraban con alguna que no conocían, se ponían muy contentos. Pues eso suponía seguir aprendiendo. Al final del día, habían facturado para su jefe, mucho más que algunos concesionarios oficiales de la zona. Aun así, tuvieron que dejar para el día siguiente, una fila de coches estacionados en su misa acera. El jefe, Fernando, un hombre de unos casi sesenta años, los contrató el día que colocó un cartel de traspaso de negocio por jubilación. Los hermanos, que conocían el lugar, le propusieron gestionar el taller, con la condición de que no cerrase el negocio. Ellos se llevan un cincuenta por cierto de los beneficios, mientras que Fernando, tan solo por mantenerlo abierto, se lleva el otro cincuenta por ciento. Muchas de las noches, una vez cerrado el taller, clandestinamente ponían a punto dos coches deportivos que guardaban en la parte trasera del taller. Clandestinamente, a medias. Pues aunque Fernando sabia de aquello, no se oponía mientras el taller siguiera dándole beneficios sin mover un dedo. En definitiva, estaba encantado con ellos.
Pero aparte de todo esto, eran aficionados, a las carreras ilegales. Al igual que otros participantes, se congregaban en un polígono industrial abandonado a unos treinta kilómetros de un pueblo toledano. Esa noche, tenían pensado acudir a una de ellas. Ambos sacaron sus respectivos vehículos modificados del taller y se pusieron en camino hacia el polígono. Elián conducía un Toyota 86 de color naranja y Daniel un Nissan 370Z de color blanco. El ruido que producían sus motores no pasaban desapercibido. Pero no les importaba. De camino, Daniel recibió un mensaje al móvil de Sara, su novia. Ya estaba allí, y le mandaba adjunto una foto del lugar. No se esperaba que hubiese tanto participante, y menos un martes por la noche. Cuando llegaron, como era habitual, muchos maleteros estaban abiertos mostrando sus equipos de música y bebiendo alcohol. Estacionaron sus coches un poco más alejados de los que no participarían. Allí estaba Sara, junto a otras dos chicas igual de exuberantes que ella. Rápidamente se acercaron a los coches.

- Llegáis tarde, -le riñó Sara sin mucha maldad- Damián, no quiere retrasar más la carrera. ¿Quién correrá hoy?
- Lo haré yo, -interrumpió Elián- mi hermano y tú tenéis asuntos pendientes. Yo me quedaré con tus amigas… -las miró lascivamente-… ¿verdad preciosidades?
- Tú, capullo –Sara se acercó a Elián y le daba golpecitos con el dedo índice en el pecho- estas chicas son amigas mías, ni se te ocurra tratarlas como las furcias con las que estás acostumbrado a estar… o pagar…
- Déjame en paz. –pasó un brazo por el hombro de cada una de las chicas y se alejaron hasta otro coche unos metro más adelante.

Daniel y Sara, se quedaron dentro de su coche. No tenían mucho tiempo, y cada vez que se veían, follaban como locos en el asiento del coche. No tardaron en culminar sus deseos. En breve comenzaría la carrera. A la vez que salían del coche, el ruido de un motor poro habitual, le alertó. Por  el pasillo que dejaban los coches estacionados a los lados, apareció un Maserati Quattroporte de color gris azulado. Los ojos se le salían de las orbitas a Daniel, y Sara le miraba estupefacta.
- Joder…-dijo Daniel-… ¿Quién es este?
- Será un niño rico. –contestó Sara.

El coche continuó hasta el final del pasillo. Aparcó paralelo al coche de Damián. De dentro salió un hombre joven. Su ropa consistía en unos vaqueros color negro y una cazadora de cuero, también negra. Damián al verlo, se fundieron en un abrazo. Parecían muy contentos de verse. Se alagaban mutuamente. El desconocido, invitó a subirse en su Maserati.
- Parece que se conocen. –intervino Elián, que llegó por detrás
- Espero que no participe, si es bueno no tendremos opciones. –dijo Daniel
- No todo es potencia hermanito. Hay que saber controlar a las bestias, o te verás en serios apuros. –rebatió su hermano Elián

Cuando terminaron de saludarse Damián y el desconocido, dio la orden a los participantes para que se colocasen en la línea de salida. No sin antes, un ayudante de Damián, fue uno por uno reclamando las tasas por competir. En total, seis coches se colocaron en una línea pintada con spray blanco. Tanto Daniel como Elián, se percataron que el desconocido del Maserati no se apuntó. Elián, le hizo una señal con el pulgar hacia arriba a su hermano que lo observaba desde el capó de su coche con Sara a su lado.
- Señores, -Damián llamó la atención de los corredores- ya sabéis las reglas. El que incumpla una sola de ellas, será descalificado inmediatamente. Adelante.

Los motores rugían a más no poder. Todos trataban de que el suyo se notara por encima de los demás. Esperaban ansiosos la señal que haría Damián para dar comienzo. Este sacó una bocina en spray y lo hizo sonar con un ruido ininterrumpido durante varios segundos. Casi al instante, los seis coches salieron disparados hacia delante. El circuito consistía en recorrer varias manzanas del polígono hasta el final. Para rodear la última nave en forma circular, y volver de nuevo a la casilla de salida. En primer lugar iba un Audi de color negro, seguido del Toyota naranja de Elián. Dos Wolkswagen de color verde y rojo, respectivamente, los perseguían a la par. Mientras que un Citroën gris y un Renault de múltiples colores llamativos, se posicionaban en último lugar. El Audi fue el primero en rodear la nave circular, sin embargo al salir de nuevo a la recta final, perdió levemente el control. Algo que aprovechó Elián para adelantarle. Aun siendo su coche menos veloz, el conductor del Audi, no consiguió alcanzarle. Terminando en segunda posición.
Daniel y Elián estaban rabiosos de felicidad. Lo celebraban mientras recibían el premio. Siete mil euros. Los otros tres restantes, se lo quedaba, Damián y su organización. Pero todo no era felicidad. Unas luces azules parpadeantes los empezaban a rodear. Era la policía. Rápidamente la gente se armó en caos, y trataban de escapar de allí. Por desgracia, varios coches impedían que Daniel y Elián, pudiera salir con éxito. Por lo que decidieron arrancar las matriculas de sus coches, y salir corriendo hacia dentro de una de las naves. Los coches de policía, muy abundantes, estaban llegando. Algunos eran bloqueados, otros los driblaban y conseguían escapar. Segundos antes de que pudieran meterse dentro de la nave, el Maserati llegó hasta ellos. Daniel miró hacia Sara, había desaparecido. Tan solo estaban ellos dos con el desconocido del Maserati. Supusieron que era un agente infiltrado, y dio la orden de arresto. Lejos de todo eso, abrió la puerta.

- Si son tan amables, les agradecería que me sacasen de aquí. –dijo bajándose de la parte delantera, y subiéndose en la trasera.

Los hermanos se quedaron perplejos. Sin saber reaccionar. ¿Y si era una trampa?
- Oh… creo que no tenemos mucho tiempo. –insistió el desconocido- No me gustaría dormir en un calabozo esta noche.

Ambos se miraron, y Elián fue el primero en aceptar la propuesta. Se puso en el lugar del conductor, mientras que Daniel corrió para subirse en el asiento del copiloto. Enseguida, y con un derrape que asustó extremadamente al desconocido, dieron la vuelta. Tomaron varias calles repletas de patrullas policiales, evitándolos con gran habilidad. Para cuando se quiso dar cuenta, el desconocido ya no podía ver las luces azules. Estaban escapando.
- Mierda –dijo Daniel- nuestros coches. Sabrán que son nuestros.
- No te preocupes por eso ahora. –conversaban sin darse cuenta de que el desconocido permanecía en la parte trasera.

Tan solo habían transcurrido cinco minutos, y había conseguido de una manera extraordinaria despistar a las dos patrullas que habían decidido seguirles. Se incorporaron a una autovía adyacente y circularon por ella a gran velocidad. No tenían muy claro hacia dónde ir. Habiendo recorrido unos diez kilómetros, el desconocido rompió el silencio con un carraspeo.

- Señores, les agradecería que fueran a esta dirección. –les mostro la tarjeta de un hotel en pleno centro de Madrid.
- Muy bien. –contestó seriamente Elián.

No tardaron en llegar hasta la puerta del hotel. Fueron cautelosos al acercarse a las inmediaciones de la ciudad, respetando velocidades y semáforos. Se detuvieron delante de la puerta principal. El desconocido bajó, seguido de los dos hermanos.

- Ha salido un placer señor Águila –se detuvo delante de Elián
- ¿Cómo? –dijo sorprendido- ¿sabes nuestros nombres?
- Oh… por supuesto. –contestó gentilmente- Elián y Daniel Águila. Naturales de Madrid. Perdieron a sus padres siendo muy jóvenes, en un trágico accidente de tráfico. Algo que les marcó, y por ello son aficionados, casi obsesivos, de los vehículos. Tientan a la muerte y contra las normas, casi cada semana.
- ¿Quién cojones eres? –preguntó bastante cabreado Daniel.
- Oh… disculpe mi despiste –los hermanos no estaban acostumbrados a tanta educación- Mi nombre es Harold. Por ahora no necesitan saber nada más. Eso sí, ruego acepten esta maravilla que acaban de conducir, como pago por sus servicios prestados esta noche. Dentro de la guantera, encontraran toda la documentación del vehículo, por supuesto, a su nombre. Además de una citación, que creo, será de vuestro agrado. Si me disculpan, necesito descansar. La noche ha sido… de lo más emocionante.

Antes de que cualquiera de los gemelos, pudiera darle replica, Harold subió con paso acelerado las escaleras del hotel. Desapareciendo, por la puerta giratoria.

martes, 26 de diciembre de 2017

Te haré un castillo. Capítulo 4

Capítulo 4.
Francisco Gaos.

Después de despachar a dos clientas, que por suerte, habían comprado un aparador tallado y un armario de nogal, dio por terminada la jornada laboral. Por lo normal, más tarde de las ocho de la tarde, no aparecía ningún cliente. Además, aprovecharía, para terminar un trabajo por encargo. Nunca daba fechas para la finalización, pero en este caso, al ser una suma importante y habiendo recibido un sesenta por ciento por adelantado, no le quedaba más remedio que dedicarle todo el tiempo que pudiera llegar a tiempo a su entrega. Aun le faltaban tres días para la fecha, pero quería asegurarse de que quedaba perfecta. Colocó varias piezas mostradas a otros clientes, en sus respectivos asientos, y se dirigió hacia la puerta. Antes de bajar el cierre, sacó de su bolsillo y paquetes de cigarrillos. Se encendió uno, mientras mandaba un mensaje a su hijo mayor. Estaba divorciado desde hacía seis años, y mantenía una buena relación con sus dos hijos. No así tanto con su ex mujer, aunque desde entonces, su vida era mucho más tranquila. Enseguida recibió respuesta por parte de su hijo. Sonrió satisfecho, y guardó de nuevo el móvil. Le había prometido que pasarían el fin de semana en una casa rural en Asturias. Si todo iba bien en la entrega del viernes, se pondrían en marcha ese mismo día por la noche.
Al terminar su cigarrillo, buscó entre un manojo de llaves, la correcta para asegurar la verja exterior. Cuando se disponía a bajarla, un hombre le interrumpió.

- Buenas tardes, -dijo con amabilidad- veo que se dispone a finalizar su horario comercial. Sin embargo, quisiera ser algo atrevido, al proponerle que pueda atenderme.- dijo con un acento que Francisco no lograba averiguar de qué país procedía.
- Lo siento señor…-dijo apenado, acordándose de su encargo-…me encantaría atenderle, pero aún me queda trabajo por hacer antes de irme a casa, y me gustaría ver a mi familia. –mintió
- De verdad que me disgusta ponerle en esta tesitura –continuó convenciéndole- algunos de mis compromisos, me han retrasado esta visita que tenía programada para el día de hoy. Si fuera tan amable, le prometo que no le robo más de cinco minutos de su preciado tiempo.
- ¿Es tan importante que no puede esperar a mañana? –preguntó apurado- Si hace falta abro la tienda una hora antes solo para usted, pero de verdad, necesito terminar un trabajo de restauración para viernes.

Aquel hombre notó cierto aprieto en sus palabras. Ante esto, de su maletín sacó una bolsita negra, con algo pesado en su interior. Francisco no podía dejar de lado su curiosidad.

- Dentro de esta bolsita, tengo una reliquia perteneciente a mi familia durante años –dijo expectante.

Francisco hizo un gesto de rendición, y le invitó a entrar. No obstante, sin pedirle permiso, bajó la verja metálica, cerrando el negocio momentáneamente.

- Espero que no le importe que haya bajado el cierre. -dijo Francisco caminando hacia un mostrador. De debajo de este, sacó un mantel de color negro intenso que colocó con delicadeza sobre el mostrador.
- Me alegro de que pueda atenderme…-dijo con una amplia sonrisa.
- A ver, muéstrame eso tan importante… -dijo ansioso

El hombre se acercó más al mostrador, dejando lentamente la bolsita encima del mantel negro. Francisco no apartaba la mirada de la bolsita.
- Oh… no se preocupe… sin miedo, sírvase usted mismo. –se apartó unos milímetros del mostrador.

Francisco, como si de algo sumamente delicado se tratase, deshizo el nudo de la cuerdecita y dejó caer el contenido muy despacio sobre el mantel. Sus ojos brillaron al descubrir aquel brazalete de oro. Sobre su relieve podía descubrir varias figuras, que en seguida, supo de que se trataban.
- Vaya… vaya… -suspiró a la vez que tomaba su lupa de joyero-…es realmente interesante. Un brazalete de origen celta. Tendría que investigar un poco más sobre él, pero diría que data del siglo diecinueve. ¿Dónde ha conseguido esta maravilla?
- Como le decía, ha pertenecido a mi familia desde hace muchos años.  –relataba con grandeza
- Puedo conseguir compradores, pero va a ser difícil encontrar a alguien que pague lo que realmente vale. –informó el vendedor.
- ¿Desde cuándo recrea réplicas exactas de objetos tan valiosos? –la pregunta incomodó al Francisco
- ¿Cómo dices? –preguntó atónito
- No me malinterprete señor Gaos… -dijo guardando el brazalete en su bolsita-…estoy aquí por negocios. Usted es un hombre de negocios, ¿no es verdad?
- Señor, creo que me confunde…-quedó pensativo-… ¿Cómo sabe mi…?
- Oh… disculpe señor Gaos…-le tendió la mano-… mi nombre es Harold. Su nombre es Francisco Gaos, tiene cuarenta y siete años. Divorciado. Con dos hijos. Su mujer nunca quiso que se embarcara en el negocio de las antigüedades. Sin embargo, no quería desaprovechar su pasión por la historia y el arte, así como su peculiar habilidad para recrear con excelente exactitud cualquier objeto valioso. Y por qué no, objetos cotidianos, doblando o triplicando su valor en el mercado actual. –relataba ante la sorprendida imagen de Francisco
- ¿Eres policía? –preguntó ante la posibilidad de escapar
- Oh…no…-se rió-… soy un hombre de negocios, como usted.
- Sea cual sea su propuesta no la acepto. –dijo tajante
- Por el momento, ruego acepte este brazalete, como su primer pago. –dijo mientras sacaba una tarjeta y la dejaba encima de la bolsita.
- Ya le he dicho que sea cual sea su propuesta, no la acepto. –contestó desconfiado.

Harold le miró serio. Tras unos segundos, cruzándose las miradas, pidió que por favor subiera el cierre. Una vez, le dejó salir, se dirigió de nuevo a Francisco.
- Señor Gaos, -dijo amablemente- entiendo perfectamente su desconfianza hacia mí. No obstante, dadas las molestias que le he ocasionado, en el retraso de su otro negocio, le insisto a que acepte el brazalete.

Esperó a que Francisco elevase su mano, dejó caer la bolsita y la tarjeta. Se abrochó su chaqueta y se marchó sin despedirse. Francisco, lo observó mientras se marchaba. Cuando lo perdió de vista, volvió hacia dentro de la tienda. Se puso de inmediato con lo que tenía pendiente, sin dejar de mirar constantemente la bolsita con el brazalete en su interior. Era una pieza muy valiosa, y si conseguía la mitad de su valor, podía dejar de trabajar de por vida. Al cabo de un rato, leyó la tarjeta. Tan solo tenía escrito con una esmerada caligrafía una dirección, una fecha y una hora concreta.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Te haré un castillo. Capítulo 3

Capítulo 3.
Alana Noboa

El local estaba repleto de niños pijos, y gente sin problemas económicos. Alana estaba en el baño de mujeres retocándose un poco los labios, y subiéndose más los pechos en su ya de por sí, minúsculo vestido plateado. En esta ocasión había elegido una peluca de pelo rubio, y muy largo. Largo casi hasta la cintura. Guardó su pintalabios de color rojo intenso en su bolsito. Se ajustó la parte baja del vestido para que se le marcase bien su figura y salió de nuevo a la sala de baile. La música, muy alta como de costumbre, elevaba la moral de algunos pretendientes que se acercaban a ella con ánimo de invitarla a bailar. Bailó con algunos pegajosos que trataban de acariciarle la parte más baja de su espalda. Pero Alana, muy sutilmente, se retiraba justo a tiempo. Dos de sus amigas, se encontraban coqueteando con dos hombres al final de la pista. Bajo la mesa del DJ. Con una rápida ojeada, captó a quien sería su víctima de esa noche. Tan solo era la una y media de la madrugada, pero esa noche sentía la necesidad de terminar su trabajo cuanto antes. Aquel hombre se encontraba sentado en una silla alta de la barra. Bebía una copa de algún licor y observaba la pantalla de su móvil. Hasta que no se acercó no supo que miraba. Se sentó a su lado, y pidió una copa de champán. Miraba de reojo que hacia su presa. Parecía estar viendo resultados económicos de la bolsa. Aquello supuso un punto extra para ser su víctima aquella noche. Se arrimó un poco más, y le tapó la pantalla del móvil.
- Hola encanto, -dijo con amplia sonrisa- ¿no te aburre tanto trabajo?

El hombre, la miró incrédulo. Bloqueó la pantalla y enseguida guardó el móvil en el bolsillo interior de su chaqueta. Aquel hombre vestía con traje negro, con camisa azul claro y sin corbata. Algo más joven de los que habitualmente suele engañar. Ella insistió.
- ¿Sueles venir solo? –preguntó mordiéndose el labio inferior
- No. –se limitó a contestar dando un sorbo a su copa
- Mis amigas me han dejado sola, y un hombre como tú… -volvía a insinuarse
- ¿Cómo te llamas? –preguntó el hombre algo más interesado y con acento extranjero
- Virginia, y ¿tú? –contestó ella
- Harold. –dijo su nombre seguido de otro sorbo a la copa
- ¿De dónde eres Harold? –aquel extranjero, quizá la estaba excitando.
- De un pequeñito pueblo al norte de Irlanda. –contestó
- Mira Harold, -empezaba a impacientarse- he tenido un mal día en la oficina. Mis amigas se están emborrachando, y yo tengo muchas ganas de des estresarme con el vicio más sano. ¿te apuntas?
- ¿Siempre eres así de directa? –preguntó sin inmutarse
- Vaya… -dijo decepcionada al ver que sus encantos, fallaban por primera vez en mucho tiempo-… he tenido que ir a dar con estrecho.

Harold la miró sorprendido, pero a la vez con media sonrisa.
- O ¿tal vez no? Harold…-estiró las letras finales.
- Ok, de acuerdo. –contestó
- ¿Tienes algún lugar donde podamos…estar más tranquilos?-casi lo tenía

Se terminaron sus respectivas copas y salieron del local. Pararon un taxi, y Harold dio una dirección al conductor. Ella, para que no notase sus verdaderas intenciones, pasó su mano por encima del pantalón. Hacia su miembro. Él no se inmutó, aunque aquello le pareció gracioso y hasta excitante. Tras unos quince minutos, el taxi se paró frente a un edificio en pleno centro. Pagó y bajaron quedándose enfrente de un portal. Ella miró asombrada hacia el edificio al cual iban a entrar. Supuso que aquellos pisos no eran aptos para mileuristas. Subieron hasta el séptimo piso, y entraron a un dúplex. Estaba decorado minimalista. Todo en perfecto orden. Aunque si le sorprendió que no dispusiera de fotos. Los grandes ventanales dejaban ver una panorámica excelente de la ciudad. Ella, esperó de pie enfrente de uno de esos ventanales.
- ¿Qué bebes? –preguntó Harold.
- ¿Qué tienes? –contestó picara
- Lo que quieras. –objetó, convencido de que pidiese lo que pidiese, lo tendría.
- Champan. –solicitó

Harold fue hasta la nevera de la cocina americana, y saco una botella. Se colocó dos copas finas entre los dedos, y llegó hasta ella. Descorchó la botella y derramó parte del contenido sobre ella. Ella lo tomó como que su ropa empezaba a sobrar. Se dio la vuelta, y Harold, delicadamente, le fue bajando la cremallera.
- Gracias, encanto. –se volvió a girar y comenzó a desnudarse.
- Necesito pasar un momento al baño. –dijo el mientras dejaba su copa encima de una mesa

Aquello no se lo esperaba, era una oportunidad única. Nunca le resultó tan sencillo. Una vez que Harold entró en el baño, cerrando la puerta, corrió hasta su minúsculo bolso y sacó un pequeño frasco. Dejó caer tres gotas en la copa de Harold y volvió a guardar el frasco en el bolso. Antes de que saliera del baño, se quitó por completo el vestido. Quedándose en ropa interior. Al salir, Harold descubrió la exuberante figura de la mujer. No pudo contener una erección. Ella se acercó a la mesa donde tenía su copa, se la ofreció mientras pegaba su cuerpo semi desnudo. Harold se dejó llevar. En esa misma estancia, al fondo, se encontraba una cama enorme. Le agarró de la mano y cuando llegaron hasta el borde de la cama, comenzó a desnudarle. Le pidió que sujetara su copa mientras le bajaba los pantalones. Al volver a subir, le tomó la copa y le insistió a beber. Este bebió la copa de un solo trago, mientras ella hacia lo mismo con la suya. Le empujó hacia la cama, cayéndose ella encima de él. Conocedora de que no tardaría mucho en hacer efecto aquellas gotas.
Al despertarse, descubrió que los rayos de sol le incrementaban la jaqueca. Aun no era consciente, cuando sintió que alguien la observaba. Estaba tumbada en la cama, arropada casi hasta los hombros. Cuando por fin se le aclaró la vista, se incorporó como un resorte. No deducía que hacía allí. La estancia le resultaba sorprendentemente familiar. En una silla, a los pies de la cama, estaba aquel hombre. Sentado, observándola despertar.
- Buenos días señorita Noboa –dijo Harold con extrema cortesía- Es realmente impresionante el efecto que produce ese somnífero que utiliza. Casi seis horas y veinte minutos.
- ¿Qué cojones…? –decía asustada
- Imagino que eso es lo que sienten sus víctimas cada noche que pasa con ellos. –continuaba hablando con tranquilidad- pero…oh no… no me malinterprete. No he abusado de usted. Ni pretendo hacerlo. ¿Cuál es la cantidad habitual que suele acopiar? Es algo que me tiene intrigado ¿sabe?, ¿tiene hambre?  Imagino que sí. Me he tomado la libertad de subirle un sabroso desayuno del bar de enfrente. –su extremada educación comenzaba a irritarla.
- No entiendo nada… -decía ella casi más para sus adentros que para Harold.
- Oh… disculpe. –dijo de nuevo, levantándose y señalando las copas-…le cambié el orden de las copas cuando… bueno usted ya sabe…-le señaló con el dedo hacia abajo.
- ¿Quién le ha contratado? ¿Qué quiere? –trataba de buscar una salida al embrollo en el que se había metido.
- No se preocupe señorita Noboa –se ensombreció un poco- lo ocurrido aquí tan solo lo sabe usted y yo.
- Deja de llamarme así… ¿Cómo sabe mi nombre? –preguntó preocupada. Pues nunca decía su verdadero nombre y mucho menos su apellido
- Alana Noboa, -relataba- natural de Pontevedra. Treinta y dos años. Llegó a Madrid hace cinco años para ser actriz. Algo que nunca ocurrió. Dado que le daba vergüenza volver con su familia, y con sus dotes, rápidamente descubrió que ganar dinero de la forma poco ortodoxa en que lo hace le permite vivir cómodamente.
- Mierda…-dijo angustiada
- Como le he dicho, señorita Noboa, no debe preocuparse. –sacó de uno de sus bolsillos interiores de la chaqueta un sobre- Aquí dispone de sus primeros honorarios, por las molestias ocasionadas. Puede quedarse en el apartamento el tiempo que desee. Le recomiendo que cambie su atuendo de anoche, por uno menos llamativo que podrá encontrar en el vestidor. Creo que son de su talla. Aunque no podría afirmarlo al cien por cien.
- Espera, espera… -no comprendía nada de lo que estaba ocurriendo- ¿Qué honorarios? Yo no soy puta.

Harold la observó divertido. Soltó una ligera carcajada, y se encaminó hacia la puerta. Dejó un llavero con dos llaves en una mesa cercana a la puerta.
- Oh… se me olvidaba. –se dio media vuelta- En el sobre también encontrará un cita con fecha y lugar. No se olvide de acudir. Que tenga un buen día, señorita Noboa.

Al cabo de unos minutos, Alana no dejaba de sorprenderse de aquella situación. Tenía una mezcla de vergüenza, terror y calma a la vez. ¿Quién era este tipo tan peculiar?

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Te haré un castillo. Capítulo 2

Capítulo 2.
Omar Kozame

Enero de 2017, en la actualidad.

La única luz que procedía de dos lamparitas con neón color azul intenso, alumbraba la oscuridad de su habitación. A pesar de que afuera, el sol radiaba con fuerza. Era una buena mañana, pero Omar, había decidido quedarse en su cuarto. Tecleaba con suma rapidez en su ordenador portátil, decorado en el exterior con pegatinas de chicas desnudas. Las ventanas y letras corrían con mucha fluidez por la pantalla. Sintió una elevada subida de adrenalina y el corazón le latía con tanta fuerza que pensó que la camiseta se le elevaba. Dejó de teclear y una amplia sonrisa le recorrió la cara. Se llevó las manos a la cara en señal de triunfo. En la mesita de su derecha acumulaba varias latas de bebidas isotónicas poco recomendables. Sacudió unas cuantas, hasta que encontró una que aun contenía algo de líquido dentro. Aun sin el frio con el que se suelen beber, se acabó esa lata. La aplastó y la acumuló junta otras. Volvió a centrarse en la información rescatada en su monitor. A cada dato que leía, se sentía más emocionado. El móvil que tenía cargando en una estantería a su izquierda, no paraba de vibrar y de encenderse intermitentemente la pantalla. Al tenerlo en modo vibración, casi no se percató. No le gustaba que mientras trabajaba, le molestasen con llamadas inútiles. Prosiguió sin hacer caso a quien estuviese llamando. Rápidamente, introdujo en pendrive en la ranura y comenzó a descargar datos. De nuevo, el móvil vibraba y se encendía. A la vez que descargaba los datos, escribía a través de una chat privado comentando su hazaña. La llamada entrante paró, de seguido una nueva llamada volvía a importunarle. Sabía perfectamente que era Maria, su novia. Que vivía tres pisos más abajo. Tras una quinta llamada perdida, enfadado se levantó a por el móvil y contestar.
- ¿Se puede saber que quieres? –preguntó con brusquedad
- Omar, ¿estas utilizando mi Wifi? –hablo la voz de su novia a través del altavoz
- Si, ¿Por qué? –preguntó incrédulo, pues sabía perfectamente que lo hacía habitualmente
- Porque hace unos cinco minutos, se ha presentado la policía en mi casa. Preguntando si alguien más sabía mi clave. –decía asustada.
- ¿Cómo? –sintió miedo

En ese instante, el ordenador emitió un sonido agudo que atrajo la atención de Omar. Cuando miró que ocurría, la pantalla se había vuelto de color azul. Sabiendo que pasaba, dejó caer su móvil y se apresuró a sacar de un cajón de su mesilla un destornillador. Como si le fuera la vida en ello, sacó el pendrive e introdujo el destornillador por una rendija del portátil. Haciendo palanca, arrancó de cuajo la parte posterior del teclado dejando a la vista todo el interior. De nuevo, con el destornillador despegó el disco duro y tiró de los cables que lo conectaban. Con el disco duro y el pendrive en la mano, corrió hasta la cocina. En ese momento, su madre andaba por el pasillo y la atropelló tirándola al suelo. Esta dio un grito de susto, acompañado de un fuerte dolor en la cabeza por el golpe contra la pared. Al llegar a la cocina, introdujo ambos objetos en el microondas y lo encendió. Al unísono, la puerta de entrada a la vivienda, se abrió de par en par con un estruendo. Varios agentes de policía entraron sin preguntar y hallaron a la mujer tirada en el suelo. Continuaron hasta la cocina encontrando lo que buscaban.

- ¡QUIETO, NO TE MUEVAS! –gritó uno de los agentes, apuntándole con su arma.

Omar, inmóvil por el miedo, se limitó a levantar las manos.
- ¡Joder! –maldijo otro de los agente señalando el microondas que comenzaba a dar chasquidos y a salir humo. A los quince segundos, dio un petardazo. La puerta y los cristales estallaron.
- ¡Quedas detenido! –se acercó el agente que le había apuntado desde el principio.

Le dio la vuelta con brusquedad y con su mano izquierda le sujetó ambas manos mientras con su mano derecha empotraba su cara contra la encimera de la cocina. Otro de los agentes, metía en bolsas los restos quemados del interior del microondas. Una vez estuvo esposado, le agarró de la parte trasera de la camiseta levantándolo por fin de la encimera. Mientras se lo llevaban por el pasillo, vio la cara de disgusto de su madre. Le increpaba en voz alta en su idioma natal, que tan solo Omar y ella entendieron. Omar se limitó a bajar la mirada dejando que se lo llevaran a donde fuera. Al pasar por su cuarto, advirtió que varios policías registraban todo, tirándolo por el suelo. Al salir a la escalera, vio como varios vecinos incluida Maria, le miraban con asombro. Una vez llegaron a la calle, se sorprendió al ver cuán cantidad de policía se había congregado para atraparle. Uno de los furgones estaba abierto por la parte trasera. Supuso que allí es donde lo meterían. Estaba en lo cierto. Subieron el y el agente que lo custodiaba. Otros dos agentes, cerraron los portones. Unos segundos después, el furgón se puso en marcha.
Al cabo de unos cuarenta minutos aproximadamente, habían llegado a su destino. Lo bajaron con una violencia exagerada y entraron a una comisaria que no conocía. Pasaron varios controles, donde le quitaron su reloj, la cartera, varias monedas de veinte céntimos que guardaba en el bolsillo pequeño de su pantalón. El cinturón y los cordones de sus zapatillas también fueron requisados. Caminaron por un largo pasillo en penumbra, y en una habitación le esperaban dos personas. Aquella habitación, con solo una mesa metálica y dos sillas, parecía lo que era una sala de interrogatorios. El agente que los custodiaba desde su casa, separó una de las sillas y lo obligó a sentarse. Miró hacia los otros dos hombres. Uno de ellos, con pelo canoso, con traje oscuro y camisa blanca impoluta. El otro, vestía el uniforme policial, pero algo distinto a los agentes de calle.
- Déjanos solos, Jordi. –dijo el de pelo canoso- Buen trabajo
- Gracias señor. –hizo un gesto con la mano y cerró la puerta tras de sí.

Estuvieron largo rato sin hablar, y observando detenidamente al joven. Este cada vez que elevaba la vista, se sentía abrumado y enseguida retiraba la mirada. Antes de comenzar a hablar, el hombre trajeado, retiró su asiento de la mesa, y se sentó con aire desganado.
- Omar Kozame. –dijo monótono- ¿Ese es tu nombre?
Omar tan solo asintió con la cabeza.
- Hay que ver la que has montado ¿eh? –intentó parecer algo amigable y amenazador a la vez- Dime… ¿Qué pensabas que pasaría? ¿Qué no te pillaríamos?
Omar no se inmutó.
- Todo esto es protocolario, ¿sabes? –seguía hablando como si nada- De un momento a otro te llevaran a prisión. Lo que has hecho es muy grave.

Se sentía avergonzado y asustado a partes iguales. Pensaba que si no hablaba, no agravaría más la situación. Su cabeza daba vueltas imaginándose múltiples situaciones.
- ¿Dónde aprendiste todo eso? –preguntó muy interesado en entablar conversación- Si te soy sincero… te confieso que estoy gratamente sorprendido de tu hazaña. Nunca había visto nada parecido. –intentaba adularle.
- Solo intenta hacerme creer que me admira, porque sabe que no encontraba más prueba que mi conexión limitada a su servidor. –interrumpió Omar envalentonado
- Vaya, vaya –sonrió macabramente- Crees que te vas a librar porque hayas quemado tus discos en un microondas.

En ese instante, la puerta se abrió, interrumpiendo aquella conversación. Era el agente Jordi Secada. El mismo que le arrestó.
- Señor, ya estamos listos. –informó.
- Adelante, llevaos a esta basura al calabozo. –cambio su apariencia amable.

Secada, levantó al joven, su ya habitual brusquedad y caminaron por el mismo pasillo por donde llegaron. Al llegar a la zona principal, bajaron por unas escaleras hasta la zona de celdas. Para nada se las imaginaba así. Paredes pintadas con un blanco brillante y cada lado del pasillo unas puerta blindadas con multitud de cerrojos. Tan solo había una celda abierta, la numero 7. Con un rápido vistazo, observó que tan solo disponía de un camastro empotrado a la pared, de unos ochenta centímetros. Sin colchón. No vio ninguna ventana. Aun seguida esposado con las manos por detrás. El agente lo empujó hacia dentro y cerró la puerta. Escuchó al menos cuatro cerrojos. El ventanuco diminuto se abrió de golpe.
- Saca las manos lentamente –ordenó

Omar obedeció sin rechistar. Una vez introdujo las manos por la rendija, enseguida notó que las esposas dejaron de apretarle las muñecas. Al sacar las manos del ventanuco, este se cerró igual que se abrió. Allí permaneció en silencio, hasta que su abogado pidió verle. Era un hombre de unos cincuenta años. Pelo ligeramente tintado de color arena. Bien trajeado y tan solo un móvil inteligente como única herramienta.
- Buenas tardes señor Kozame –saludó cuando el agente cerró la puerta.- De ahora en adelante, seré su representante. No hace falta que me diga cuáles son sus delitos. Los conozco al detalle. Tan solo le pido, que hable cuando yo se lo pida. Que se mueva si yo se lo pido. Que pestañé cuando yo se lo pida.
Hubo un silencio incómodo. Omar le observaba aterrado y desconfiado.
- No se preocupe por nada, señor Kozame. –prosiguió al comprender que el joven se sentía intimidado- Eso sí, hasta que sea trasladado al juzgado para presentarle al Juez, tendrá que permanecer en esta… estancia poco cómoda. Ya he dado orden de que no le falte las necesidades básicas.

Golpeó tres veces la puerta, y enseguida los cuatro cerrojos se abrieron dejando libre la puerta para que el abogado pudiera salir.
- Que tenga una…agradable estancia, señor Kozame –se despidió.

Dos veces al día, le permitían ir al baño al final del pasillo y siempre en presencia de un agente. Al cuarto día, poco antes de las siete de la mañana, le despertaron. Le iban a trasladar a los juzgados. De nuevo, el agente Jordi Secada, le custodio hasta unos vestuarios con ducha. Allí, en una taquilla abierta, se encontraba un traje negro con camisa blanca y corbata negra. Justo al lado, una caja con unos zapatos ingleses debajo de una bolsita sin abrir con unos agradables calcetines, también de color negro.
- Detrás tienes las duchas. Encontraras champú y gel individual. Dispones de cinco minutos. –dijo Secada quedándose rígido en la entrada de los vestuarios.

Se desnudó ante la mirada perdida del agente y se introdujo en la ducha. Terminó antes de los cinco minutos marcados. Se vistió con aquella ropa, que casualmente, era de su talla. Incluso diría que se la había confeccionado a medida. Enseguida que terminó, lo volvieron a esposar.
Ya en la puerta de los juzgados, le estaba esperando su desconocido abogado. Se acercó al coche policial, ayudándole a salir. Le acompaño hasta una de las salas y esperó sentado. Tardaron casi cuarenta minutos en ir a por él. Entraron en otra sala, donde estaba el juez presidiendo la mesa. A los lados dos mesas con sus respectivas sillas. Ellos se sentaron a la izquierda. Enseguida entraron otros dos hombres. Uno de ellos ya lo conocía a su llegada a la comisaria. Era el de pelo canoso que le interrogó. El otro, con túnica negra, y considerablemente más joven, se sentó junto al interrogador.
- ¿Podemos empezar? –preguntó el juez con desgana.
- Si, Señoría –se apresuró a decir el hombre de la túnica.
- Muy bien…-miraba el juez una montaña de papeles-… como comprenderán, la mitad de este dosier, en mi opinión, excesivamente extenso, no he logrado entender esos tecnicismos informáticos. Lo que si me ha quedado claro… Señor Kozame, es que ha vulnerado la ley accediendo a documentos y datos reservados por el Gobierno.
- Señoría, -interrumpió el abogado de Omar- no hay ninguna prueba vinculante de que accedería a esos documentos. Tal como indica el dosier, tan solo fue capaz de conectarse a una red pública.
- Señor Prado, -dijo disgustado- le agradecería que no me interrumpiese.
- Solo aclaraba uno de los puntos, Señoría, disculpe mi intromisión. –se disculpó
- Muy bien…-dijo nuevamente desganado-…lo que si hay pruebas concluyentes, es que los agentes Jordi Secada y Eugenio Santamaría, estuvieron presentes cuando el acusado trataba de destruir pruebas que le incriminaban en los hechos de los que se le acusa. Señor Palacios, ¿su equipo ha podido rescatar algún tipo de incriminación en los objetos requisados?
- Por el momento no, Señoría. –se limitó a contestar.
- Señor Kozame…-dirigió su mirada hacia Omar-…le voy a preguntar algo solo una vez, y quiero que responda.

Omar miró hacia su abogado, el cual le dio el consentimiendo para hablar.
- ¿Se declara culpable del delito informatico del que se le acusa? –dejó su mirada inmóvil en los ojos de Omar
- No. –contestó tajante

Tras esa respuesta, el juez miró de soslayo al fiscal y su acompañante.
- Dadas las pruebas presentadas por la fiscalía, decreto libertad bajo fianza de noventa mil euros a ingresar en un plazo máximo de siete días. Se le retira el pasaporte y no tiene autorización para salir del país. Deberá presentarse a diario en este juzgado a las nueve de la mañana, hasta que tome una decisión definitiva. Si bien, las pruebas no son concluyentes para condenarle a prisión, el tratar de destruirlas si es un delito. ¿está usted de acuerdo, señor Kozame?

De nuevo, solicitó permiso a su abogado.
- Si, estoy de acuerdo. –contestó

Al salir del juzgado, volvieron a llevarle a la sala anterior. Al cabo de dos horas, el abogado, acompañado de una agente, se presentaron en la sala.
- Puede quitarle las esposas. –ordenó el abogado a la agente.

Omar se levantó, y dejó que la mujer le soltara. La sensación previa a quitárselas le era placentero. Una vez estuvo libre, la mujer les dejó solos. Esperaron a que se fuese.
- Señor Kozame. –dijo el abogado poniéndose su chaqueta de abrigo- Considere esto como su primera remuneración. Ahora vaya a su casa, le estará esperando un coche ahí fuera. No cometa ningún delito mas. Limitese a pasar desapercibido.
- Disculpe…-por fin recobraba su consciencia por todo lo ocurrido-… no entiendo nada… ¿Quién ha pagado sus servicios? ¿Y la fianza? ¿Qué remuneración?
- Señor Kozame…-dijo algo molesto el abogado-… primera regla… recuerda… no hable si no se lo pido…
- Pero…-trataba de poner en orden todo aquello.
- En unos días nos pondremos en contacto con usted. Mientras tanto, haga lo que ha ordenado el juez y acuda escrupulosamente a este juzgado en las horas y días estipulados.

Se dio la vuelta, y se marchó exactamente igual que vino la primera vez. Omar se quedo petrificado.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Te haré un Castillo. Capitulo 1

Desahuciados.

27 de noviembre de 1982.

La muchedumbre se agolpaba en las inmediaciones de portal número dos de la Calle del Tercio, en el barrio madrileño de Urgel. Trataban de impedir el paso de varias patrullas de la Policía Local, así como el vehículo donde viaja la Jueza Vanessa De Miguel. En algunas pancartas se podía leer insultos hacia el Gobierno y los bancos. Varios policías, vestidos con sus atuendos propios para su seguridad en manifestaciones, se abrían paso con las porras. Otros tantos con las pantallas protectoras. Una señora mayor, de unos sesenta años, se interpuso frente a los policías y les gritaba:

-¡Hijos de puta! –gritaba con rabia- ¡no tenéis alma!

El primero de los policías, trató sin éxito, de que se apartara pidiéndoselo por favor. Ante la negativa de la mujer, seguido de un ligero empujón del que no le movió ni un milímetro, el policía le propinó con fuerza contenida, un golpe en el hombro. Fue suficiente para que aquella mujer se apartara de su camino. Miró hacia atrás, asegurándose de que la jueza estaba a salvo y podía continuar su camino. A medida que avanzaban hasta el portal número dos, se veían obligados a utilizar sus porras para despejar la zona. La mayoría de los manifestantes, eran pacíficos. Sin embargo, algunos sentían la necesidad de actuar. Creían que así podrían parar lo inevitable. Cuando los primeros policías llegaron a la puerta, se colocaron a ambos lados para dejar que la jueza entrase al edificio. Ya dentro, cuatro de los policías con pantalla protectora se quedaron salvaguardando la entrada. La jueza aún tenía que subir, andando, hasta el cuarto piso. Varios de los vecinos, increpaban tanto a la jueza como a los policías que la custodiaban.
Al llegar a la puerta de piso 4-D, respiró profundo y llamó al timbre. Tras varios intentos, dio la orden al cerrajero de que interviniese. Sin que llegase a sacar sus herramientas, el pestillo cedió. Acto seguido, la puerta se entreabrió. La jueza se apresuró para hablar.

-Buenos días señor Abellán. –dijo como si nada- Soy la Jueza De Miguel. ¿puede permitirnos entrar?

Aquel hombre, desaliñado y con mal aspecto, abrió la puerta completamente. En su cara se reflejaba la desesperación. Le hizo una mueca a la mujer, que esta interpretó como un gesto afirmativo de que podían acceder a la vivienda. La casa era de aspecto viejo y descuidado. No disponían de luz eléctrica, seguro, por falta de pagos. Caminó por el estrecho pasillo hasta la sala principal. Observó como una mujer, abrazaba con frenesí a un joven de unos once años. Con ropa vieja y bastante más grande de la que suponía que era su talla. La mujer, inmóvil, miraba fijamente a la jueza. Por su olor, supuso que llevaban varios días, quizá semanas, sin darse una ducha. Aunque advirtió que el joven, si estaba aseado. Tras está rápida ojeada al interior de la vivienda, invitó al hombre a que tomara asiento en una de las sillas del salón. La jueza, por su parte, también sentó. Dejando encima de la polvorienta mesa, una cartera porta documentos.

-Señor Abellán –se dirigió al pálido hombre de familia- Imagino que sabe porque estamos aquí.
Aquel hombre se limitó a mover la cabeza en señal de tener pleno conocimiento.

-De verdad que me gusta esta situación, tanto o menos que a usted. –comenzó con un discurso que ya se sabía perfectamente, y el cual repetía en múltiples ocasiones- El Director del Banco, en el cual usted y su familia, contrataron un préstamo hipotecario para la adquisición de la vivienda en la que hoy nos encontramos, interpuso una demanda por impagos. Por constantes impagos. Cese de los pagos, diría yo. Pues llevan tres años y dos meses sin ingresar la cuota mensual en su cuenta bancaria donde se adeudan dichos impagos.
-No tenemos trabajo, y vivimos de la caridad de los vecinos –intervino la mujer que aun abrazaba con fuerza a su hijo.
-Dicho esto, y aplicando la ley, -continuó la Jueza como si no hubiera escuchado la súplica- hoy se hace efectivo el embargo de inmueble.

Sacó varios documentos, con infinidad de puntos, que el hombre se negó a leer.
-Si es tan amable, -sacó de su bolsillo un bolígrafo que la familia tardaría meses en pagar- firme aquí. Si se niega, aun tendrá más problemas. Por lo que… -habló en un susurro y forzando una leve sonrisa-…le recomiendo que lo firme. Recojan lo que se quieran llevar, y salgan de aquí sin poner resistencia.

Tanto el hombre como la mujer, rompieron a llorar desconsoladamente. El hombre, con pulso intermitente, levantó el bolígrafo y se dispuso a firmar los documentos. No quería tener más problemas con la justicia, aunque ello significara que se quedaban literalmente en la calle.

-Gracias señor Abellán. –recogió los documentos firmados y los guardaba en el porta documentos con cierta delicadeza- Disponen de treinta minutos para abandonar la vivienda. Pasados esos minutos, estos agentes sellaran la entrada con lo que quede dentro. ¿Tienen algún familiar que los pueda acoger?

El matrimonio al unísono negó con la cabeza. Ante esto, la jueza dejó caer un suspiro ahogado.
-Si no son capaces de encontrar un hogar para su hijo, el estado se tendrá que hacer cargo. Así que por favor… -ahora hablaba con suplica-…hagan todo lo posible para que su hijo crezca junto a sus padres. 

Los miró unos instantes previos a levantarse y marcharse con su labor cumplida. Nunca eran agradables estas situaciones y cada vez le afectaban más. Antes de salir por la puerta se paró frente a una mujer. Era una empleada de servicios sociales, asignada al caso de la familia Abellán.
-Noe, gracias por venir. –dijo dubitativa- ¿Podrías hablar con algún vecino? Necesito que convenzas a alguien para que los acoja por un tiempo. Tienen un menor.
-Claro Vanessa. –dijo con una amplia sonrisa
-Evalúalos durante un mes. –ordenó- Si es necesario, actúa.
-Esperemos que no tenga que hacerlo. –cambio su sonrisa por un semblante excesivamente serio

Al cabo de media hora, la familia embargada se encontraba en el descansillo del cuarto piso con tan solo dos maletas y un desasosiego que les mataba. Dos agentes de policía, les quitaron las llaves y con cinta auto adhesiva precintaron la puerta. Tras unos minutos, el pasillo se quedó solitario con ellos tres allí parados sin saber reaccionar. Tan solo les acompañaba la asistenta de servicios sociales que llegó con la señora Mercedes. Una vecina anciana del segundo piso.

-Cariño, -se abrazó a la mujer que aún mantenía a su lado a Juan, su hijo- no sabes lo que me disgusta todo esto.
-Mercedes, -les indicó la asistenta- ha accedido amablemente a acogeros por unos días en su casa. Tenéis suerte de tener una vecina así. –les sonrió como si eso les fuera hacer sentir mejor.

Al final del tercer día en casa de Mercedes, la madre de Juan sufrió un infarto. Un día más tarde, Juan y su padre se encontraban enterrándola. Los días pasaban y tanto Juan como su padre no dejaban de llorarla. Tan solo la hospitalidad de Mercedes les hacía seguir adelante. Por suerte, Mercedes, viuda desde hacía siete años, cobraba una mísera pensión. Accedió a que se quedaran tanto tiempo como quisieran hasta que pudieran ser autosuficientes. Mientras su padre salía en busca de trabajo, o en ocasiones, a laborar pesimamente en algún bar donde solo estaba unas horas. Juan ayudaba en las labores de casa de Mercedes después de salir del colegio.
Pasaron el primer mes en casa de su vecina. A diario, la asistenta social, les visitaba. Comprobaba si Juan recibía el sustento necesario. Aunque en verdad, era Mercedes quien los mantenía. El poco dinero que ganaba el señor Abellán, se lo daba a su casera. En la última visita de Noelia, la asistenta social, les prorrogó la evaluación por un mes más. Dado que la voluntad del señor Abellán era del todo predispuesta a cuidar de su hijo. Trató de concertarle varias entrevistas de trabajo, que nunca consiguió por no cumplir los requisitos que imponían los empresarios. Empezaba a perder la esperanza. Casi no dormía por las noches, llorando, incapaz de sacar su vida y la de su hijo hacia delante.
Faltando dos días para que se cumpliera el segundo mes de evaluación, Juan se encontraba en el salón con Mercedes haciendo los deberes del colegio. A decir verdad, Juan, agradecía mucho a la señora Mercedes todo lo que hacía por ellos.
-Oiga, Mercedes. –la interrumpió- ¿Qué pasará si mi padre no consigue un trabajo?
-No te preocupes por eso, -le contestó cariñosamente- tu padre está haciendo todo lo posible. Si no lo hiciera, yo no os dejaría estar más tiempo aquí. Conocía a tu madre mucho antes de que se casara con tu padre. Os tengo mucho cariño, y tú, eres un niño encantador.
-Pero la asistenta dijo que igual tendría que irme a vivir a un colegio con otro niños si mi padre no conseguía trabajo… -dijo con pena

Mercedes no pudo contener sus lágrimas. Le acarició el pelo, y le pidió que le diera un abrazo. El timbre entorpeció su abrazo. Ambos se miraron, pues no esperaban a nadie y la asistenta no vendría hasta dentro dos días. Al abrir la puerta, Mercedes comprendió lo que sucedía. Junto a la asistenta social, había otros dos hombres y un policía.
-Hola Mercedes, -saludó con semblante preocupado- ¿podemos hablar en privado?

Ambas mujeres entraron en la cocina. Juan se quedó sentado en su silla, observando a los acompañantes de Noelia. Sabía que algo no iba bien. No hacía falta ser un genio para no darse cuenta. Esperó con paciencia, que Mercedes saliera de la cocina, para darle las malas noticias. Se le pasó de todo por la cabeza. Pero solo una le llenaba de angustia. Que su padre se hubiera muerto. Tras cinco largos minutos, por fin salieron. Ambas se acercaron a Juan. Mercedes, tenía los ojos rojos de llorar. Además de haber tratado, sin éxito, de secárselos para disimular.

-Juan, cariño… -dijo amablemente la asistenta-… ¿puedo sentarme?

Juan se limitó a asentir con la cabeza. Tampoco era capaz de pronunciar palabra. De hecho estaba a punto de romper a llorar.
-Escúchame bien Juan, -se notaba ligeramente más nerviosa que de costumbre- tu padre ha hecho algo muy grave. Algo que no está permitido.
-¿Qué ha hecho? –logró pronunciar
-Ha intentado robar en un banco, junto a otros dos hombres. –dijo temblorosa- Por suerte, se ha entregado cuando estaba rodeado. Pero lo que ha hecho tendrá consecuencias. De hecho tú, eres la primera. Te tienes que venir conmigo y con estos señores al colegio que te dije el otro día.
-¿Pero voy a poder verlo? –preguntó lloroso
-De momento no. Y creo que pasara mucho tiempo hasta que puedas hacerlo. –dijo angustiosa

Mercedes ayudó a Juan a recoger todas sus cosas, que no eran muchas, dentro de una maleta. Antes de entregárselo a Noelia, le dio un fuerte abrazo y varios besos en la mejilla. Se quedó muy apenada por la situación de aquella familia, que para nada eran malos. Tan solo las circunstancias hicieron que cometieran graves errores que, al final, pagaría aquel muchacho de once años. En tan solo dos meses, se había quedado sin madre y sin padre.

viernes, 10 de noviembre de 2017

The Walking Dead, made in Spain


De todos es sabido mi afición a esta serie, así como mi consumo habitual de Podcast. Sobre todo de los que hablan de The Walking Dead. Es por esto ultimo, que escuchando uno de ellos, me dieron la idea de este articulo.

¿Que actores españoles elegirias para interpretar a los personajes de The Walking Dead?

He aquí mi selección. Obviamente, la gran mayoría de vosotros no estaría de acuerdo y escogería otros. Pero quiero dar mi vision personal, si me dieran la oportunidad de elegir el casting.

Comenzamos:

¡¡¡¡A PARTIR DE AQUÍ, PUEDE CONTENER SPOILERS. LEER BAJO VUESTRA RESPONSABILIDAD!!!!!



Como no podia ser de otra forma, hay que comenzar por el protagonista: RICK GRIMES.


Para interpretar Rick Grimes (ya buscaríamos un nombre adaptado a nuestro país), he elegido a Alvaro Morte. Este actor lo descubrí hace poco en la serie de Antena 3: La casa de papel. Dando vida a El profesor. Sus cambios de registro me encandiló y por eso le daría el papel del patriarca de la familia Grimes.


Seguimos con la familia Grimes: CARL GRIMES

El hijo de Rick seria interpretado por Guillermo Campra. A decir verdad, escoger un actor para Carl me ha resultado tarea difícil. Por eso me he decantado por el actor que dio vida al hijo de Águila Roja. La foto es bastante antigua, si la comparamos con una actual (googleando). Está totalmente cambiado.


Vamos a terminar con la familia Grimes, con: LORI GRIMES

Lori es la mujer de Rick antes de que se desate la epidemia. Para interpretar a este personaje he elegido a Elia Galera. Actriz muy recurrente en series españolas tales como Hospital Central o Fragiles.


Pasamos a uno de los personajes favoritos de muchas féminas: DARYL DIXON


Jan Cornet daría vida a Daryl Dixon. Actor que a participado en series como El Barco o Motivos personales. En películas como Perdona si te llamo amor.


Cuando pensaba en el siguiente personaje, pensaba que me resultaría complicado encontrar el actor adecuado, pero lo encontré. Hablo de: GLENN RHEE


No recordaba a Alberto Jo Lee. Este actor de origen asiático, participó en la serie El Barco. ¿Se dan un aire no?


Ahora vamos con uno de mis favoritos: MAGGIE GREENE


La mujer de Glenn es Maggie. Una potente mujer, que encandila tanto con su físico como por sus habilidades de supervivencia y liderazgo. Para ese papel, había pensado en Macarena Garcia. Recientemente tuvo su protagonismo en la serie El Ministerio del Tiempo.


Ahora viene uno de los personajes en el cual me van a llover ostias por todas partes: NEGAN


Mi elegido es Miguel Angel Silvestre. Tiene ese aire macarra que caracteriza al personaje. Recientemente ha fichado por la serie de Netflix Narcos.


Es el turno de la implacable: MICHONNE

Berta Vazquez la descubrí en la serie de Antena 3, Vis a Vis. En el apartado rosa, tengo que decir que Mario Casas (no lo encontraras en mi casting...) cayó rendido a los encantos de esta mujer.



Ha pasado de ser una mujer asustadiza a ser una Rambo en potencia: CAROL


Nawja Nimri encaja totalmente con este perfil de personaje. Actriz y cantante que no pasa desapercibida.



Si hay otro personaje carismatico ese no es otro que: REY EZEKIEL

¿No me digáis que no molaría Oscar Jaenada como el Rey Ezekiel?


Es el turno de: JESÚS


Quizá mas por parecido físico que otra cosa, pero Aitor Luna me parece que lo haría bien como Jesús.



Para el siguiente personaje tenia varios candidatos, me refiero a: EUGENE


Si, lo se. ¿Quien es Jaime Lorente? pues este actor, como a otros, lo descubrí en la serie La casa de papel. Tiene un toque (su personaje, no el actor) tontorrón, y por ello me ha hecho decantarme por el.



Volvemos a las primeras temporadas, con: EL GOBERNADOR


Jose Coronado haría a la perfección al lunático Gobernador. Actor de sobra conocido por todos.



Otro de los personajes que mucho echan de menos: ABRAHAM


Mi elección para este personaje es Alfonso Bassave. Actor de numerosas series de televisión en abierto.



Bueno, es el momento de: ROSITA

Para este personaje, me he recreado bien la vista en Google imágenes sobre Ursula Corberó. Esta "lolita" española encaja con el aspecto de Rosita.



Nos ponemos serio para hablar de: HERSEL GREENE

Este entrañable granjero, padre de Maggie, nos dejó hace mucho tiempo. Jose Sacristán tomaría el rol de Hersel.



Doy paso a otro de mis personajes favoritos: TARA


Tara es ese personaje que te cae bien si o si. Entre infantil y me suda la po**** todo..., es genial este personaje. Para ello, he escogido a otra actriz española que me cae muy bien: Marina Salas. 



Llegamos a un personaje que es odiado y amado a partes iguales: GREGORY

Para interpretar al "lider" de Hilltop, que mejor que Jose Luis Gil. Actor de Aqui no hay quien viva. Comedia estupida imprescindible. 



El nemesis de Daryl, es: DWIGTH


Es indudable el parecido fisico entre Ivan Massague y Dwigth. Ademas de eso, me encantó en el papel que hizo en la serie El Barco.



La primer persona viva que vio Rick Grimes despues de salir del hospital fue: MORGAN


En este caso, me he decantado por Rodolfo Sancho. No me pregunteis por que. Simplemente fue el primero que me vino a la cabeza.



Uno de los últimos supervivientes de la original Alexandria: AARON

Diego Martin, otro habitual de series españolas, es mi elegido.



El segundo de abordo de Los Salvadores es: SIMON

Que mejor actor español que Luis Tosar. o ¿no?



Para terminar, he querido dejar otro personaje que es brutal: PADRE GABRIEL

Para interpretar al Padre Gabriel, que mejor que su alter ego español: El gran Cura Legañas. Podcaster de Arderas por esto, y creador/fundador de una gran comunidad: EL CHIRINGUITO PODCASTERO.


Pues esto ha sido todo. Espero vuestro comentarios, buenos y malos. 
Saludoosssss

miércoles, 11 de octubre de 2017

AUDIOLIBRO. Hasta que la muerte nos reúna. Capitulo 13




Aquí tenemos ya el capitulo 13, narrado con la voz de Plissken Mysterios. Ya sabéis, suscribiros a sus podcast Mision de audaces y Aqui huele a muerto. Podeis seguirle en Twitter como @misiondeaudaces

No os dejéis morder...

martes, 10 de octubre de 2017

AUDIOLIBRO. Hasta que la muerte nos reúna. Capitulo 12



Aquí tenemos ya el capitulo 12, narrado con la voz de Plissken Mysterios. Ya sabéis, suscribiros a sus podcast Mision de audaces y Aqui huele a muerto. Podeis seguirle en Twitter como @misiondeaudaces

No os dejéis morder...