martes, 6 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Epílogo final.

Epilogo final.


Once años atrás, la vida del ser humano era un constante ir y venir. Las nuevas tecnologías les hacían más fácil la vida, pero también habían olvidado las cosas importantes de la vida. La amistad, el amor, la fidelidad, el sacrificio, las ganas de vivir, el autoconocimiento de las cosas. Vivian en un constante empeño de destruirse unos a otros. Aunque lo hicieran sin saberlo. Incluso, uno mismo, se estaba empezando a destruir por dentro. 

El decir un te quiero a través de un teléfono móvil, o simplemente, mandando un emoticono, para decirle a la otra persona que la echabas de menos. Empezaban a ser habituales en la vida cotidiana. Los paseos hasta la casa de tu mejor amigo, y llamar al timbre para decirle que estabas ahí para pasar el rato juntos. Cambiar conversaciones en el banco de tu plaza junto a tus amigos, por conversar a través de una pantalla mientras jugabas a un videojuego. Incluso, las bandas de música, ya ni siquiera se juntaban en un local de ensayo, o en la casa de alguien. Todo a través de internet. Todo eso lo perdieron. Perdieron la posibilidad de decirles a sus seres queridos cuanto los querían. O cuanto los odiaban y el porqué. Se encontraron sin los recursos necesarios, básicos para subsistir. Todo era más fácil antes, cuando te faltaba algo en la nevera, rápidamente bajabas al súper del barrio y siempre lo encontrabas. Perfecto. Sin caducidad. Directamente al microondas para consumir. 

El mundo evoluciona. El ser humano evoluciona. Pero siempre quedará algo que será inamovible en el tiempo, suceda lo que suceda. El instinto de supervivencia.

Hace once años, el mundo se vio envuelto en algo que no supo solucionar. No supo reaccionar. No al menos, la mayoría. Algo sucedió, para que los seres vivos evolucionaran a algo que estaban haciendo ya. Destruirse a sí mismo. Los muertos se levantaron para acabar con los que se resistían a ser destruidos. Los que resistieron, tuvieron que aprender a evadirlos. A confiar unos en otros, para llevarse el contenido de una lata de sardinas a boca. Aprender a asimilar el silencio que producía el detenimiento drástico de la actividad frenética del ser humano. Los coches dejaron de circular. Los aviones se estrellaron. Las factorías dejaron de producir en cadena. Los supermercados quedaron vacíos. 

Para un grupo de personas, aquello también les sirvió para conocerse a sí mismos. Sacaron lo mejor de ellos, y con sus habilidades escondidas, lograron encontrar la felicidad, lejos de aquello que les facilitaba la vida. Nunca más vieron un teléfono móvil, ni navegaron por internet. Sus películas, eran conversaciones infinitas donde, tan solo la compañía de tus seres queridos era el mejor entretenimiento. Y mejor aún, su felicidad.


Aquel quinto cumpleaños de su hija, fue sin duda, el mejor de su vida. Tras haber pasado mil y una calamidades, por fin, dos personas que se querían quedaron unidas para siempre. Cuando todo comenzó, Raul no era más que un joven de dieciséis años, que vivía la vida como el adolescente que era. Héctor y Eli, sus dos mejores amigos desde la infancia, le acompañaron en todo este tiempo. Hoy día, casi doce años después, los tres amigos continúan evolucionando. Cierto es, que Raul y Eli, sentían un amor mutuo que sus frutos ha dado. Pero nunca olvidarán quien pasó fugazmente por sus vidas. Para bien y para mal. 


El cielo amenazaba de nuevo con tormenta, y Raul sabía perfectamente que aquella no iba a ser como las demás. A lo lejos, donde finaliza el bosque de los dominios de Lobarre, tres figuras observan detenidamente aquella reunión. Las tres personas, visten una capa con capucha. Una de ellas, siente que aquel ya no es su lugar.

- Creo que mi viaje termina aquí. –dijo aquella mujer.

- Estoy de acuerdo contigo, Vera. –dijo Alicia emocionada de ver a sus dos hijos y su nieta.

- Se les ve feliz. –dijo Vera.

- Quiero darte gracias por ayudarme a encontrarlos. –la miró con tristeza- Mi hijo parece tener una vida feliz con Elizabeth. Pero escúchame bien –le agarró la barbilla con una mano obligándola a mirarla a los ojos- tu siempre serás la madre de mi primer nieto. ¿Me has entendido? Te llevaré siempre en mi corazón.

- Yo también Alicia. –dos lágrimas recorrieron sus mejillas- Quise a Raul más que a mi vida. Pero también supe que siempre tuvo a Eli en su cabeza. No los culpo. De hecho, me quedo más tranquila al saber que mi mejor amiga, y el hombre al que más he querido en toda mi vida, están juntos y se cuidarán. 

- ¿Dónde irás? –preguntó Mellea.

- Se de una comunidad al sur que está prosperando. –se dio la vuelta.

- Cuídate Vera. –dijo Mellea sonriendo.

- Cuidaos las dos. –contestó Vera y se marchó.

- ¿Estás preparada? –preguntó Mellea a una emocionada Alicia.

- Si. Estoy deseando conocer a mi familia. –contestó Alicia quitándose la capucha.




*No quisiera terminar esta historia, sin agradecer el apoyo de Cristina Albalá. Fiel lectora, que con sus comentarios en cada capítulo me ha animado a seguir escribiendo. Además de algún aporte en el trabajo de creación de personajes. Muchas gracias Cristina.*

La nieve los trajo. Capítulo 58

Capítulo 58.


Se levantó a duras penas, y dejó caer la cabeza de Khaled con desprecio. La adrenalina empezaba a diluirse, y un dolor fuerte de cabeza, le hizo tambalearse. No era el mismo dolor del traqueteo de detrás de las orejas. Caminaba cojeando, y la pierna le falló. Se quedó unos segundos de rodillas. Le dolía la pierna y el dolor de cabeza le estaba provocando mareos. Todo le estaba dando vueltas. Sin embargo estaba contento. Miraba a su alrededor, y tan solo veía en pie a toda su gente, a parte de los del Puerto. Una mano le agarró del brazo, e instintivamente se puso a la defensiva. Era Alonso, que lo ayudaba a levantarse. Él tampoco tenía buen aspecto. Iba sucio, lleno de sangre y el pelo y barba empapados. No se había percatado hasta ese momento, que estaba lloviendo. Elevó la vista y Alonso, le hizo una mueca con la cabeza. Era una afirmación, de que habían ganado. Se levantó y Alonso pasó uno de los brazos de  Raul por sus hombros. La doctora ya estaba en el lugar, atendiendo a los heridos. Que, desgraciadamente, había unos cuantos. Los infectados, a modo de trampa, no fueron suficientes y algunos se atrevieron a luchar. Pasó por delante de una mujer que lloraba de rodillas abrazando a dos personas. Los conocía. Eran su marido y su hijo. Ambos habían fallecido. 

- Tengo que ir en busca de Eli. –le dijo Raul.

- Ya he mandado a dos hombres, no te preocupes. –le informó.


Raul asintió conforme. Llegaron hasta un carromato, y lo ayudó a sentarse. Enseguida que la doctora lo vio, fue a atenderlo. Rompió el pantalón por la parte de la herida. Y sin mostrar preocupación, comenzó a curársela. Raul se tumbó para descansar, y dejar trabajar a la doctora. De repente, notó que no le hacía nada. Cuando elevó la vista, lo que vio, fue mucho más importante que su pierna. Era Eli, que había regresado. Hablaba con la doctora, y le daba indicaciones de cómo ayudar con los heridos. El primero sería Raul. En cuanto la doctora se marchó, Eli se abalanzó sobre Raul.

- Dios, estás vivo –dijo apoyándose sin querer sobre la pierna herida, emitiendo un leve quejido.- Perdona, perdona.

- No pasa nada, -le cogió de la mano, contento de volver a verla.

- Ahora que todo ha terminado… -la notaba nerviosa.

- Si, Eli. Todo lo que te dije en los túneles es cierto. Pero ahora, por favor, cúrame la pierna. –dijo exagerando el dolor de la pierna.


Ella sonrió, y se puso a coserle la herida. Al terminar, ella se quedó quieta. De pie, sin saber qué hacer. Deseaba estar con Raul. De besarlo. De abrazarlo. Raul, al verla, le pidió que se acercara. Al cogerle de la mano, notó que temblaba. Él también estaba nervioso. 

- Dime otra vez que no es mentira. –dijo ella casi llorando.


En vez de decirle nada, se levantó a duras penas, y pasó los brazos de Eli por su cintura. El, tomó su cara con ambas manos y se acercó para besarla. Al sentirse más cómoda, se abrazó con más fuerza y tomó las riendas. Siendo ella la que le besaba a él. Cuando se retiraron, vieron las caras de estupefacción de Héctor, Sharpay, Reina y Nadya. Que se habían acercado para celebrar la victoria.

- Siiiii….-gritó Sharpay, como si celebrara un gol.

- ¿Vosotros dos? –preguntó Héctor sin comprender.

- Pues ya ves. -dijo Eli, acalorada, pero sin despegarse de Raul. Que también mostraba síntomas de acaloramiento.

- Vaya, vaya… -dijo Reina-… quizá vayamos de boda pronto… -bromeó.


Aram llegó en ese momento, y solicitó la presencia de Raul. Ya que el Rey Joaquín y el líder del Puerto, estaban reunidos.

- Uhhh… princesa. ¿podrías cederme a tu príncipe azul? –le guiñó un ojo y habló seguido a Raul- Amigo mío… me alegro de que por fin hayas encontrado la felicidad que tanto buscabas. Pero ahora hay dos personas que desean hablar contigo.

- Estoy herido, Aram. Si algo me tienen que decir, lo pueden hacer delante de ella. Es mi enfermera particular. –contestó sin soltarse de Eli. 


El Rey Joaquín y el líder del Puerto, un hombre corpulento de barba espesa y pelo canoso, conversaban amistosamente. Un poco más apartados, dos hombres del puerto y Alonso también intercambiaban palabras. Al verlos llegar, cesaron en sus conversaciones.

- Por fin…-dijo el líder de Puerto-… ¿Cómo estás?

- Herido. –contestó diciendo la verdad evidente.

- Raul, -intervino el rey- Manuel y yo, te estamos muy agradecidos por tu aportación. 

- Si. –dijo el líder, Manuel- Tengo que reconocer que cuando viniste a mi casa y me lo contaste, fui reacio a creerte. Pero cuando encontramos las armas donde nos dijiste, supe que teníamos que apoyar. Espero, que no nos tengas en cuenta el retraso.

- Lo de las armas fue para que os protegierais en caso de que Lobarre cayera. –confirmó Raul taxativamente.


Ambos líderes se miraron incrédulos ante aquellas palabras reveladoras. Joaquín, no pudo evitarlo y vio como Eli y Raul se cogían de la mano cariñosamente. Raul se percató y le sonrió levemente. El rey le devolvió la sonrisa. Manuel le hizo señas a Joaquín con la cabeza. Se subieron encima de un carromato y Manuel habló.

- Hoy, el Puerto, ha contribuido con Lobarre ante un ataque por parte de un grupo muy peligroso. –hizo una pausa- Las relaciones que manteníamos eran muy buenas, pero a partir de hoy, serán mejores. –señaló a Raul- Ese hombre, vino a mi casa y me metió el miedo en el cuerpo. Lo confieso. Pero sin su ayuda, muchos de nosotros hoy podríamos haber muerto. –le cedió la palabra al Rey.

- Hace más de cuatro años, yo era un simple conserje. Traje a este castillo a todo mi pueblo, y les ofrecí un modo de vida lejos de los monstruos. Hoy, gracias a esos monstruos, hemos vuelto a sobrevivir. Esto sienta unas bases entre las comunidades que estamos prosperando y las que pronto surgirán, en este nuevo mundo que se nos presenta. Debemos ayudarnos. No matarnos. Tanto Manuel, como yo, damos las gracias públicamente a Raul. Que después de tantos años de sufrimiento, y conociendo a nuestros agresores, decidió volver y ponernos en sobre aviso. Todo esto, después de haber perdido tanto dentro de la muralla. 


Un sonoro aplauso que duró casi dos minutos, hizo sacar los colores a Raul. Eli lo abrazaba orgullosa. El Rey le hizo señas para que subiera al carromato. Raul, indeciso, lo hizo. La gente se quedó en silencio. Carraspeó un par de veces.

- Las gracias debo dárosla yo a vosotros. Hace tres años, perdí a mi hijo recién nacido. –hizo una pausa- Desde ese momento, no he dejado de pensar en Martin. Durante esos tres años, estuve con los árabes. El dolor por la pérdida de mi hijo, lo contrarresté, haciendo exactamente lo que venían hacer hoy Khaled y sus clanes. Pero todo esto me ha servido para darme cuenta de algo. –miró hacia Eli- En el momento en que me enteré de que Khaled quería atacar Lobarre, solo pude pensar en una persona. Una persona a la que estoy enormemente agradecido. Por hacerme un hombre valiente. Por haber querido estar siempre conmigo. Una persona, que me dio todo lo que tenía, a pesar de no corresponderla. Una persona que ha demostrado ser un milagro. –hizo otra pausa- Por todo eso, -se bajó del carromato y se puso frente a Eli. Todos miraban expectantes- Eli, te prometo que lucharé por ti. Por todo el cariño que me has dado. Por ti ganaré cualquier pulso al que sea retado. Delante de todos, te pregunto: ¿Quieres casarte conmigo?


La gente empezó a emocionarse. Aplaudían, y hablaban entre ellos. Algunos le gritaban a Eli que contestara ya, pero Eli se tapó la cara con ambas manos muy emocionada y llorando. 

- Vamos, dile algo ya. –gritó una mujer.

- Dile que sí, mujer. -gritó otro hombre.

- No nos hagas esperar… -gritaron otras personas.


Entonces, Eli se destapó la cara. Reía y lloraba a la vez. Miró a Raul y después a todos los de alrededor. En aquel momento, asintió con la cabeza y gritó de emoción.

- ¡Si! –contestó ella feliz. Que volvía a taparse la cara, emocionada. Llorando de felicidad. 


El rey, que estaba junto a Alonso, levantó el puño a media altura y susurró algo ante la mirada de Alonso.

- Toma ya… -susurró. Al ver la cara de Alonso, reculó y se puso más serio- ¿Qué? Llevo años siguiendo esta historia.



Por la noche, el castillo estuvo abierto para todo aquel que quisiera festejar la victoria. Las mesas se llenaron de suculentos alimentos. Por supuesto, la gente del puerto estaba invitada a pasar la noche y gozar de la hospitalidad de Lobarre. Estarían agradecidos eternamente por el apoyo recibido. En una de las mesas, se encontraban Raul y Eli. Junto con el resto de sus amigos que celebraban, a parte de la victoria, el reciente compromiso. Sharpay y Eli, bromeaban y reían. Héctor y Reina brindaban más de la cuenta, y cantaban canciones de borrachos. Pablo, junto a Mateo y Maria, los observaba contento. Al igual que Ramón, que cada vez estaba más anciano y más gruñón. Raul los observaba feliz, y recibía la enhorabuena de todo aquel que se acercaba. En un momento de descuido, se levantó con la excusa de ir a por más vino, pero lo que hizo fue salir del salón. Allí en el quicio de la puerta sonrió antes de marcharse. Bajó las escaleras que daban al jardín principal, lo recorrió y se sentó al lado de la lápida de Martin con su vaso de vino. Dejó caer un par de lágrimas. 

- Buenas noches, hijo. No te he olvidado. Serás siempre parte de mí. –se secó las lágrimas- Me hubiera gustado verte crecer, enseñarte a caminar o escucharte decir papá por primera vez. ¿sabes? Tu madre era genial. Un poco alocada, pero eso le hacía especial. Aún recuerdo cuando la conocí, diciendo todos esos tacos. Pero cuando realmente la conocí, fue cuando vio la oscuridad que llevo dentro y no huyó. Se quedó cerca de mí. Me cuidó. Esa es tu madre. Porque me he enterado que sigue viva. O al menos eso creo. Espero que le vaya bien. Porque ahora… ahora estoy con alguien. ¿Te acuerdas de Eli? Estuvo presente cuando naciste. Es mi amiga de toda la vida. Y la quiero. La quiero mucho. Por eso he venido. Para contártelo. Aun quiero mucho a tu madre, pero va siendo hora de pasar página. Y Eli, ya la conocerás, es fantástica.-sonrió- Se le dibujan unos surcos en la barbilla cuando ríe que son muy hermosos. –hizo una pausa, y bebió de un trago el vino que le quedaba en el vaso- Se sonroja con facilidad. Los ojitos que pone cuando me mira… ¿no crees que son maravillosos? No me arrepiento de lo que hice con tu madre. De lo contrario no te habríamos tenido. Pero ahora siento algo muy especial por Eli. Bueno, hijo… te prometo que vendré más a menudo. Un beso. 


Antes de levantarse, escuchó pisadas que corrían. Miró pero no logró ver de quien se trataba. Quizá dos jóvenes que aprovechaban la oscuridad del jardín para estar a solas. Sonrió sin malicia y volvió al salón. Eli no estaba, el resto sí. Cuando iba a preguntar dónde se había metido, llegó por detrás con dos vasos más de vino. Le brillaban los ojos. Ella le acaricio el pelo, con cariño, y le tendió el vaso. Raul le devolvió el gesto con un caluroso beso y un abrazo. Ya sabía quién era la persona que le había estado espiando, pero se dijeron todo con la mirada. Brindaron y disfrutaron el resto de la cena.



El sol entraba por la ventana, y el cantar de los pájaros revoloteando cerca emitía una dulce melodía. Raul llevaba despierto ya varios minutos. Observando el cuerpo desnudo de Eli. Pero sobre todo se centró en su cara. Para Raul, era la cara más bonita. Podía ver como sus ojos se movían con los parpados cerrados. Hasta eso le parecía hermoso. Su pelo, ondulado, le caía por la barbilla, dibujando el contorno de su cara. La boca, entreabierta, en ocasiones se movía como si estuviera hablando. Estaba tumbada de lado, con un brazo debajo de la almohada, y sus tersos pechos casi reposaban contra el colchón. La sabana le cubría casi hasta el ombligo, pero Raul la retiró un poco hasta la comisura de su sexo. Contemplarla de esa manera le resultaba muy placentero. Eli, comenzó a despertarse. Con los ojos entornados, aun dormida y por el exceso de luz que iluminaba la estancia. Se desperezó, colocándose bocabajo, dejando al descubierto la espalda y los glúteos. La curva que se formaba cuando se desperezaba, provocaba serias erecciones a Raul. 

- Buenos días –sollozó Eli con la cara hundida en la almohada. 

- Buenos días. –le acaricio la espalda.

- Creo que anoche me pasé con el vino. –se quejó Eli, que seguía con la cara hundida.

- Pues a ver si te pasas más veces, porque lo de anoche fue…

- Cállate… -le reprochó, levantándose y haciendo muecas de dolor debido a la resaca.

- ¿Quieres uno mañanero? –preguntó lascivamente.


Eli, con un movimiento ya calculado, se colocó encima de Raul, que reía complacido. Ella lo besaba con tanta pasión, que a Raul le costaba seguirle paso. Pero unos golpes en la puerta los interrumpió. Sin darle permiso, la puerta se abrió. Por ella se asomó una Rebeca mucho más mayor. Que al verlos en semejante posición, abrió mucho los ojos y después se los tapó.

- ¿No te han enseñado que debes esperar a que te den permiso? –le regañó Raul.

- Lo siento, lo siento…. –pero en su sonrisa, se desvelaba que lo había hecho a propósito- Pero… ¿no tuvisteis suficiente con toda la noche? Se os escuchaba a kilómetros… -Eli, le lanzó la almohada.

- ¿Qué quieres Rebeca? –preguntó Eli casi con la voz entrecortada.

- Ya han venido todos… solo faltáis vosotros dos… -no pudo contener una carcajada.

- Ya vamos… -dijo Raul cansinamente-… ahora vete ya.


Esperaron a que Rebeca cerrara la puerta. Eli, bajó la cara para seguir besándolo. Pero Raul, ya estaba desconcentrado.

- ¿Lo dejamos para luego? –preguntó Raul.

- Ni de coña… -continuó con su juego-… acaba lo que has empezado.



Veinte minutos más tarde, Raul ya vestido, salió de la habitación. En el salón no había nadie. Lo atravesó y abrió la puerta que daba al exterior. Se encontraba arriba del porche, observando como Héctor preparaba una barbacoa, mientras que Reina y Pablo colocaban unas mesas y sillas. Sharpay y Suhaila, se entretenían con una niña de cinco años. Abundante pelo ondulado y moreno. La miró sonriente. La niña, al verlo, corrió hacia Raul que la recibió cogiéndola en brazos. 

- Mira papá, -señaló a Suhaila- me está enseñando a dibujar en la arena. Y el tío Héctor ha traído chuletas de cordero. Y el tío Aitor y la tía Nadya, también han venido. Me han regalado una flauta. Pero no se tocarla. Supongo que pronto lo aprenderé. –hablaba tan deprisa, que no pudo contener una carcajada.

- Como te pareces a tu madre, Alicia. –le dijo a su hija, y recibiendo un golpe en la nuca por parte de Eli- ¿Qué? Es verdad… habláis mucho y muy deprisa. –bromeó. 


El cielo se oscurecía por momentos. Ya era habitual desde hacía tantos años, aun así, no lograban acostumbrarse. Comenzó a tronar. Hasta que de pronto, el traqueteo de detrás de las orejas comenzó. Le hizo una señal a Rebeca, que llegó enseguida. Sin embargo, el dolor empezaba a diluirse de tal forma, que se sintió extraño. Aquello no era normal. Sus hombros se relajaron. En su cabeza, normalmente, sentía como si un globo estuviera siempre hinchado. Ahora notaba como ese globo se iba deshinchando. La sensación de bienestar le produjo un escalofrío placentero. El traqueteó cesó por fin, y su cuerpo se dio cuenta de que algo desaparecía dentro de él para siempre. En ese momento, se dio cuenta de que lo que la nieve los trajo, ahora se los llevaba. 

- Papá –dijo Alicia preocupada- ¿estás bien?

- Si hija. –sonrió aliviado- Estoy mejor que nunca.

- Anda, dame a mi sobrinita preferida.-dijo Rebeca- ¿Estas bien de verdad?

- Si. Si. No te preocupes. –le sonrió de una manera que Rebeca tan solo pudo devolverle la misma sonrisa.


Eli, llegó desde atrás y le abrazó pasando sus manos por la cintura. Apoyó su cabeza en su hombro. Raul la abrazó pasando su brazo por sus hombros y suspiró feliz. Más feliz que en toda su vida.

lunes, 5 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 57

Capítulo 57


Durante las cinco semanas siguientes, Raúl estuvo evitando a Eli. Trasladándose a una de las habitaciones que el Rey Joaquín le había ofrecido. De esa manera, tendría la posibilidad de estar más tiempo con Rebeca. Gran parte del día, estaban reunidos con el Rey. Pablo, como buen estratega que era se unió a esas asambleas. Tenían más o menos trazado un plan. Sin embargo, sucedió algo con lo que no contaban. Muchos de los habitantes de Lobarre, empezaban a marcharse al conocer la llegada de Khaled y su ejército. Con los días, esa noticia iba cobrando fuerza y algunos, temerosos de perecer, buscaban mejor vida fuera de allí. El rey no los culpó ni se enfadó. De hecho, salía el mismo a despedirlos. 

Alonso se había tomado muy en serio los entrenamientos, hasta tal punto, que era el primero en llegar y el ultimo en irse. De vez en cuando, Raúl, bajaba al patio de entrenamiento y daba algunas explicaciones, así como él mismo también se entrenaba. Pero la antipatía que se tenía uno por el otro era más que evidente. Eli, que acudía cada vez que podía al patio para hablar con Raúl, siempre se encontraba con la misma respuesta. Nunca era buen momento para atenderla. Llegó un momento, en que dejó de ir por consejo de Sharpay. 


Arriba de una colina, entre los arboles con el castillo al fondo, se encontraban en el suelo cuatro cuerpos de unos vigías, decapitados. Un hombre permanecía de pie, observando con unos prismáticos la actividad de la muralla. Atrás de ese hombre, se encontraba el Zaeim Khaled. Aquel hombre le cedió los prismáticos.

- Deberías ver esto, Zaeim –dijo aquel hombre.

- ¿Hacia dónde debo mirar?


Le indicó una dirección, y miró por los prismáticos. Su cara se iba enrojeciendo a medida que paseaba la mirada por la muralla. Le devolvió los prismáticos.

- Colgar sus cabezas –señaló las cabezas amontonadas de los vigías- y darme algo para escribir.



Raúl, después de hacer una ronda por la muralla, se cruzó con Eli mientras volvía al castillo. Continuó su camino, pero Eli no cesó en su intento de hablar con él.

- Raúl, por favor. Quiero que hablemos. –le suplicó.

- ¿De qué quieres hablar? ¿De cómo me ocultaste que Vera sigue viva? –le reprochó. 

- Pensé que lo sabias. Que te lo había contado el rey. Por favor, debes creerme. Yo nunca…


Pero Raúl se percató que uno de los vigías corría por la muralla. Miró expectante, mientras Eli hablaba, pero no la escuchaba. Las puertas de la muralla se abrieron y pasó corriendo un caballo con cuatro cabezas colgando. Dos de los guardias se acercaron al caballo, y luego le miraron a él. A Raúl le asaltaron las dudas. El pueblo no estaba preparado. Alonso llegó desde atrás, casi arrollándolos. Entonces, Alonso, se acercó hacia Raúl y le mostró la nota que traía el caballo.

- ¿Quién es Yazid? –preguntó Alonso intrigado.

- Yo. –le quitó la nota para leerla.

- ¿Qué dice? –preguntó Eli.

- “Yazid, le has robado al Zaeim todo un clan. Ahora es mi turno de cobrarme tu deuda. Te voy a quitar lo que más quieres. Reza por su alma” –leyó en voz alta.


Todos, incluido el rey, subieron a la muralla. Por el espeso bosque, se intuía movimiento. Raúl se encontraba pensativo, expectante. El silencio era tal, que se podía escuchar los pasos del ejército de Khaled acercándose con paso firme. Eli, no podía dejar de mirar a Raúl, muy preocupada. Si Raúl estaba nervioso, es que se temía algo muy malo. Los primeros soldados de Khaled ya se veían saliendo del bosque, y acercándose a través de la ladera verde que tenían delante. Algunos vigías y guardias comenzaron a murmurar algo. Estaban asustados de verdad. El ejército era mucho más grande de lo que el Rey y Alonso se habían imaginado. Vieron también algunos carromatos con troncos de árboles. Raúl sabía perfectamente para que eran. Aunque los demás, también lo intuían. Los hombres de Khaled se detuvieron a unos quinientos metros del puente levadizo. Por el medio de la multitud, le hacían hueco a Khaled que avanzaba hasta la primera línea. Raúl ya no tenía motivos para esconderse. El Zaeim ya sabía que se encontraba allí. De ahí que le escribiera la nota. En un gesto teatral, Khaled hizo que observaba la amplitud de la muralla. Llevaba colgada su espada de combate, que tantas veces le había visto Raúl. 

- ¡Yazid! –gritó Khaled provocando eco- ¡Amigo mío! ¡Qué alegría me has dado! ¡Cuando me informaron de la muerte de tu clan, pensé que había perdido a mi mejor hombre! ¡Pero mírate! ¡Aquí estas! ¡No sé cómo ni porque! ¡Pero me has quitado algo que es mío, y ya conoces la ley!


Al escuchar esas palabras, dos hombres se acercaron con una chica maniatada y golpeada. El pañuelo lo llevaba medio caído pero no mostraba síntomas de debilidad. Eli, al verla, ahogó un grito. Esa era la persona que había dejado atrás. Khaled, la obligó a ponerse de rodillas y sacó un puñal curvo. Con forma de media luna. Y lo puso en el cuello de la chica.

- ¡Yazid! –continuó- ¡Me da tanta rabia como a ti, te lo prometo! ¡Pero has robado al Zaeim y debes pagar!

- ¡Khaled! –gritó Raúl, ante el asombro de todos allí a su alrededor- ¡No tienes por qué hacerlo! ¡Es una niña! ¡Ten piedad por ella!


El Zaeim, y todos los presentes comenzaron a reírse burlonamente.

- ¡Conoces la ley! –apretó el cuchillo cobre el cuello de Suhaila.


Pero Raúl, antes de que continuara, pronunció unas palabras en el idioma natal de Khaled, y este inmediatamente separó el cuchillo.


- ¿Qué le has dicho? –preguntó Joaquín- ¿De qué va todo esto?

- Cuando me enteré que Khaled quería asediar Lobarre, tuve que matar a todo mi clan. Él, lo ha tomado como un robo. Su ley dice que si robas al Zaeim, deberás pagar por el delito. Para Khaled, cualquier cosa que le robes, es como si le robases su tesoro más preciado. Ahora él se quiere cobrar mi tesoro más preciado. Ella es Suhaila, mi protegida. La apadriné durante mis años con Khaled. Él sabe que la quiero, y pretende matarla. Pero también, te deja la posibilidad de que honres su nombre, siendo tú mismo quien le quites la vida. Eso es lo que le he dicho. Seré yo quien le quite la vida a Suhaila.

- Pero no puedes… -Eli le agarró del brazo.

- Si puedo, fíjate en Suhaila. –le señaló a la niña, que sonreía apaciblemente- Va en su naturaleza. Ella preferiría que fuese yo quien la ejecute.

- ¿Estás seguro de bajar tu solo? –preguntó Alonso.

- Abrid las puertas.


Khaled esperó pacientemente a que Raúl saliese de la muralla. Las puertas se abrieron lo justo para que pudiera salir, y en cuanto lo hizo se cerraron de inmediato. Raúl, caminó a paso lento. Meditando lo que estaba a punto de hacer. Tanto los hombres de los seis clanes, como Khaled estallaron en risas, impacientes de ver como Yazid ejecutaba a su tesoro más preciado. Suhaila le miraba con media sonrisa. Estaba contenta de que volver a verle, pero su corazón latía acelerado por la inminente ejecución por parte de su padrino. Raúl, aunque iba con la cabeza baja, no quitaba ojo a Khaled. Este también le devolvía la mirada con gesto amenazador. Estando a pocos metros, Khaled de lanzó el puñal al pecho. Raúl tuvo que agacharse para recogerlo. Lo que provocó que de nuevo, los hombres de los clanes y el propio Khaled estallaran entre risas. Frente a frente, ambos se miraban con rabia. Khaled, dio cinco pasos hacia atrás para que Raúl se colocase en posición. Lo hizo. Se puso de rodillas detrás de Suhaila, que respiraba entrecortadamente. Le sujetó la cabeza por la frente y tragó saliva. En el muro estaban expectantes. Eli, hacia esfuerzos sobrehumanos para no mirar. Raúl subió el puñal hacia el cuello de Suhaila. Los hombres de los clanes, daban aullidos de ánimos para Yazid. 

- No te preocupes, -dijo Suhaila con tranquilidad- hazlo ya. Estoy preparada. Te quiero Yazid.


Suhaila perdió el conocimiento, y un chorro de sangre brotó de su cuello. Soltó a Suhaila, entre lágrimas y con la respiración agitada. Está cayó de boca contra el suelo. Raúl se levantó y soltó el puñal. Se giró para decirle algo al Zaeim. La gente de la muralla, desvió la mirada justo en el momento en que Raúl ejecutaba a la niña. Todos quedaros horrorizados. Eli, la que más. No podía entender lo que estaría sufriendo Raúl, para hacer semejante atrocidad. Notó como las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Raúl, por su parte, esperó a que los hombres quedaran en silencio.

- Khaled, ¿puedo llevarme su cuerpo y darle su funeral como se merece? Tú la conocías igual que yo. –le suplicó. Los hombres le insultaban y le recriminaban, pero Khaled hizo callarlos.

- Yazid, -dijo más calmado- te concedo lo que pides. Tienes una hora. Después… lo siento por vosotros.

- Gracias, Khaled. –se giró y recogió el cuerpo inerte de Suhaila, llevándola entre sus brazos. 

Dentro de él, brotaba una rabia incontrolable. En ese mismo momento, se habría batido en duelo con Khaled. Pero eso suponía una muerte carente de sentido. Ahora había otras personas, que le importaban mucho más que la sed de venganza. Esperó paciente a que las puertas volvieran a abrirse. En cuanto se cerraron, Eli ya le estaba esperando allí abajo. Sin comprender nada, echó a correr calle arriba, a la vez que le decía a Eli que la acompañara.

- Vamos Eli, ven conmigo. Corre. –le dijo con tal autoridad que Eli, tan solo pudo si no, obedecer. 


A pesar de llevar un cuerpo en brazos, Eli no fue capaz de seguirle el paso. Corrieron hasta la consulta de la Doctora Merche. Dio una patada a la puerta, que se abrió de golpe. Merche salió a toda prisa, asustada. Raúl corrió hasta la camilla de la consulta. Merche y Eli lo miraban estupefactas. 

- Rápido, doctora. Ha perdido mucha sangre. –no dejó que mirara lo que le estaba haciendo a Suhaila. Dijo unas palabras en árabe y de repente Suhaila despertó con una exhalación profunda- El corte es superficial, pero creo que me he sobrepasado.

- ¿Raúl? –preguntó Eli alucinando- Raúl como…

- Un viejo amigo de mi clan, me preparó para este momento. Son unas artes muy oscuras. Pero no es momento de explicaciones. Solo tenemos una hora. –se dirigió a la Doctora- ¿podrá salvarle la vida? –la doctora asintió- Muy bien. Ahora vámonos.


Cogió a Eli del brazo, y corrieron hacia el interior del castillo. Alonso les estaba esperando allí. 

- Preparaos. Queda menos de una hora. –le indicó Raúl.

- De acuerdo. –le puso una mano en el hombro- Suerte.


Raúl y Eli corrieron hacia las mazmorras. Pero lejos de ir hacia las celdas, pasaron por otro corredor. Después de ese, a otro y así sucesivamente por varios más. Era unos túneles de barro al que los había iluminado con velas. Todo parecía muy preparado de antemano. A lo lejos de ese corredor, la luz de una linterna, les indicó que ya se encontraban cerca. Continuaron corriendo, y Eli se sorprendió de ver a Rebeca, Maria y Mateo, con varios niños más. El final de ese túnel daba a una cueva, que desde esa posición se podía ver el bosque. Raúl los saludó y les indicó que corrieran para fuera. Eli ya no pudo contenerse más.

- Raúl, para ya. ¿me quieres explicar algo de una vez? -preguntó deteniéndolo.

- Esto –sacó la nota de Khaled- Khaled está convencido de que me ha quitado lo que más quería. Pero no es así. Lo que más quiero eres tú. Siempre te he querido. Por eso ahora debes marcharte con los niños. Ponerlos a salvo. Y tú también. Si perdemos esta guerra, y se entera de que te quiero a ti más que a mi vida, ira a por ti.


Eli no podía creerse lo que estaba escuchando. Se quedó tan petrificada, que Raúl tuvo que besarla. Aquel era el mejor beso que nunca habían recibido los dos. Raúl se separó para decirle algo, pero Eli se volvió a lanzar a su boca y se colgó de su cuello para besarlo. Era lo que siempre había querido, y ahora no podía dejarlo. Raúl también se dejó llevar y decidió disfrutar de ese momento todo lo que pudiera. Después se separaron. Se rieron. 

- Por favor, -le sujetó la cara- Eli, por favor. Poneos a salvo. Debo volver. 

- Te quiero. Te quiero Raúl. –lloraba- Por favor, que todo salga bien. Te quiero. 

- Yo también te quiero. –le empujó hacia la salida- Debí decírtelo hace mucho. 


Raúl retrocedió sobre sus pasos. Ahora era el momento de luchar. Subió de nuevo hacia el Castillo, y Alonso ya no estaba. Bajó hacia la muralla, y los golpes contra la puerta sonaban a punto de romper las bisagras. Estaban a punto de entrar. Comprobó todo lo que habían planeado y se escondió donde habían acordado. 

Los incesantes golpes daban su fruto, y la puerta estaba a punto de abrirse para los clanes. Dos golpes más y caería. Cuando por fin se abrieron, todos los soldados de Khaled entraron en tropel, llenando las calles. Vieron varias personas de Lobarre que huían calle arriba y los siguieron con las espadas a punto. Al doblar esa esquina, todo quedó en completo silencio. Todo, excepto a los árabes que, dada la adrenalina, gritaban y corrían de un lado para otro. Pero no encontraban a nadie. Khaled, que estaba en medios todos, mandó silencio. Cuando se callaron, inmóviles, escucharon pisadas. Muchas pisadas. Khaled comprendió que iban hacia ellos para atacarlos. Mandó mantener la posición, pero de repente, lo que vieron les asustó mucho más. Calle arriba se acercaba tal cantidad de infectados, que los primeros árabes retrocedían. Sin embargo, calle abajo, mas infectados les cortaban el paso. Estaban rodeados. Empezaron a matarlos. Más y más llegaban. En un momento dado, alguien que no eran ellos, gritó algo.

- ¡Ahora! –gritó Alonso desde un tejado.


Todo Lobarre estaba arriba de los tejados, con arcos y se levantaron en ese momento para dispararles. No solo hombres, también mujeres y jóvenes de no más de dieciséis años. Les tiraban piedras, o agua hirviendo. Por la calle abajo, empezaban a quedarse sin infectados, y muchos de los árabes corrían hacia la puerta de la muralla. Por arriba de la muralla, más hombres les disparaban con arcos. Aunque no era suficiente para mantenerlos a raya. Raúl, vio a Khaled entre un grupo de infectados, y viendo que podía con ellos saltó de su tejado para no dejarlo escapar. Frente a frente, se quedaron mirando fijamente. Ambos con una rabia difícil de explicar. Raúl tuvo que matar a un infectado que llegaba desde atrás. Lo que aprovechó Khaled para atacarlo. Raúl, detuvo el ataque con su espada y ambas espadas rechinaron. Le dio una patada al Zaein en el estómago para separarse. Entonces, fue él, quien lanzó su ataque. Khaled también lo paró. En esta ocasión, hizo un movimiento con los pies, que hizo perder el equilibrio a Raúl. Si no llega a intervenir otro infectado, Khaled le habría clavado la espada. Se entretuvo para deshacerse del infectado. Cuando se giró hacia Raúl, este estaba en el aire y le golpeó con el antebrazo en la cara. Ambos cayeron al suelo, y las espadas salieron volando. Empezaron una lucha cuerpo a cuerpo, y ambos se conocían. Muy bien. Khaled, chocó contra uno de sus hombres, espalada con espalda. Este no se lo pensó, y le quitó el arma a su hombre, que fue mordido por el infectado con el que luchaba. Acto seguido atacó a Raúl, que recibió un corte en la pierna. Pero se levantó, y lograba con gran agilidad, evitar los ataques de espada por parte de Khaled. Viéndose, desarmado y peores condiciones, no se lo pensó. Corrió hacia Khaled, y después se tiró al suelo, intentando resbalar. Con una pierna hizo caer a Khaled y la espada. La recogió Raúl. Ahora era Khaled el que estaba en inferiores condiciones. Viéndose acorralado, le empujó hacia un grupo de infectados que estaban cerca. Los infectados le agarraron, le tiraron al suelo, y en pocos segundos fue cubierto de muertos caminantes. Khaled lo aprovechó para huir, ya que la puerta estaba cerca. Khaled y el resto de clanes huía por la muralla. Desde lo alto de un tejado, Alonso, vio la lucha con Khaled y saltó a toda prisa para socorrer a Raúl. 

Cuando Raúl, recobró la consciencia, estaba siendo arrastrado por Alonso hacia el interior de una casa. La cerró a toda prisa, para esconderse de los infectados que había soltado por todo el pueblo. 

- Lo siento. –dijo Alonso mirando por la ventana- No me ha dado tiempo a bajar antes. ¿Duelen los mordiscos?

- ¿Qué mordiscos? –preguntó, examinándose la herida que le había provocado Khaled con la espada.

- Nadie sale intacto después de que le caigan encima ocho infectados…-contestó obvio.

- Nada. Tranquilo. Solo tengo la herida de la espada. –dio un pequeño grito al taponársela con un trozo de camiseta. Al ver la cara de Alonso, trató de explicárselo- Digamos… que tengo la extraña habilidad de evadirlos en momentos puntuales. Ahora si no te importa, Khaled y los suyos estarán escapando. Tenemos que dete…


No terminó la frase, porque se empezaron a escuchar ruido de armas de fuego. Provenían desde fuera dela muralla. Se mezclaban con los gritos. Raúl, para sorpresa de Alonso, empezó a reírse. 

- ¿De qué cojones te ríes? –preguntó atónito.

- Vamos para afuera. Han llegado los refuerzos. –se levantó a duras penas.


Afuera, aún quedaban muchos infectados, pero entre los dos fueron acabando con ellos. En un tejado, pudo ver a Héctor y Sharpay luchando contra dos árabes que se habían subido a atacarlos. Se detuvo a tiempo, para no ser aplastado por el cuerpo de uno de ellos que caía muerto a manos de Héctor. De seguido, cayó el segundo. Miró calle arriba, y aún quedaban árabes luchando contra infectados, pero siendo atacados desde los tejados por la gente de Lobarre. Cuando llegaron a fuera de la muralla, un reguero de cadáveres se interponía entre ellos y un grupo numeroso de personas armadas. Eran del Puerto, que había decidido apoyar al pueblo de Lobarre. Entre ellos, se encontraba Aram. Que lo sonreía con su habitual sonrisa blanca y con una pistola en cada mano. Poco a poco, los infectados iban siendo abatidos, y los árabes que se rendían fueron capturados y atados en la parte exterior de la muralla. Cuando ya no hubo peligro, el Rey Joaquín se dejó ver, sobretodo, para dar las gracias al líder del Puerto. Raúl, estaba exhausto y dolorido. Cuando se percató que uno de los cuerpos abatidos se movía. Se acercó para rematarlo y se dio cuenta de que era Khaled. Tenía varios impactos de balas por todo el cuerpo. De su boca emanaba un reguero de sangre y trataba de decirle algo.

- Khaled –le susurró al oído- te equivocaste de tesoro. Aunque te tengo que decir, antes de que mueras, que Suhaila sigue viva. Cuando te reúnas con Ghassan, le das las gracias de mi parte.


Le rajó el cuello de lado a lado, con el mismo puñal curvo de Khaled.

domingo, 4 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 56

Capítulo 56


Llegaron pronto a las inmediaciones de El puerto. Habían dispuesto multitud de contenedores de carga, a modo de muralla. En una de las puertas principales, se encontraban dos personas. Dejaron al cuidado de una de ellas, al caballo, y les permitieron el paso cuando les dijeron que venían de Lobarre. Transitaban entre la gente, que los ignoraba. Había mucho ajetreo de gentío que iba de un lugar a otro. Puestos de venta a lo largo de una especie de paseo marítimo, frente a las playas. Justo enfrente, el puerto, con varios buques medio hundidos y oxidados. En el otro extremo del puerto, iban y venían barcos pesqueros, de mucho menor tamaño que los buques de carga o la de un crucero varado en alta mar. Anduvieron por todo aquel lugar, observando la actividad. Gente que descargaba cajas enteras de peces, otros que las disponían directamente en los puestos. Iban distraídos.

- Yazid –gritó la voz de un hombre- Yazid. 


Un hombre, de origen árabe con el rostro puntiagudo, barba arreglada y nariz ganchuda le estaba llamando. Raúl se dio la vuelta, y sonrió alegremente ante la atónita mirada de Eli, que no comprendía nada. Aquel hombre y Raúl se abrazaron en cuanto se alcanzaron, dándose tres besos en las mejillas.

- Yazid, amigo mío. –su acento revelaba que era extranjero- que alegría volver a verte.

- ¿Yazid? –preguntó Eli, mirándolo de soslayo.

- Ya te lo explicaré. –contestó esbozando una sonrisa, al volver a ver a su amigo.

- ¿Qué haces por aquí? –preguntó mostrando sus blancos dientes en una gran sonrisa.

- Malas noticias, Aram –se puso serio.

- ¿Khaled? –preguntó asustado.

- Se ha enterado de lo de Lobarre y dirige a todos los clanes hacia aquí.

- Eso es una muy mala noticia, Yazid. –Eli ponía cara raras cada vez que lo llamaba así.

- Por eso he venido. Necesito hablar con la persona al mando.

- Uhhhh….-puso cara de no saber cómo contestar-… me temo, amigo mío, que no volverá hasta mañana. Ha salido a alta mar.

- Estupendo… -dijo Raúl decepcionado-… ¿no sabrás donde podemos alojarnos hasta mañana?

- Uhhhh… me ofendes amigo mío. –miró a Eli, guiñándola un ojo- mi casa será vuestra casa. 


Mientras seguían a Aram, entre la gente, Eli no hacía más que mirar a Raúl, muy confusa. 

- Venga, -le dijo sin mirarla- hazme la pregunta.

- ¿Yazid? –preguntó alargando la palabra.

- Es el nombre que me impuso el Zaeim. Todos los cristianos convertidos, debemos rebautizarnos. –le explicó a una pasmada Eli.


Llegaron hasta un extremo de la muralla de contenedores. Allí, pilas de hasta cinco, formaban una especie de edificios de pisos. Cada uno suponía el alojamiento de una o varias personas. Habían colocado tablones unos con otros, para formar pasarelas o simplemente, para subir de un piso a otro. Con algo de peligro, subieron hasta un segundo contenedor. Aram, abrió un candado de uno de ellos, y las puertas se abrieron. Para sorpresa de Eli, lo poseía bien acondicionado. Con un aspecto totalmente árabe. Alfombras, cojines, cortinas de seda… todo de colores llamativos.

En cada una de las paredes, les habían cortado un trozo de metal del tamaño de un listón de madera de unos quince centímetros. Eran las ventanas. En un camping gas, puso una tetera metálica con agua a hervir. Aram, insistió a Eli, para que se sentara sobre los cojines de colores. Dispuso en una mesita baja, tres tazas decoradas, y colocó unas bolsitas de té y un pellizco de hierbas que guardaba en uno de sus bolsillos. 

- Y dime, Yazid, ¿Cómo lograste abandonar tu clan? –preguntó Aram, vertiendo el agua en las tazas.

- Simulé un ataque de infectados. –dijo con tal frialdad, que Eli contuvo la respiración.

- Entonces el Zaeim estará sumamente enfadado. –dijo como si tal cosa.

- No podía presentarme en Lobarre, y decirle: Khaled, esta gente son mis amigos. ¿podríamos pasar esto por alto? –ambos rieron, mientras Eli permanecía pasmada.


La amabilidad y hospitalidad de Aram, sobrepasó las expectativas que traiga consigo Raúl. Comieron y cenaron fuera. Siendo ya de noche, y con tan solo la luz que proyectaba la luna, Raúl y Eli pasearon por la playa. Descalzos, y dejando que el agua les cubriese los pies. Permanecieron ambos muy callados. Aunque Eli se moría de ganas por preguntarle todo acerca de los tres años que desapareció. Una ola rompió justo bajo sus pies, haciendo perder el equilibrio a Eli que se hundía en la arena. Raúl, logró cogerla del brazo antes de que esta pudiera caerse. Ella se agarró a su camisa y tirando de él quedaron medio abrazados. Eli lo miraba a los ojos, nerviosa. El, sostuvo la mirada sonriente, y después se apartó. Continuaron el paseo, pero Eli ya no se contuvo.

- ¿De que conoces a Aram? –preguntó para romper el hielo.

- Lo conocí en mi época con Khaled. –contestó tan deprisa, como si estuviera esperando que se lo preguntara. Sin saber, se sentía nervioso.

- Y… ¿cómo es que ha acabado en el puerto? 

- Cuando nos conocimos, yo no era más que un aprendiz más de Khaled. Aram, pertenecía a un clan, y fue sorprendido tratando de robar. No recuerdo que era. El caso, es que los aprendices, hacíamos guardias en las jaulas a modo de celdas. Una noche… -hizo una pausa triste-… estaba alicaído, acordándome de Martín. Me dio conversación, y me ayudó mucho moralmente. Durante dos meses, fue mi confesor. Le hablé de Lobarre, de lo que perdí, de vosotros… hasta que un buen día, se me cruzaron los claves, y lo dejé escapar. Supongo, que acabó aquí, tratando de buscar un buen lugar donde vivir.



Aquella conversación se alargó más de lo que los dos esperaban, pero ambos estaban contentos. O todo lo contentos que podían estar. Ya que Raúl se abriese, era sumamente difícil. Pero al menos, Eli, logró mantener una conversación con él, sin sentir deseos de comerle a besos. 

Ya cansados, y algo adormecidos, volvieron a la casa de Aram. Allí los estaba esperando. Les indicó donde podrían dormir y ambos se despidieron hasta la mañana siguiente. Siendo muy de madrugada, Eli se despertó. En la cama donde debería estar Raúl, no había nadie. Tampoco estaba Aram. Se levantó, prendió una de las velas y se acercó a las puertas abiertas del contenedor. Se paró en seco, cuando escuchó voces. En otro idioma. Se asomó muy lentamente, y descubrió a Aram y Raúl de rodillas sobre una alfombra y rezando como lo hacen los árabes. No sabía que pensar. Aquello era lo último que esperar conocer de Raúl. No por rezar como un árabe o un cristiano. Si no por lo que tendría que estar pasando por su mente, para empezar a adorar a cualquier dios. Mas conociendo, la actitud atea que siempre había mantenido desde niños. Regresó a su cama, y cerró los ojos. Pero lo logró dormir más en toda la noche.


Por la mañana temprano, escuchó desde la cama, como los dos hablaban, y Raúl se marchaba. Aram se quedó en el contenedor, sentado y leyendo un libro. Eli, hizo por hacerse la dormida.

- Sé que estas despierta, pequeña princesa –le dijo sin apartar la vista de su libro.


Eli, no tuvo más remedio que levantarse y se sentó frente a Aram.

- ¿Qué te preocupa? –preguntó de nuevo sin dejar de leer.

- Os vi anoche. –contestó con ahogo.

- Uhhhh… -cerró el libro-… es eso. –sonrió.

- Conozco a Raúl… o Yazid…

- Puedes llamarlo Raúl. –le dijo con sosiego.

- Lo conozco desde que tenemos seis años. Siempre ha sido ateo. Y verle de esa manera anoche…

- Te preocupa que sus sentimientos hacia ti no sean como tu esperas… ¿es eso? –Eli, asintió bajando la mirada- ¿sabes por quién rogaba?

- No. No conozco vuestro idioma.

- Rezaba por sus amigos. Por su hijo muerto. Rezaba por una persona que dejó en manos de Khaled. Rezó por la mujer que ama. 

- ¿Esa persona que dejó? ¿es la mujer que ama? 

- Uhhhh… princesa, eso no lo sé. Pero supongo que esas son las preguntas que eres incapaz de manifestarle… -la miró compasivo. Eli, de nuevo, afirmó con la cabeza.

- He visto las heridas que tiene en la espalda… -le dijo esperando que se lo tomara como una pregunta. Aram, dejó de sonreír.

- ¿Te ha contado como nos conocimos? –afirmó- entonces sabrás que dejó mi celda abierta. Eso está castigado con veinte latigazos. Presumiendo que el Zaeim, creyera que fue un descuido. –Eli se tapó la boca.


Se quedó pensativa por varios minutos. Aram, preparó una tetera, y sirvió más te aromatizado para los dos. 

- Princesa… el mal que padeces se llama amor. –Eli se sonrojó- Es un mal, que bien llevado, se convierte en un milagro. Aún recuerdo cuando el Zaeim encontró a Raúl en aquella playa. Desnutrido, sediento. Sin ganas de vivir. Pero Khaled le dio un motivo por el que vivir. Sus primeros años en el clan de Khaled, fueron los más duros. Lloraba todas las noches al lado de mi celda. Rememoraba una y otra vez aquel día en que su hijo murió. –los ojos de Eli comenzaron a brillar y a humedecerse.- Pero siempre decía que se arrepentía de haber dejado atrás a alguien muy especial. Desconozco si hablaba de ti, por supuesto. Pero al veros anoche, no tuve duda. No desesperes, princesa. Dale tiempo –le hablaba como si de un padre se tratara- ahora es un guerrero entrenado por Khaled, y sabe de peligro que se avecina. –hizo una pausa- ¿más té?



Gran parte del día, lo pasó sola en el contenedor de Aram. Según le explicó, Raúl ya se estaba reuniendo con el líder del Puerto. Estaba hecha un lio. No lograba sacarse de la cabeza las palabras de Aram. Llegó a la conclusión, de que no debería forzarle a nada. Estaba segura de que Raúl le había estado mandando señales. Pero por alguna razón, siempre huía. Esperó impaciente, a que Raúl volviera. Aram, le ofreció comer, pero su estómago estaba cerrado. Raúl, regresó con cara de pocos amigos. Pidió algo para comer, y al ver a Eli parecía que todo lo malo se le pasaba de golpe. Le dedicó una bonita sonrisa, y se tumbó justo a su lado comiendo una manzana. 

- Volveremos enseguida a Lobarre. –le dijo antes de morder la manzana- Aquí ya no podemos hacer nada más.


Ella tan solo forzó una sonrisa, pero feliz de estar de nuevo con él. No tardaron en despedirse de Aram, y se encaminaron hacia la puerta del muro construido con los contenedores. Aram, los acompañó.

- ¿Qué piensas hacer tú? –le preguntó a su amigo.

- Uhhhh… viejo amigo. Sabes lo que me haría el Zaeim, si me encontrase. 

- Supongo que harias bien en esconderte si se tuercen las cosas. –le abrazó antes de irse.


El camino de vuelta hacia Lobarre, fue tranquilo. A pesar de que dos infectados vagaban lejos del camino. Prefirieron dejarle la tarea de limpieza a los vigías. De nuevo, antes de que la noche cayera sobre ellos, acamparon cerca del rio. En esta ocasión, Raúl evitó dejarla sola. Aunque, gran parte de la noche la pasó en el exterior de la tienda. Frente al fuego. Mientras que Eli, dormía plácidamente en el interior. 

Con los primeros rayos de sol, recogió todo y apagó las ascuas que aún quedaban. Entró dentro de la tienda para despertarla. Pero al verla tan dormida, se quedó quieto. Admirándola. Acercó su mano para retirarle un mechón de pelo que se le estaba metiendo en la boca. No se inmutó. Por más que se contuvo, no pudo evitar acariciarla en la mejilla. Entonces, salió de la tienda y dejó que continuara durmiendo. Sin darse cuenta, que Eli dibujó una leve sonrisa.

Una hora más tarde, Eli salió de la tienda y buscó con la mirada a Raúl. Se encontraba colgado de una rama gruesa de un árbol, haciendo ejercicios. Se quedó quieta unos segundos admirando las heridas de la espada. 

- Buenos días. –dijo Raúl, sorprendiéndola. Ya que estaba de espaldas hacia ella.

- Buenos días, -contestó ella tratando de fingir que no le veía.

- ¿Has dormido bien? –se bajó de un salto.

- Si. La verdad. ¿Por qué no me has despertado?

- Pensé que te gustaría descansar un poco más. Hace buen tiempo. Podríamos disfrutar un poco de la naturaleza.

- Si, se está muy bien. -se giró sonrojada al recordar lo que hizo antes en la tienda.


Para mayor sorpresa de Eli, le había dejado preparado un cuenco con gachas, pimentón y setas. Junto a una manta al borde del rio. Donde la vista no era un desperdicio. Se sentaron ambos, y dejó que se comiera el cuenco. 

- Que rico está –dijo con la boca llena- un poco frio ya, pero está increíble. Gracias, Raúl.

- No hay de qué. –tiró una piedra al agua.

- ¿Qué vas hacer cuando volvamos?

- Me reuniré con Joaquín. Debemos preparar alguna estrategia defensiva. –contestó como si nada.

- Me refería… a cuando esto acabe. –dejó de comer.

- Ahora solo pienso en cómo defender Lobarre. Después ya veré. 


Después de desayunar, y de otra conversación poco trascendental, se pusieron de nuevo en marcha. Eli ya no se agarraba con tanta fuerza a la cintura. Aun así, Raúl de cuando en cuando se aseguraba de que lo hiciera. Según el, por seguridad. Pero Eli sabía que eso no era el motivo. Y le gustó. 

Llegaron a Lobarre al atardecer. Antonio, el mozo de cuadras, salió a recibirlos. Cuando se aseguró de que se llevaba a Goloso, entraron dentro de la muralla. Caminaron hasta la puerta de la casa de Eli. Ambos se quedaron mirándose sin saber que decir. Ella abrió la puerta para entrar, pero no entraba. Raúl tampoco se movía. 

- ¿Quieres cenar conmigo esta noche? –Preguntó Eli, tan deprisa, que sus palabras salieron de su boca que ella misma se sorprendió de haberlas pronunciado. Su corazón latía tan deprisa que la respiración era entrecortada. Raúl se acercó más a la puerta. Estaba igual de nervioso que ella. Y Eli, temerosa y decidida a la vez se lo dijo acercándose a su oído- Me gustaría contarte todas mis rarezas, si quieres.

- Me encantaría… tu oferta es muy tentadora. –contestó también a su oído- Pero debo hacer algo antes. Algo que debería haber hecho desde el primer día. ¿Me acompañas?


Indecisa, confusa, temblorosa, pero irremediablemente, atraída por él, lo acompañó a donde fuera que se dirigía. Mientras subían las escaleras que llevan al castillo, se dio cuenta de donde iban. Ya no había vuelta atrás, pero era mejor que sucediera ahora y no más tarde. Fueron hasta el patio principal, lo atravesaron para culminar en un amplio jardín privado. Al fondo de ese jardín, se encontraba un reservado. Ambos se acercaron. Claramente, en aquella parcela se distinguía la tumba. Había tallado sobre una pieza de cerámica el nombre de Martin. Raúl, miró por toda la parcela, pero solo encontró una inscripción. Eli, sabía perfectamente lo que buscaba. Miró con miedo a Raúl que no parecía comprenderlo. 

- ¿Dónde está? –preguntó extrañado- Joaquín, me dijo que la encontraría aquí.

- No está, Raúl. –dijo temerosa y mordiéndose una uña.

- ¿Cómo que no está? –indicó la tumba de Martin- Si él está aquí, ella también debería estar. ¿no?

- Raúl…-le giró agarrándole del brazo-… Raúl… no. Vera, no murió. –Raúl la miraba con los ojos muy abiertos, horrorizado- No murió. Estuvo mucho tiempo en cama. Deshidratada. Con una hemorragia interna. Pero Merche la curó. 

- ¿Y dónde está ahora? ¿Por qué no…?

- Cuando se recuperó, se marchó a buscarte. –comenzó a llorar, sobretodo, arrepentida de no habérselo contado antes.

- Sabiendo todo eso… ¿eres capaz de invitarme a cenar? Estaba a punto de… de…

- Raúl, por favor… -le interrumpió.

- ¿Cómo pudiste ocultarme este pequeño detalle? No era muy difícil: “Raúl, Vera está viva, pero se marchó”. Lo hubiera entendido. Joder. 

- Por favor, Raúl, perdóname.


Raúl se marchó muy enfadado, dejándola allí llorando.

sábado, 3 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 55

Capítulo 55


Joaquín, Alonso y Raúl estaban reunidos en el salón principal del Castillo. Raúl les explicó quiénes eran aquellos árabes y de lo que eran capaces de hacer. Tenían discusiones donde no llevaban a ninguna parte. Raúl, permanecía de pie, mirando por la ventana, mientras Joaquín y Alonso hablaban de sus posibilidades.

- Raúl, -le llamó Joaquín, sacándolo de su ensimismamiento- Raúl. ¿Qué propones que hagamos?

- He visto de cuantos hombres armados y con alguna formación militar disponéis. –se giró volviendo a la mesa- son insuficientes. Sé que es duro lo que os voy a proponer, pero creo que es la mejor opción. Abandonar Lobarre.


Tanto el rey Joaquín como Alonso, quedaron con la boca abierta ante tal proposición. 

- De ninguna manera. –se exaltó Alonso- De ninguna manera vamos a abandonar el lugar que hemos construido. 

- Opino igual que el comisario Alonso, Raúl. –hablaba pausado- No podemos abandonar Lobarre. Seguro que existe la posibilidad de defender el castillo del enemigo.

- No puedo obligaros a nada. Es vuestra decisión. –dijo Raúl en última instancia- Yo he cumplido con mi parte. Al menos, contáis con el factor sorpresa. Ellos ignoran que yo estoy aquí.

- ¿No piensas quedarte? –preguntó el rey algo angustiado.

- Supongo que puedo ayudaros todo lo posible. Pero conozco al Zaeim. Y sobre todo conozco a su ejército. Y sé que no tenéis ninguna posibilidad. Esa gente desde que nacieron fueron adoctrinados para ser terroristas. Dominan el combate cuerpo a cuerpo mejor que nadie de aquí. Incluido yo. 


Esa misma mañana, el comisario organizó con varios hombres, tandas de entrenamientos en el patio de armas. Raúl y Joaquín observaban desde una terraza. En uno de los apartados, se encontraban sentadas Eli y Sharpay. Héctor se había apuntado a aquellos entrenamientos. Entre otras cosas, por sus conocimientos de artes marciales que Sharpay le enseñó años atrás. Alonso, parecía más preocupado por exhibirse ante Eli, que de realizar un entrenamiento duro. Cada vez que derrotaba a un contrincante, le brindaba una sonrisa y un guiño. Eli y Sharpay parecían divertidas ante tal demostración. Reían como colegialas. 

Raúl, harto de ver que aquel entrenamiento no estaba sirviendo de nada, bajó al patio. 

- Escuchadme –dijo lanzándole una mirada de desaprobación a Alonso-, no estáis haciendo las cosas bien. Lanzáis ataques poco útiles. Os lo tomáis como un juego. 

- ¿De qué vas Raúl? –se enfadó Héctor.

- Cada soldado de ellos, podría acabar con veinte de los vuestros sin pestañear. No debéis dudar. Atacad siempre a zonas donde el arma de vuestro contrincante quede anulada, y después a las partes vitales. Cabeza, corazón, riñón… -les mostraba cada una de las partes. 

- Si tan bueno eres, ¿Por qué no nos lo demuestras? –preguntó con suficiencia, el comisario Alonso. Un hombre que le sacada una cabeza.

- Muy bien. –contestó Raúl, quitándose la chaqueta. Quedándose en camiseta corta. Mostrando unos brazos musculosos. Eli y Sharpay no pasaron eso por alto. Pero lo más raro fue, que se quitó las botas. Caminó entre las espadas, y eligió una de madera, ante el asombro de los demás. 


Pero antes de empezar, en su cabeza tenía algo más. Quería enfurecer y cabrear todo lo que pudiera a Alonso. Caminó hacia donde estaban Eli y Sharpay que lo miraban embobadas. Se acercó tanto a la cara de Eli, que esta, tuvo que contener la respiración. Le sostuvo la mirada. Una de sus manos, rozó a propósito la cara de Eli, que lo miraba embelesada. Sharpay boquiabierta. Eli cerró los ojos, al tener la cara de Raúl tan cerca y acariciándole una mejilla. De repente, tuvo que abrirlos, cuando notó que Raúl le había quitado el gorro de lana de color blanco que llevaba puesto.

- ¿Me lo prestas unos minutos? –preguntó casi en un susurro manteniendo una distancia de ella de tan solo unos diez centímetros.

- Si… claro… -dijo con una voz tan aguda y tonta que se ruborizó.

- Gracias. –y se alejó.

- Madre mía –dijo Sharpay resoplando- sí señor, eso es lo que llamo tensión sexual no resuelta. Si decides que no te interesa lo mismo yo… -soltó una risita tonta, y Eli le dio un codazo.


Aquella escena, visto por todos, enfureció de tal manera a Alonso que estaba que salía humo de sus orejas. Raúl llegó de nuevo al lugar, y se colocó el gorro en la cintura.

- Vosotros cuatro, venid aquí. –señaló- y vosotros dos- señaló a otros más alejados- y tú, Alonso. –esperó a que estuviera cerca.

- ¿Por qué yo no? –preguntó Héctor enfadado

- Porque ya sé cómo luchas. –esa respuesta enfadó más a los otros- Escuchadme con atención. –señaló el gorro en la cintura y después señalando a Eli- Esa preciosa dama, ha prometido que quien le devuelva el gorro, cenará con ella esta noche.


Tanto Eli como Sharpay, se taparon la boca al escuchar el desafío lanzado por Raúl. Sharpay, le dio con el codo en las costillas y le habló al oído.

- Que suerte tienes… -bromeó-… está tan convencido de ganar, que su apuesta es alta. Es toda una declaración. 

- Cállate tonta. –se ruborizó tanto, que su cara contrastaba con el jersey blanco que llevaba.


Raúl, sostuvo la espada de madera en posición defensiva, e hizo girarla haciendo una floritura. Observó las caras de sus contrincantes y comenzó la lucha. Lo atacaban todos a la vez. Paraba los ataques, y los devolvía con su espada de madera, justo donde indicó con anterioridad. Daba patadas cuando tenía que darlas. Tumbaba oponentes, con tal facilidad, que las caídas parecían más acrobáticas de lo que en realidad eran. Con Alonso, tuvo más problemas. Pero no fue difícil evitar sus ataques. Se movía con tanta rapidez, que Alonso lo único que lograba era dar espadazos al aire. Hasta que Raúl se cansó de bailarle, y atacó. Una vez, la espada de Alonso ya estaba a baja altura, la sujetó con una mano mientras le asestaba un duro golpe en el pecho con el pie. Lanzándolo un metro al suelo. En menos de dos minutos, los siete no habían logrado tocarle, mucho menos quitarle el gorro y todos estaban en el suelo exhaustos de lanzar ataques sin sentido y tirados por Raúl. Sharpay dio un grito de emoción, y Eli hasta parecía más nerviosa que de costumbre. Raúl se acercó a Alonso, y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse, mostrando más de la cuenta el gorro.

- ¿Estás bien? –preguntó Raúl, dando por concluida la sesión.


Sin embargo, vilmente, a la vez que se agarraba para levantarse le quitó el gorro. Se levantó victorioso. Raúl, consciente, de que lo había hecho a propósito, se esforzó en parecer enfadado y tiró al suelo la espada de madera. Recogió su ropa y botas y se disponía a abandonar el patio. Al pasar por delante de las chicas, se detuvo sin mirarlas.

- Que disfrutes de tu cita. –y se marchó.

- ¿No te has dado cuenta, Eli? –preguntó sombrada Sharpay.

- ¿De qué? –preguntó ella decepcionada.

- Se ha dejado coger el gorro. ¿no me digas que no te has dado cuenta?


Pero en ese momento, llegaba Alonso, deseoso de recoger su premio. Pero tan solo logró que Eli lo bufara, y se fue tras de Raúl. Lo siguió hasta el salón principal, donde se estaba reuniendo con el rey. Prefirió no entrar y escuchar.

- Joaquín, esto no va a ninguna parte. –le dijo nada más entrar.

- Lo sé. Alonso no es mal chico. Solo es un poco…

- Un poco prepotente. Y eso va a hacer que os maten. –hizo un pausa- He visto que en el mercado hay pescado, ¿Dónde lo conseguís?

- Ah… eso. Hace tiempo marcamos una ruta comercial con un grupo de supervivientes de la costa. Se hacen llamar El puerto. Comercializamos con ellos. A veces vienen ellos, y otras nosotros. Los caminos son seguros.

- Tengo que ir a verlos. Necesito hablar con su líder. Lo siento, Joaquín, pero Lobarre está perdido. 


Abrió la puerta para irse, y se dio de frente con Eli. Sin hacerle el más mínimo caso, se fue por el corredor. Pero Eli no se dio por vencida, y lo siguió hasta ponerse de frente.

- ¿Qué quieres ahora, Eli? Tengo mucho por hacer. –dijo algo molesto.

- ¿Tú de qué coño vas? ¿A que ha venido el numerito del gorro? Te dije que no volvieras si no era para aportar algo, y mucho menos para poner mi vida de nuevo patas arriba.

- ¿De qué hablas?

- Ahí abajo casi me das a entender que… nada… nada… el caso es que vuelves a marcharte. Vienes, nos dices que vamos a ser atacados por no sé quién, y cuando ves que somos unos inútiles, huyes. No te importamos nada. No sé porque vuelvo hacerme ilusiones.

- Para, para, para… -le gritó-… para ya de decir tonterías. Me voy al puerto a pedir ayuda. Cuando Lobarre caiga, ¿Cuál crees que será la siguiente comunidad que caerá? No he venido a ponerte la vida patas arriba. Hace menos de un mes, yo era uno de ellos. Son peligrosos. Deserté, para venir aquí a ayudaros. Si quieres perder el tiempo con el pacotilla de Alonso, por mi perfecto. Pero ahora mi única preocupación, es que todos, escúchame bien: todos, estéis a salvo. Ahora si no te importa, debo ir en busca de ayuda. ¿Te vienes o te quedas? –aquella pregunta la dejó aún más descolocada, que todo el sermón anterior.

- Me…me voy. –dijo fingiendo estar enfadada.

- Recoge lo que pueda serte de utilidad y te espero en las cuadras. –le dijo con gran autoridad y se marchó a toda prisa.



Se llevó una gran sorpresa, cuando llegó a las cuadras, después de pasar por su casa y recoger su mochila. Allí estaba ella. Esperándole. Antonio, el mozo, al verle llegar se apresuró para entregarle su caballo. 

- Tenía razón, señor. El rey me ha pagado muy bien. –le pasó las riendas- Lo he cuidado como si fuera mío.

- Ya lo veo, Antonio. Buen trabajo. –le removió el pelo al contento mozo de cuadras.


Miró hacia donde estaba Eli. Estaba nerviosa. Raúl lo notó al momento. Aunque también, notó que se había cambiado de ropa. Llevaba algo más cómodo y abrigado. Y el pelo recogido en una coleta. 

- ¿Sabes montar? –le preguntó, y ella negó con la cabeza- Está bien. Iremos los dos juntos. –pero vio que Eli no se atrevía a subir- no pasa nada si no quieres venir. 

- No es eso…-admitió-… es que… llevo años sin salir. Sin ver un infectado de cerca.

- No te preocupes. Conmigo no te pasara nada, si te mantienes cerca. Además me ha dicho el rey que el camino es seguro. Aunque no descarto que no esté limpio del todo. –le tendió una mano para ayudarla a subir. Eli se sorprendió de la fuerza con la que la elevó. 


Se agarró fuerte a su cintura, y Raúl le dio un golpe en el lomo a Goloso, para que iniciara la marcha. Gran parte del trayecto que habían recorrido hasta que se detuvieron en la orilla del rio, para que Goloso se refrescase, lo hicieron al trote. Hecho que Eli agradeció, dado su estado de nerviosismo. Mientras el caballo bebía agua del rio, Raúl preparaba una tienda para pasar la noche. Eli, en todo momento no se separada más de un metro de Raúl, pero sin dejar de mirar a cualquier parte del bosque. Atenta a cualquier movimiento. De hecho, comenzaba a arrepentirse. 

- Aún es pronto. Pero pasaremos la noche aquí. Es un buen lugar. –informó como informaba a sus hombres del clan.- Por cierto… creo que llegarás tarde a tu cita… -bromeó tratando de no sonreír.

- Aun no me has explicado a que vino todo eso. –se cruzó de brazos.

- Detrás de esos árboles, he visto bastantes ramas para hacer un fuego. Recógelos y tráelos aquí, donde estoy poniendo las piedras. –trató de desviar la conversación.


Soltado un bufido de desesperación, obedeció. Trajo tantas ramas, que Raúl tuvo que desechar más de la mitad. Pero no le dijo nada. Con unas chispas, hizo prender aquellas bastas ramas, y el calor que produjo, animó a Eli. Con el campamento montado, y varias horas por delante sin nada que hacer, se dispuso a tomar un baño en el rio. Dejando un puñal al lado de Eli.

- Llevo varios días sin asearme. –dijo quitándose la cazadora- Voy a aprovechar que no se avecina tormenta. Grita si necesitas ayuda. 

- ¿Te vas meter en el rio? Debe estar congelada. –preguntó sorprendida.


Raúl tan solo esbozó una tímida sonrisa y se fue a la orilla. Detrás de un árbol, se quitó la ropa y se metió en el agua. Era cierto que el agua estaba helada. Pero el notar el agua empapando su piel sucia y sudorosa, le produjo tal placer que el frio no le importó. Nadó un buen rato, y se frotó brazos y piernas. Aunque no tenía jabón, era mejor que nada. El pelo largo y húmedo, hizo que se revelara cuan longitud tenia de verdad. Sobrepasando los hombros. 

Eli, en parte curiosa, se acercó tímidamente detrás de otro árbol, para observarlo. Aun recordaba a aquel Raúl adolescente, delgaducho. Ahora tenía un cuerpo trabajado. Los músculos resaltaban en sus brazos y pectorales, haciéndole más atractivo a los ojos de Eli. Cuando se dio la vuelta, mostró algo que hizo que Eli ahogara un grito y se tapó la boca. La espalda estaba llena de heridas cicatrizadas. Heridas longitudinalmente de unos cinco o seis centímetros, que se entrecruzaban entre ellas. Escuchó ruido detrás de ella y se sobresaltó dando un grito. Trató de correr hacia la tienda para que no la descubriera espiándolo, y tropezó con una rama. Cayó de rodillas sobre unas piedras, provocándole un fuerte dolor. Un perro vagabundo era el culpable de aquel susto. Que al ver la reacción de Eli, huyó asustado con el rabo entre las piernas. 

Raúl, al escuchar el grito de Eli, surgió a toda prisa del agua y llegó hasta donde estaba Eli tirada en suelo y retorciéndose de dolor. Eli, al verlo, apartó la mirada.

- ¿Estás bien? –preguntó apurado- ¿Qué ha pasado?

- Por dios, Raúl, ¿Podrías taparte? –preguntó con tanta vergüenza que su voz era diferente.


Raúl se dio cuenta que estaba totalmente desnudo delante de ella. Mostrándole todas sus virtudes. Se dio la vuelta para ir a vestirse donde dejó la ropa. Cuando regresó, Eli estaba ya sentada frente al fuego. Pero no pudo evitar ver la sangre que mojaba el pantalón a la atura de las rodillas. 

- Déjame ver esas heridas. –se puso de rodillas frente a ella. Que no podía sostenerle la mirada. 

- No es nada. No te preocupes. –pero hizo una mueca de dolor cuando se movió.

- Para no ser nada, te quejas bastante. –bromeó- Anda, voy a curarte. 


Fue hasta su mochila. De ella sacó unas hojas envueltas en un pañuelo, y un mortero de madera tallado. Recogió agua del rio, y machacó muy lentamente las hojas dentro del mortero. Produciendo un olor algo desagradable. Raúl no pudo contener una sonrisa al ver la cara de asco de ella. Cuando la pasta estuvo a punto, se acercó a ella. 

- Quítate los pantalones. –dijo, provocando que Ella se sonrojara más de la cuenta y abrió los ojos tanto que le dolían.- ¿No pretenderás que te lo aplique sobre los pantalones? –le tendió una manta- si quieres puedes taparte. 


Eli, algo indecisa, se puso la manta alrededor de la cintura y con dificultad se fue bajando los pantalones. Después se sentó, temblorosa. Dejando a la vista sus piernas. Suaves. Raúl se incorporó hacia delante, provocando que su melena, aun mojada, rozara con su pierna. Eli esbozó un tímido gritito y se estremeció. Raúl no le prestó atención. Con la manga de su camisa, y algo de agua sobrante, le limpio las dos heridas de ambas rodillas. Lo hacía tan cuidadosamente, que era casi como un leve roce. Eli lo observaba atenta. Una vez limpias, acercó el ungüento y, rozándole apropósito parte del muslo, fue aplicándole la pasta sobre las heridas. Raúl tragó saliva, y alargó el proceso lo más que pudo. Cada vez que le rozaba el muslo, ella se agitaba. Notó la respiración entrecortada de Eli, pero ninguno de los dos dijo nada. Cuando ya no le quedaba más pasta en el mortero, acercó su boca a las heridas y soplaba suave. Notó como Eli se relajaba. Conocía los efectos paliativos de aquellas hierbas, y en muy poco tiempo el escozor de las heridas se desvanecía. Pero su relajación no era debida a eso, ni mucho menos. Eli, sin saber porque, tocó su larga melena. En ese momento, Raúl dejó de soplar y se apartó.

- Raúl, yo… -dijo algo cohibida.

- Déjalo que se seque un poco y podrás ponerte de nuevo los pantalones. –se levantó como si no hubiera ocurrido nada- Voy a preparar algo de cenar, y después a dormir.


Después de aquello, Eli lo miraba de manera diferente. Sentía que ya no lo conocía. Era cierto que ella también había cambiado mucho en todos esos años, pero el cambio de Raúl era demasiado extremo. Por un lado, añoraba aquel buen estudiante, poco suspicaz ante las situaciones más evidentes. Pero por otro, esta nueva persona le atraía de manera más sexual. Fuera lo que fuere, lo que hubiera ocurrido durante sus años de ausencia, le habían devuelto a la persona que más quería en el mundo.

viernes, 2 de noviembre de 2018

La nieve los trajo. Capítulo 54

Capítulo 54


Supo que había llegado a los dominios de Lobarre. Aquellos caminos de tierra eran inconfundibles a la vista de cualquiera. Varios kilómetros antes, cambio su ropa. Las ciudades casi habían desaparecido por completo. Las carreteras habían sido engullidas por la vegetación, y a no ser por las señales de tráfico que aún quedaban en pie, le habría costado orientarse. Una pequeña  tiendecita de ropa, le sirvió para escoger ropa más acorde a su personalidad. Y no la que les obligaba a llevar el Zaeim. Eso podría asustar a los habitantes de Lobarre. Con paso decidido pasó por unas nuevas casas construidas, de madera, en los aledaños de la muralla. En el exterior. Era cierto que Lobarre había prosperado como dijo Khaled. Algunos vecinos salían a ver quién era la persona nueva que se acercaba. Se plantó en la puerta de la muralla, donde le sorprendió la ausencia de vigilancia. Se bajó de su caballo, y se quedó observando desde aquella distancia el portentoso castillo. Un joven, de no más de quince o dieciséis años, se le acercó.

- Buenas tardes, -dijo amablemente el chico- ¿quiere que cuide al caballo mientras visita nuestra ciudad? Ha elegido buen día para comprar en el mercado, tienen género de buena calidad.

- ¿Cómo te llamas? –preguntó al chico.

- Antonio, señor. –contestó.

- Este caballo se llama Goloso. Supongo que sabrás el porqué. –le guiñó un ojo.

- Claro señor. 

- No tengo monedas para pagarte, pero si le entregas una nota al Rey de mi parte, sabrá recompensarte. Porque supongo que el Rey Joaquín sigue…

- Sí, señor… sigue siendo nuestro Rey. Hace muchos años, me conto mi padre…-pero Raúl le interrumpió.

- Hazle llegar esta nota al rey. Ahí le explico quién soy. Corre, no te quedes sin tus monedas. –forzó una sonrisa.


El chico tomo las riendas del caballo, y lo llevó a unos establos construidos cerca de la muralla. Al instante, corrió calle arriba para entregar su nota. Raúl, con el corazón palpitando a gran velocidad, entraba de nuevo en Lobarre. Anduvo por las calles, entre los habitantes. Pero ninguno parecía reconocerle. Aunque él, sí que reconoció muchas de las caras. Llegó hasta su antigua casa. ¿Estaría Vera allí? Con decisión, abrió la puerta. La casa estaba vacía. Sucia. Sin que nadie hubiera vivido allí durante años. Se asomó a su antigua habitación, y su mente se llenó de recuerdos. Incluso parecía que el llanto de Martín se hubiera grabado en aquellas paredes de piedra. Se frotó la cara para no llorar. Salió de nuevo a la calle, y la brisa le hizo sentir mejor. Fue hasta la taberna de Maksim, con la esperanza de encontrarse con Reina. Pero en la puerta colgaba un cartel: Cerrado por celebración. Preguntó a una mujer que pasaba en ese momento por allí.

- Están de boda. –dijo la mujer.

- ¿Quién se casa? Si puedo saberlo.

- La hija del tabernero –hizo muecas con el dedo, para indicarle que era la loca- con el empleado.

- Gracias señora, ¿podría indicarme donde se está celebrando?


La boda se estaba celebrando en los campos abiertos. Un agricultor, le había cedido parte de sus tierras para montar todo ese día. Había bastante gente. Pero hasta que no hubo terminado la ceremonia, no se acercó. Los invitados estaban de pie, frente algunas mesas con bebidas y tentempiés. Otros se acercaban a los recién casados para darles la enhorabuena. Raúl se hizo paso entre la gente y tocó por la espalda a Reina. Cuando este se giró, lo miró extrañado. Como si no lo conociera. Segundos después de escrutarle bien la cara, dibujó una amplia sonrisa.

- ¿Raúl? ¿Eres tú? –preguntó Reina emocionado.

- Enhorabuena, Aitor. –le felicitó. Ambos se abrazaron con ímpetu.

- No me lo puedo creer…-decía Reina, y los invitados dejaron de hablar. 

- Enhorabuena a ti también, Nadya. –le dijo a la novia.

- Gracias. –le miró como si nada.


La gente lo miraba con curiosidad. Al igual que Raúl, que tenía la esperanza de encontrarse con más antiguos amigos. Pablo se acercó. No se dijeron nada, tan solo se abrazaron. Ramón, mucho más viejo, pero con gran energía también lo abrazó. Sharpay también estaba y sorprendida le dio dos besos, cortésmente. Una vez que la gente perdió el interés, se quedaron solos.

- No veo a Héctor. –le dijo a Sharpay, más bella que nunca- Ahora viene, ha ido a por la carne. Se va a alegrar de verte. 

- Yo también me alegro de veros. –sin embargo, continuaba mirando por encima de la gente en busca de otra persona. 


Al fin la encontró. Estaba algo apartada, sin prestar atención de quienes estaban dando la enhorabuena a los novios. Conversaba con un hombre alto. Ella, vestida con un vestido de color azul pastel, el pelo recogido dejando unos tirabuzones en la parte delantera, y mucho más hermosa de lo que recordaba. Cuando la gente se fue dispersando de nuevo hacia las mesas, quedó más a la vista. De cuando en cuando giraba la vista hacia ellos, pero sin mirar. Hasta que de repente, dejó fijada la mirada en Raúl. El hombre alto seguía hablándola, pero ella ya no escuchaba. Le interrumpió, le dijo algo al oído dejándolo con cara de sorpresa, y se acercó lentamente hacia Raúl. Que la miraba serio, pero forzando una leve sonrisa. Ella llegó hasta él, lo miró a los ojos.

- ¿Eres tú? –preguntó casi en un susurro, y a punto de llorar.

- No deberías llorar. Estas muy guapa esta noche y romperías la magia. –le dijo.


Sin embargo, ambos no pudieron contenerse y se fundieron en un abrazo. El mejor abrazo que recibía en mucho tiempo. Pero la tos forzada de alguien los interrumpió. Era aquel hombre alto con el que conversaba Eli.

- Perdona. –dijo separándose de Raúl- Alonso, te presento a Raúl. Un viejo amigo.

- Te conozco. –dijo estrechándole la mano- Tu eres…

- Sí, soy yo. –le cortó tajantemente.

- Raúl, este es Alonso, el nuevo Comisario.

- Ah… nuevo comisario. –forzó otra sonrisa.

- Si nos disculpas, -dijo Alonso sin apartar la vista de su acompañante-, estábamos en medio de una conversación. Vamos Elizabeth, están sirviendo un excelente vino. –le dijo llevándosela del codo.


En ese momento, Héctor volvía con grandes piezas de carne para asar en el fuego. Las dejó caer cuando vio a Raúl junto a Reina. Ambos sonrieron, y se abrazaron. El resto del banquete lo pasó al lado de Héctor y Sharpay. Maksim y Nadezdha se acercaron a Raúl.

- Sentimos mucho tu perdida. –dijo Maksim sin contemplaciones.

- Os lo agradezco, pero creo que hoy no es momento para lamentaciones. Es un día de alegría. –dijo Raúl, robándoles una sonrisa al matrimonio alemán.

- Sí, estamos muy orgullosos. Nunca pensamos en que Nadya encontraría la felicidad. Gracias a Aitor, que es muy bueno con ella. 

- Yo diría que más que bueno, es que está muy enamorado. –hizo una pausa, rebuscando en su mochila- Se me olvidaba, no es mucha cosa. Pero aquí tenéis mi regalo de bodas. –sacó dos bolsitas. Una contenía pimienta negra sin moler, y la otra una mezcla de especias.

- ¿Estás de coña? –preguntó Reina asombrado.

- Como digo, no tenía ni idea que había boda, de lo contrario…

- ¿Tú sabes el dineral que hay aquí? –preguntó a un atónito Raúl- estas cosas escasean por aquí. No puedo aceptarlas.

- Claro que puedes. Aunque…-hizo una pausa pensativo-… de dónde vengo teníamos sacos enteros. Si llego a saber que me reportarían muchos beneficios… -todos rieron.


Después de la cena, era hora del baile. Maria, la hijastra de Pablo, había aprendido a tocar muy bien la guitarra. Seguía sin hablar, pero lo decía todo con sus acordes. Primero tocó un vals para que los novios inaugurasen el baile. De seguido, varias canciones más movidas. Otras populares. Raúl, permanecía sentado, con un vaso de vino. Algo apartado. Viendo como aquellas personas eran felices, sin saber lo que se avecinaba. Eli, viéndolo solo, dejó de nuevo plantado a su acompañante y se sentó en otra silla a su lado. 

- Es muy amable. –le indicó- Pero muy pesado. 

- Te veo muy bien. –contestó Raúl.

- ¿Dónde has estado estos años? –preguntó.

- He viajado mucho. 

- No sabíamos si estabas bien. Desapareciste. 

- No quiero hablar de eso. 

- No. Ya lo suponía. –admitió- Pero has vuelto por algo. Y me gustaría saber porque. 

- No es el momento. –bajó la cabeza, dejando que el pelo largo le cubriera la cara.

- Mírame. –le ordenó- Mírame, y cuéntame porque apareces hoy, después de tres años. 

- No he visto a Rebeca. –dijo ignorando las palabras de Eli.

- Has cambiado. No sé si para bien o para mal. Pero has cambiado. Algunos también lo pasamos mal, y continuamos adelante. Solo espero, que tu vuelta sea para aportar algo. Te he echado mucho de menos, lo confieso, pero estoy rehaciendo mi vida. Solo te pido que no lo pongas de nuevo patas arriba.

- Descuida. –se levantó, terminó su vaso de vino y se alejó de la fiesta.


Volvió de nuevo al interior de la muralla, y caminó dubitativo hasta la puerta de su vacía casa. Entró y la ordenó un poco. Escuchó como unos niños corrían por la calle, y se detenían en su puerta y llamaron. Después le entregaron una nota del rey. “Ven a verme cuando quieras”

Dejó todo como estaba y fue hasta el castillo. Los guardias le impidieron el paso, pero cuando les enseñó la nota se apartaron rápidamente. Subió aquellas escaleras, que tan malos recuerdos le reportaban, y al final del corredor estaba Claudio. El ayudante incansable del rey. Le abrió las altas puertas y entró en las habitaciones del rey. A pesar de que la enfermedad degenerativa seguía apoderándose de él, tenía mejor aspecto que la última vez que le vio. Joaquín, al ver su fachada totalmente diferente, con barba espesa y pelo largo hasta los hombros, se sorprendió.

- Que diferente te encuentro. –dijo Joaquín arqueando las orejas.

- ¿Cómo te va, Joaquín? –sonrió débilmente.

- Mientras nadie intente envenenarme bien. Ya estoy acostumbrado a mi enfermedad. Anda ven aquí, quiero darte un abrazo.


Raúl se acercó y se abrazaron con cuidado y cortésmente. 

- Me ha sorprendido mucho tu vuelta, he de reconocer. –dijo Joaquín sentándose en su butaca.

- Lobarre está en peligro. –se sentó en la otra butaca.

- No sé porque me sorprendo. Cada vez que apareces, el peligro llega contigo.

- Esta vez es distinto. 

- Tiene que ser muy grave, para que hayas decidido salir de tu exilio voluntario. 

- Te escribí varias veces. 

- Si, aun las guardo en mi cajón. Un mensajero un tanto extraño, ¿no crees? –Raúl sonrió a recordar al pintoresco mensajero -¿De qué se trata, Raúl?

- Un ejército muy peligros se dirige hacia aquí. 

- ¿Y qué tienes que ver tú con ese ejercito?

- Su líder, Khaled, me encontró medio muerto. Me dio de comer, y me instruyó. Su única finalidad son las riquezas. Y aquí tenéis muchas. 

- He de suponer, que estuviste a sus órdenes todo este tiempo. –Raúl asintió- Te agradezco que hayas puesto estatus en peligro por avisarnos. Pero dejemos estos temas para mañana por la mañana. Lo trataremos con el comisario. Ahora, creo que hay una persona que está deseando saludarte.


La puerta se abrió, y Claudio hizo entrar a una niña de seis años. La viva imagen de su madre. Vestida con elegantes ropas de época. Rebeca, se emocionó al ver a su hermano. Raúl se puso de rodillas, aguantando las lágrimas y abrió los ojos para recibirla.

- Pequeña… -dijo llorando-… pequeña. Lo siento. Lo siento mucho. 

- No pasa nada. Tranquilo. Joaquín me ha hablado mucho de ti, y de Martín. –aquellas palabras de su hermana le hicieron emocionarse aún más.

- Dios, como has crecido. Mírate. Estás hecha una mujer ya. –dijo sorprendido-… y como te pareces a mamá.

- ¿Cómo era mamá? –preguntó inocente.

- Cuando te mires al espejo, obsérvate bien. Porque en el reflejo la veras. –se volvió a abrazar a ella.

- No tuve la oportunidad de darte el pésame –dijo Joaquín, secándose las lágrimas con un pañuelo- Me tome la libertad de apadrinar a tu hermana. Me he ocupado, personalmente, de educarla, vestirla y de que tenga una vida lo más holgada posible. Opino que la deuda que contraje contigo, incluía este hecho.

- Muchas gracias, Joaquín. Muchas gracias. –volvió a abrazar a Rebeca, que estaba radiante de felicidad.


El rey le ofreció una alcoba en el castillo, pero declinó la oferta. Prefería estar solo. Sin embargo, en vez de ir a su casa, se paró frente a la de Eli, que emitía luz en su interior. Supuso que ya habría vuelto de la fiesta. Tocó un par de veces a la puerta. Eli abrió la puerta.

- Ah. Eres tú…-dijo algo sorprendida.

- Veras, Eli, he pasado antes por mi antigua casa y había pensado que quizá podrías ofrecerme una cama…no me apetece estar solo.

- ¿Quién es? -preguntó una voz masculina, que Raúl acertó en averiguar que se trataba de Alonso.

- Lo siento, Raúl. –dijo algo apurada- Pero no puedo. Estoy con…

- Si. Lo sé. Con el nuevo comisario. Es igual. –dijo decepcionado- No debí haber venido.

- Si, Raúl. No debiste haber venido. –y cerró la puerta.


No tuvo más remedio que volver a su casa. Se acurrucó en la cama llena de polvo, y procuró que nadie le escuchara llorar.